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Así palpita un Centro Didáctico para la Enseñanza de las Ciencias

En La Guaira funciona uno de los cuatro Centros inaugurados hasta ahora. La meta: crear al menos uno en cada estado de Venezuela. La misión: estimulación temprana de la vocación de niñas y niños por las Ciencias

por Soriana Durán
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Soriana Durán / Fotos Candi Moncada

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Un grupo de estudiantes se arremolina en la entrada del Centro Didáctico para la Enseñanza de las Ciencias, en La Guaira. La ruta científica está por comenzar y los chamos y chamas de la comunidad El Espiche y la U.E. República de Panamá se forman en fila, siguiendo un orden de edad: los de primaria van al frente, liderados por una niña de 6 o 7 años, mientras que al final de la cola murmuran adolescentes de bachillerato de hasta 16 años. Frente a ellos hay un mapa territorial de La Guaira divido en tres áreas de producción que caracterizan al estado costeño; el sector agroalimentario, el turismo y la industria y logística portuaria y aérea.

Alguno más que el resto demuestra cierta determinación, como si estuviese decidido a descubrir motivos de por qué y para qué están ahí.

Neysa Sojo, guía científica, empieza con una interrogante; “¿Qué es la ciencia?”, pero ningún estudiante se atreve a responder. Ella insiste con más preguntas; “¿Qué asocian a la ciencia? ¿En qué piensan cuando les hablan de ciencia? De matemáticas, de biología… Cuando hacen una arepa, ahí hay ciencia, porque la arepa necesita una cantidad de agua, una cantidad de harina, pero también una temperatura específica para que no se queme y se cueza de una manera que pueda ser digerida”, y es cuando uno de los chamos responde: “Es la ciencia en la vida cotidiana”.

Sojo celebra esta respuesta y extiende la conversación a otros ejemplos de cómo la ciencia está presente en muchos aspectos de nuestras vidas; está en la gastronomía, en el arte, en la música, en el turismo, en el puerto comercial de La Guaira y en la producción pesquera. Está en nuestros cuerpos, está implícita en los procesos de producción que utilizan la tierra bajo nuestros pies y está en el cosmos, más allá del cielo que nos cubre.

La ruta avanza al siguiente módulo sobre biodiversidad con un dato importante; en las costas guaireñas desovan al menos 4 especies de tortugas marinas en peligro de extinción –carey (Eretmochelys imbricata), verde (Chelonia mydas), caguama (Caretta caretta) y cardón (Dermochelys coriacea)–. De vez en cuando el grupo se alborota y toca poner orden, pero la guía logra exponer su parte en los siguientes cuatro módulos sin interrupciones, además de las intervenciones pertinentes de algún que otro estudiante.

El espacio fue inaugurado por el presidente Nicolás Maduro y el Ministerio del Poder Popular para la Ciencia y Tecnología en abril de 2024. Ubicado la avenida Soublette de La Guaira, en la Base de Misiones Punta de Mulatos –un antiguo gimnasio vertical que se reacondicionó para darle cabida al aprendizaje de la ciencia y la tecnología– este centro tiene como objetivo ser un lugar de aprendizaje para niñas, niños, jóvenes y adultos de comunidades aledañas. Cuenta con laboratorios de química, biología, física y matemáticas, una sala de lectura que recopila libros tanto del Fondo Editorial del Mincyt como de otras editoriales nacionales, un centro/taller de robótica y programación y un auditorio que lleva el nombre del genio Humberto Fernández-Morán. Los módulos introductorios son similares a varios de los que ya se exponen en el Museo de Ciencias Naturales en Caracas sobre astronomía, tecnología comunicacional venezolana, la carrera espacial e IA.

“Es un espacio público diseñado para las investigaciones en las estrategias de enseñanza de las ciencias y tecnologías a las nuevas generaciones, en especial para los nativos digitales. Incorpora a docentes, aspirantes a maestros y comunidad en general a ser partícipes en la didáctica de enseñanza, desde la cotidianidad y su realidad territorial. Por lo tanto, está orientado a niños, niñas, jóvenes, adultos y toda persona que desee ser parte del tejido común de la ciencia”, explica Jiraleiska Hernández, directora del centro y pieza fundamental detrás del sistema pedagógico que allí se produce.

“Mi rol actualmente es el de liderar el Centro Didáctico a través de políticas inclusivas y metodologías neurocientíficas y neuropedagógicas que permitan la fijación del conocimiento en CyT de forma cotidiana, que no sea abstracta, y que estos conocimientos sean vinculados con la realidad del territorio y genere matrices de soluciones pensadas desde y para la comunidad”.

La ruta continúa con un recorrido interactivo por el núcleo de robótica. En este punto, el entusiasmo es más palpable, en especial en los más pequeños. El interés se hace mayor cuando se les da la oportunidad de manejar un robot por control remoto, uno de los varios que es posible construir con el kit de robótica de Semilleros Científicos. El control pasa de una mano a la otra a la vez que el robot va deslizándose de manera errática sobre la plataforma. Al parecer, manejarlo no es tan fácil como parece; cada movimiento que hace resulta torpe y provoca risas de complicidad en el grupo.

Despegar a los jóvenes del robot tampoco es sencillo, pero se logra. Minutos después, están recibiendo una clase rápida sobre programación y tienen el chance de ver cómo funciona una impresora 3D en acción.

En la estación de electromagnetismo se divide el grupo en tres partes; mientras las niñas y niños pequeños visitan la sala de lectura, las otras dos partes se van al laboratorio de biología y química y al laboratorio de física y matemáticas respectivamente. En ambos espacios hay mesas y encimeras llenas de artefactos interesantes de los que no se podría saber qué son a primera instancia. Hay objetos pertenecientes al kit de química–también de Semilleros Científicos–, insectos y artrópodos disecados, modelos detallados del cuerpo humano, microscopios, telescopios, juegos de rompecabezas, herramientas de metal, tubos de ensayo, sustancias químicas y otro montón de cosas más que los estudiantes no alcanzan a descubrir en esta ocasión.

