Inicio Carbono 14 Tintín, 300 años de soledad

Tintín, 300 años de soledad

Tienen fuerte raíz caquetía y axagua. Han sido objeto de saqueo cultural, de abandono, de enfermedades producto de la endogamia y de ataques desconsiderados. Su espiritualidad y su vida entre santuarios o cementerios indígenas ha sido llamada satanismo. Kakkejawas es el núcleo de su renacer cultural

por José Roberto Duque
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José Roberto Duque / Fotos Fabricio Martorelli

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Sales de Villa Guadalupe y del sector Valle Verde, umbral de aquel atolladero tectónico de mastodontes y perezas gigantes del que hablábamos hace unos días por acá; eso queda del lado derecho de la carretera Lara-Zulia, apenas saliendo de Barquisimeto tomando el rumbo hacia Carora. Ruedas unos 1.500 metros, y cuando ves a la distancia la emblemática escultura o abominación que identifica al restaurant El Pescaíto empiezas a frenar. Más adelante verás otra presencia identitaria de esa carretera: el hotel París. Pero no llegarás hasta el hotel (para qué, qué vas a hacer tú ahí) porque unos 200 metros antes deberás cruzar a la izquierda y adentrarte en una carretera de esas que hablan de solazo calcinante y semiabandono.

Un kilómetro más adelante vuelves a cruzar, pero a la derecha, y le quitas el “semi” al abandono. Las indicaciones dicen que para llegar a San José de Tintín hay que atravesar una quebrada; en efecto, una raja en el semiárido indica que alguna vez por allí pasó un curso de agua, o probablemente también un río, en el tiempo del holocausto de los mastodontes en la alborada del holoceno. Hoy la han convertido en vertedero. En total hay que recorrer dos kilómetros y tantos de resolana y espejismos xerófilos desde la carretera nacional.

En Tintín se cuadriculan las calles de tierra como en cualquier pueblo. Hay una escuela, y allí nos informan que la casa de Erdwin Delgado Ruiz, el fundador y responsable del Museo Arqueológico Comunitario Kakkejawas, queda unos metros más adelante. Caballero amable y buena vaina, muestra lo que reposa en la sede del museo y dice que esperemos para la conversa a José Carmona, el otro infatigable coordinador del museo. Tan infatigable es José Carmona que el hombre venía por el mismo sendero por el que llegamos nosotros: aquellos dos kilómetros y tantos de resolana y espejismos xerófilos, pero a pie.

El hombre vive en Barquisimeto y la buseta lo deja por allá cerca del hotel París. Cuando no le alcanza para pagar un mototaxi entonces tiene que mamarse ese recorrido caminando. Su misión en San José de Tintín es apoyar a Erdwin Delgado en la tarea de cuidar la colección de objetos arqueológicos y organizar eventos y actividades para que el museo cumpla su rol de estimulador de la cultura en el poblado. Ese día en particular acudió para recibir a estos periodistas curiosos y contarles de qué va el museo.

José Carmona

Los nombres de la historia

Tintín viene cargado de enigmas y de suposiciones por todas partes, empezando por el nombre; hay sospechas pero no certezas de por qué el poblado se llama así. Erdwin Delgado cree que Tintín es el nombre de alguna planta, como lo atestigua el hecho de que por Sanare (un poco lejos, en otro suelo y en otro clima) existe el pueblo o caserío llamado Tintinal.

El poblado es antiguo, incluso más que el católico «San José» que le pusieron por delante al original Tintín. De hecho, en ese mismo lugar ya había gente haciendo vida y produciendo objetos culturales miles de años antes que nacieran ese José del cuento bíblico y su célebre hijo. José era carpintero, y los gayones, axaguas y ayamanes que pateaban estas tierras eran ceramistas, cazadores, recolectores y en algún momento dieron el salto hacia la agricultura y el cultivo del maíz.

Kakkejawas, el museo, se llama así porque Erdwin Delgado quiso juntar en un acrónimo a la nación caquetía (con todas las k) y al pueblo ancestral ajagua o axagua, que al parecer era el que poblaba esos parajes. Delgado declara que la identidad de esos pueblos es plenamente caquetía y tiene buenos argumentos y documentos para defender esa tesis.

Cuando finalmente llega José Carmona al museo organizaron el relato del porqué de un museo dentro de un pueblo que es un museo en sí mismo. Tintín está construido sobre uno o más cementerios indígenas y los pobladores del lugar lo saben. Aquí se mantuvo por muchos años o quizá por siglos la tradición o costumbre de ir a buscar olicores (vasijas, herramientas, adornos y demás artefactos indígenas), y es común todavía encontrar osamentas en diversas necrópolis dispersas a lo largo del pueblo.

