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Hace apenas diez años

por José Roberto Duque
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Hace diez años estábamos en el inicio de una de las épocas más duras que recordemos en Venezuela (escasez de comida por desabastecimiento inducido, cierre o colapso de miles de expendios; hambre en banda). Empezaban a causar estragos los efectos de una situación de la que, increíblemente, ya casi nadie habla: una legión de personajes se soltó por las calles a “comprar” en 200 bolívares cada billete de 100 (después los de 50 y los de 20), y después a ofrecer precios insólitos por la comida, productos de limpieza, repuestos y todo lo que hace falta en la vida cotidiana; todos recordamos el título, método o insulto “bachaquero”, pero seguimos empeñados en no recordar los efectos devastadores del bachaqueo, porque creemos que eso ya lo superamos y no volverá a ocurrir.

Todo esto, mientras se activaba un plan de demolición de la paz ciudadana mediante un trámite más brutal, demencial y grotesco: el financiamiento de la violencia callejera, propagandizada bajo el aspecto y el rótulo de protesta ciudadana «pacífica»: la muy pacífica forma de incendiar inmuebles, bienes y personas, mientras por debajo corría otro plan, o complemento del mismo: la desaparición o arrasamiento de los bienes de consumo.

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Sobre todo en las poblaciones cercanas a la frontera con Colombia este movimiento era cotidiano, multitudinario e incontenible; la gente iba al banco a sacar billetes en efectivo para vendérselos a estos súbitos promotores del absurdo: dame tu billete de 50 y te deposito 100 en tu cuenta; dame el de 20 y te transfiero 40. Igual con los productos, alimentos, medicinas, productos varios. Llegaban personas a comprar la harina por bultos y en grandes cantidades, y para los comerciantes eso era una fiesta. Hasta que los proveedores de producto informaron que no podían surtirlos con 50 bultos de harina (ni de nada) sino con 10, y después uno o dos, y con todo eso había que surtir a todo el pueblo. Implementaron un sistema seudointeligente: limitaron la venta de productos a un kilo de (lo que sea) por persona. Pero entonces floreció el concepto del bachaquero: si no puedo llevarme 50 kilos de harina entonces vengo con 50 familiares o amigos y cada uno se lleva un kilo. Así, en largas hileras de gente que no se llevaba los productos para comer sino para revender, nos fuimos desangrando y quedando sin municiones.

Cuando ya en los expendios de Venezuela no se conseguía nada y había que hacer largas colas de varias horas para salir del trance saltaron los expertos a emitir su dictamen: el comunismo había acabado con la producción de comida, ya nadie estaba produciendo nada y pobrecitos los industriales, empresarios y comerciantes. La payasada se derrumbó cuando todo el país se enteró de que esos industriales, empresarios y comerciantes (que sí seguían produciendo) “exportaban” toda la producción para las ciudades fronterizas de Colombia. Si tantos ciudadanos comunes lo hacían, no había problema en que los empaquetadores de esos bienes se saltaran ese intermedio. Era como si alguien hubiera decretado que los venezolanos ya no queríamos comer más y entonces había que venderle todo a Colombia.

De pronto la situación adquirió un tonito de humillación muy revelador: si querías comida y billetes venezolanos pues ibas a Cúcuta y allá te atornillaban la yuca, porque los billetes que vendiste al doble ahora tenías que pagarlos a 5 veces su precio, y ni hablar de los productos. Pero allá estaba todo lo que había “desaparecido” de los anaqueles (nadie había nombrado nunca a un anaquel, tal vez porque no sabíamos qué era eso, tal vez porque permanecía oculto debajo de los productos en los abastos, supermercados y tal), y también el dinero en efectivo, sólo había que ir y comprarlo. Comprar dinero para poder comprar. Vergonzoso y absurdo.

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¿Tendrá sentido o alguna lógica hablar de estas cosas como si hubieran ocurrido hace mucho tiempo o muy lejos, en este tono informativo? ¿Se habrán borrado de alguna memoria estos episodios o es importante contarle esto a la gente muy joven que no guarda recuerdos de este momento singular? Claro que me quedo con lo segundo, pero me sorprendo dando por hecho que, como la gente no habla de esa época tan cruel, es porque no la recuerda o no la quiere recordar o no cree necesario recordarla.

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En ese contexto y a raíz de esos disparates se produjeron algunas reacciones y respuestas colectivas que tal vez sea necesario mostrar como actitud edificante, con todos los riesgos que trae la romantización de la capacidad de aguantar. Porque resistir y adaptarse ayuda a sobrevivir pero tal vez no a levantar estructuras duraderas y expansivas más que resistentes. Está bien salir vivo de una batalla que casi nos hizo colapsar, pero no significa que el estado ideal del sobreviviente sea la vida permanente al borde del colapso. Así que en otro espacio de este mismo portal desplegaremos alguna caracterización de esas respuestas; cómo fue que retornamos a prácticas y momentos de una añeja ruralidad. Cómo fue que los signos y vestigios de algunas claves rurales nos salvaron el pellejo, este pellejo urbanizado y citadino con el que necesariamente tendremos que vivir un largo rato más.

Y también: ojalá nos percatemos pronto, masivamente, de que el plan macro que propició esa tragedia está en puertas nuevamente. Viene un recrudecimiento del bloqueo de las potencias, no hay que esforzarse mucho para prever que viene otra temporada de ensayos y experimentos de todas estas y otras tácticas de desgaste ciudadano. De eso también nos ocuparemos “después” (cuando ya no tenga sentido alertar a nadie de nada).

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4 comentarios

Raul Primera 23 marzo 2024 - 11:45

sencillamente extraordinario!! gracias por refrescarnos esos episodios nefastos para las familias venezolanas..

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Jose Roberto Duque 28 marzo 2024 - 19:40

Salud estimado

Respuesta
Francisco 23 marzo 2024 - 11:30

Muy buen artículo, considero oportuno la publicación del mismo , francamente soy de la opinión que muchos venezolanos nos acostumbramos a sobrevivir y no nos detenemos a mirar el pasado con el ánimo de analizar y determinar nuevos cursos de acción,. La cantidad de problemas diarios agobia , y en ocasiones paraliza

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Jose Roberto Duque 28 marzo 2024 - 19:41

Correcto, la historia a veces nos atrapa en situaciones que no nos dejan ver el camino

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