En el primer laboratorio les recibe la profesora de biología Diomarys Rojas, mujer de mucho carisma y una chispa cautivadora. En su manera de explicar la composición de una célula deja ver cuánto le apasiona su profesión y es así como logra mantener al grupo concentrado y atento a sus palabras. Antes de despedirlos para darle la bienvenida al otro grupo, les invita a mirar una muestra a través de los microscopios. Ahí, debajo del lente, se observa el embrión diminuto de un caracol de agua dulce, sin embargo, un niño se espanta: “¡Es una cucaracha!”, y una niña le corrige: “No, es un escorpión”.

Jhoan González es el profesor de matemáticas y física y guía de ese laboratorio. Mantiene un tono de voz moderado y gestos precisos para describir operaciones matemáticas con dados de juego, retando a sus oyentes a resolverlas: “Esto es para que ustedes vean que, de manera práctica, pueden desarrollar no solo un conjunto en potencia sino también una ecuación”.

Una vez terminada la explicación, habla sobre el pensamiento crítico y lo fundamental que es desarrollarlo. Toma uno de los rompecabezas –que en realidad son “bloques rusos”– y lo voltea sobre la mesa. Elige una de las figuras que aparecen en el folleto que viene con el juego y pide al grupo que la recree tan rápido como les sea posible. Al cabo de unos minutos, alguien canta victoria.

Todo esto sucede de forma simultánea. Al otro lado de los laboratorios, los cinco integrantes más jóvenes del grupo pasan el rato en la sala de lectura. Con sonrisas muy amplias y ojos brillosos se intercambian libros infantiles. Unos leen de a poco y otros solo disfrutan las ilustraciones. Afuera retumban exclamaciones de asombro; en los laboratorios se están haciendo experimentos–y esa es la parte más emocionante tanto para jóvenes como para adultos–.

Las bases y objetivos del Centro Didáctico para la Enseñanza de las Ciencias –la meta es crear al menos uno en cada estado del país–, se alinean con una visión política que nace con Chávez, que persiste hasta el día de hoy, y consiste en la democratización y el fortalecimiento integral del pueblo venezolano en cada una de las facetas que lo componen. Estas expectativas y aspiraciones están explícitas en el Plan de la Patria, y a través del lema “Ciencia para la Vida” se hacen más notorias. Se trata de una ciencia que pueda nacer y crecer en manos venezolanas, en espacios comunes fuera de los convencionales, que sirva a la producción de alimentos y medicinas, que esté a la orden para la salud de todo el mundo, que sea popular, accesible, eficiente e independiente de tecnologías extranjeras en lo máximo posible.

La gran mayoría de chamos y chamas de la última década se caracteriza por su dependencia con la virtualidad, la tecnología y su poca capacidad de concentración. Se acostumbraron a la sobreestimulación y al consumo de contenido desechable en redes sociales, por lo que una charla de más de cinco minutos puede ser un reto, tanto para ellos como para el o la facilitadora que se les enfrenta. Sin embargo, la misión de cada docente que conforma el Centro Didáctico va más allá de solo educar; se trata de sensibilizar, emocionar y captar la atención de estos estudiantes de la era digital, hecho que no es fácil de conseguir en estos días. Aun así, bajo dichas circunstancias, el Centro Didáctico para la Enseñanza de las Ciencias logra el objetivo al adaptarse a las necesidades de esta nueva generación sin sacrificar el nivel del contenido ni el valor del mismo.

No podemos dejar que nuestra juventud se pierda en las trampas de la virtualidad y el consumo de lo inmediato y después juzgarla por no ser o hacer lo suficiente. Y es por eso que existe el Centro Didáctico, para que niños y niñas tengan otra oportunidad de formarse de manera integral y orgánica, para que jueguen y se ensucien las manos, para que observen y miren otra cosa que no sea una pantalla, para que interactúen en espacios reales y no por chats de WhatsApp, para que hagan preguntas y no se queden solo con lo que se les dice, para que se diviertan aprendiendo y sí, también para que se aburran sin tener que recurrir de nuevo al celular para sacarse el aburrimiento—porque aburrirse es una fase importante en la generación de ideas—. Este espacio promueve la construcción y preservación de conocimiento y es una apuesta más por el futuro de nuestro país y, muy probablemente, por el resto del mundo. ¿Quién sabe? Entre esos miles de personas que visitan el centro tiene que haber una sola, como mínimo, que sienta una verdadera atracción por la ciencia y que, más adelante, cuando tenga más de veinte años, se convierta en una referencia importante en la medicina, la química, la microscopía o la física. Y si no es la ciencia lo que le interesa, tendremos a un ser humano sensibilizado y consciente de lo primordial que es el saber científico hasta en la vida cotidiana, lo cual ya es bastante.

Jiraleiska Hernández comparte sus expectativas sobre este gran proyecto: “Que los jóvenes que estudian educación lo hagan desde nuestros espacios para no seguir reproduciendo esquemas de enseñanza que no se adaptan a los nuevos tiempos. Que estos aspirantes a maestros investiguen sobre las nuevas didácticas para enseñar CyT, pero además, masifiquen esa experiencia en cada aula, inspirando a las nuevas generaciones el amor y la pasión por la ciencia, rompiendo con esos mitos y miedos de las famosas 3 Marías, que nos alejaban del conocimiento por miedo a las ecuaciones matemáticas, comportamientos físicos y la famosa tabla periódica”.

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