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¿Qué significan esos misteriosos sellos negros?

por Graciela Vanessa González
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Graciela Vanessa González | Alimentación Con-Ciencia

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Llegó enero de 2025, ese mes de culpas y energías renovadas para expiarlas. De repente recibí un mensaje con la imagen de unas galletas muy populares en el país, esas que nos han vendido como si fueran parte de nuestro patrimonio gastronómico, casi tan venezolanas como una arepa o un pabellón criollo, a pesar de que el rosado metalizado de su envoltorio no es precisamente uno de nuestros colores patrios.

La imagen venía acompañada de dos preguntas: “¿Qué son esos sellos negros?”, y “¿Qué significan?”. Respondí que se trataba de la regulación que, desde 2022, el Ministerio del Poder Popular para la Salud había implementado en el etiquetado frontal de alimentos (por medio de la resolución Nº 137).

«Son como semáforos nutricionales – expliqué–, pero en vez de decirte cuándo parar, te advierten que tal vez no deberías ni empezar”.

La persona, con esa mezcla de humor y determinación que solo da el primer mes del año, respondió: “¡Ni loca la compro entonces! Vengo de trotar y sudando como si estuviera en los carnavales de Chivacoa, y pensé que podía darme ese gustico, pero esos sellos que parecen de película de terror me hicieron escribirte”.

Y así, entre risas y un poco sorprendida noté que esos sellos negros carecían de alguna estrategia educacional o comunicacional complementaria.

¿Por qué antes no estaban y ahora sí?

Para muchos venezolanos este tipo de alimentos siempre han estado presentes en sus dietas, y con ellos, los ingredientes que hoy se consideran nutrientes críticos: azúcares, grasas saturadas, grasas trans y sodio. Sin embargo, la diferencia entre aquel entonces y ahora no radica en la existencia de estos componentes, sino en la información que tenemos sobre ellos y en la forma en que se nos presentan.

No todo los consumidores comprendían, por ejemplo, que 20 gramos de azúcar, 5 gramos de grasas saturadas y 0,5 gramos de grasas trans. por porción, descritos en la tabla nutricional, representaban un exceso (súper exceso). ¡Los números estaban ahí!, pero ¿qué significaban? ¿Era mucho? ¿Era poco? ¿Era dañino?

La realidad es que, para la mayoría de los consumidores, estos datos eran como un mensaje en código: visibles pero indescifrables, declarados en los empaques de manera sucinta, en letras pequeñas y en la parte trasera del producto, como un requisito legal más que como una herramienta para informar al público. Era como si la industria alimentaria nos dijera: “Aquí está la información, pero no esperamos que la leas o la entiendas”.

Mientras la población global aumentaba 16,4% entre 2010 y 2024 (de 6,96 mil millones a 8,1 mil millones) los casos de diabetes se dispararon un 103,5%, pasando de 285 millones a 580 millones. Esta enfermedad, que en 2010 afectaba al 4,1% de la humanidad, hoy impacta al 7,2%. La diabetes avanza 6,3 veces más rápido que los nacimientos

Estos mismos productos ahora cuentan con una advertencia, como si gritaran: “¡ALTO EN AZÚCAR!”. Ya no hay que dar vueltas al empaque, no hay que descifrar números. La advertencia es clara, directa y, sobre todo, imposible de ignorar.

Estas etiquetas están diseñadas para cerrar la brecha entre los datos y su comprensión, pero no es una forma elegida al azar. Su forma octagonal y su color negro están basados en evidencia científica que demuestra que este diseño es altamente efectivo para captar la atención y transmitir un mensaje de precaución, transformando la información nutricional compleja en señales claras e inmediatas.

Aunque los sellos negros de advertencia ya están en muchos empaques aún hay productos en los anaqueles que no los tienen, pero no porque sean sanos. Algunos escapan a la regulación actual o son importados de países donde estas exigencias no existen. El cambio hacia estos sellos negros, que ahora se exigen en varios países, incluyendo a Venezuela, representan un cambio de paradigma en la comunicación nutricional.

Ahora bien, ¿por qué se ha vuelto necesario este cambio?

La respuesta radica en la creciente evidencia científica que vincula el consumo excesivo de estos nutrientes (azúcares añadidos, grasas saturadas, sodio y grasas trans) con enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT) como la obesidad, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares. Esta vinculación no era comprendida del todo por el público en general.

En Venezuela, la prevalencia combinada de sobrepeso y obesidad en la población mayor de 15 años alcanzó un 53,5% en 2022, según datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS, 2024). Esta cifra no solo refleja un incremento del 18% respecto a 2010 (cuando la prevalencia era del 45,3%), sino que también sitúa al país por encima del promedio regional de América Latina y el Caribe (48,9%). Esta realidad evidencia una transición epidemiológica acelerada hacia enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT).

Ha sido tan acelerada que mientras la población global aumentaba 16,4% entre 2010 y 2024 (de 6,96 mil millones a 8,1 mil millones) los casos de diabetes se dispararon un 103,5%, pasando de 285 millones a 580 millones (OMS, 2024; IDF, 2024). Esta enfermedad, que en 2010 afectaba al 4,1% de la humanidad, hoy impacta al 7,2%. Los números no mienten: la diabetes avanza 6,3 veces más rápido que los nacimientos. Detrás de esta cifra hay un fracaso sistémico, pues se está priorizando un enfoque que se centra en el control glucémico farmacológico, por encima de una prevención que se basa en intervenciones dietéticas con respaldo científico.

Somos educables

La herramienta ante esta problemática es la educación. La alimentación, aunque es un acto voluntario, también es susceptible de ser orientado y aprendido. Una forma de hacerlo es diferenciar entre lo que es un consumo habitual y ocasional. Se dice que un consumo ocasional es el que se produce una vez cada tres meses. Y habitual todos los días o varias veces por semana.

Mientras los adultos navegan en un mar de información, la educación de los niños es una tarea compartida entre padres, maestros y sociedad que tejen una red de conocimiento. No es solo enseñar, sino dar ejemplo, cuestionar lo nocivo y convertir cada elección alimentaria en una lección sin palabras. Porque los hábitos saludables no se heredan, se construyen entre todos.

Bajo este panorama hay iniciativas como las de Fundacite Yaracuy, que ha incorporado actividades a sus programas de formación para promover la alimentación saludable y consciente, enseñando tanto a niños como a adultos a identificar productos con sellos de advertencia y su relación directa con la salud.

Los sellos son un primer paso, pero el verdadero cambio está en romper viejos hábitos. No se trata de satanizar un alimento, pero sí de pensar en que esos cinco minutos de placer que nos deja esa galleta, rellena de fresa y cubierta de chocolate, quizá no valgan más que una vida entera con salud. Después de todo, si algo nos ha enseñado la vida es que, a veces, hasta las cosas más dulces (y rosadas) pueden tener un lado oscuro.

Al final, la pregunta no es “¿por qué existen estos sellos?”, sino “¿qué estamos dispuestos a hacer con esta información?”. Porque la salud no es un juego de suerte, sino una suma de decisiones conscientes.

Fotos cortesía Graciela V. González

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5 comentarios

Victor porte 9 marzo 2025 - 10:11

Excelente!! no sabía que esto venía desde el 2022 ya que he visto muchísimas galletas y cereales sin el sello, pensé que era algo más nuevo. ahora entiendo que no se lo colocan porque no quieren.

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Maira González de Núñez 8 marzo 2025 - 21:44

Excelente motivación para que el consumidor realice como hábito la lectura de las etiquetas de los empaques que contienen alimentos.

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Miguel Solorzano 8 marzo 2025 - 17:00

Excelente artículo Graciela!!! un pequeño aporte del montón de cosas que aportas desde cada trinchera dónde llegas.

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DILCAR MATERAN 8 marzo 2025 - 15:14

GRACIAS…!!!! EXCELENTE APORTE 🩵🩵🩵🩵🩵🩵🩵🩵🩵🩵🩵🩵🩵🩵🩵🩵

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Flaminio 8 marzo 2025 - 07:39

Somos educables!…

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