O más exactamente: el pueblo existe dentro, alrededor y encima de esas necrópolis, y es bastante probable que siempre haya estado ahí, que nunca la hayan abandonado. Dice Erdwin: “Siempre la comunidad ha sabido que está asentada sobre un cementerio indígena. Lo que hicimos al llegar fue que recogimos información directamente de la comunidad. Los ignorantes éramos nosotros. Las piezas que tenemos aquí las tenía la gente en sus casas y todavía hay gente que me imagino que tiene otras. Esos saberes todo el tiempo han estado en dominio de la comunidad”.

El museo Kakkejawas no es un simple espacio a donde la gente va a mirar objetos inertes, es un centro donde se resguardan los vestigios de culturas que vivieron allí y donde además se intenta mantener vivo un legado que la ciudad industrial no logró extinguir: allí se organizan talleres de medicina ancestral, de trabajo con arcilla, de recuperación de lenguas indígenas; allí se habla de historia, de costumbres actuales y extiguidas. En un tramo de la pared está pegado en grandes letras un papelógrafo donde puede leerse la letra del Himno Nacional en idioma wayuunaiki, la lengua del pueblo ancestral wayúu.

Buen momento para preguntarle a Erdwin Delgado cómo llegó hasta aquí y por qué hace lo que hace. La respuesta es una larga historia que compite en avatares insólitos con la de la propia comunidad:

Yo nací en Caracas en 1960. Vengo de trabajar en la Guajira colombo-venezolana. Estuve trabajando 10 años en un proyecto de producción, un proyecto de desarrollo con la comunidad wuayúu, a cargo de la Federación Luterana Mundial. Yo soy clérigo de la iglesia luterana. Me tocó venir a Barquisimeto para supervisar el trabajo de unos compañeros que estaban aquí en ese mismo proyecto. Pero el organismo que financiaba los proyectos de desarrollo en Venezuela decidió cerrarlo, por la situación económica en Europa. A mí me entregaron la tarea de venir a cerrar el proyecto, despedir a la gente y entregar las instalaciones a la comunidad.

Les pregunté qué querían hacer con las instalaciones, porque ya no iba a haber más financiamiento. Entonces las personas que estaban al frente dijeron, “bueno, mira, necesitamos un espacio comunitario, un espacio cultural para que la comunidad tenga sus actividades». Y entonces nació la idea de hacer el museo como espacio cultural, espacio de investigación, espacio de desarrollo comunitario. Los apoyamos y le entregamos el proyecto a ellos. Luego vino la debacle, eso fue en el 2014. Y luego el problema de la pandemia.

Erdwin Delgado

Entonces los compañeros que estaban al frente sencillamente recogieron y muchos de ellos se fueron del país. Y el proyecto volvió a quedar otra vez en el aire. Entonces lo que hicimos fue organizar esto y pedir la participación directa de la comunidad. Hablamos con la gente de la comuna, que en ese tiempo funcionaba medianamente bien. Y entonces definitivamente tuve yo que ponerme al frente y llevar adelante el proyecto. En eso recibimos un gran apoyo del Museo Antropológico de Quíbor, de la red de museos comunitarios, de la misma comunidad, de la comuna, del consejo comunal. Los compañeros que estaban aquí no tenían experiencia ni formación antropológica, ni tenían experiencia trabajando con indígenas, ellos sencillamente llegaron a trabajar con campesinos. La relación y el nexo, el establecer que estos campesinos no eran otra cosa que caquetíos urbanos, eso vino después. Y vino porque una de nuestras áreas de trabajo era la lingüística y el trabajo con indígenas. Cuando los compañeros que venían de trabajar con indígenas y con lingüística llegaron a Lara a cerrar el proyecto, entonces descubrimos lo que estaba ocurriendo aquí.

Es serio este cementerio

Sobre la muerte, la visión que tenemos los citadinos o venezolanos de hoy respecto de los cementerios:

Hasta ahora, señalados y ubicados con GPS, hay aproximadamente unos cuatro santuarios en la zona. Lo que hay que entender es que un cementerio para nosotros, para ti y para mí, es una necrópolis, una ciudad de los muertos, que tiene calles, que tiene cuadrícula. Eso es un cementerio para nosotros. Para los caquetíos, que son una nación dentro de los arawacos, un cementerio es el lugar de culto y el lugar sagrado de su relación con la espiritualidad. Son dos conceptos totalmente diferentes. El arawaco va a conseguirse con sus espíritus y con sus ancestros en los cementerios. Allí rinde culto, allí tiene su experiencia religiosa. No necesita un templo. El lugar sagrado es su cementerio.

Antiguamente venía la gente a saquear, los que llaman huaqueros. Venía la gente y en Semana Santa era práctica del larense venir a escarbar en las tumbas. Hoy día esos lugares están resguardados y eso ya paró. Y paró a raíz de que se le estableció un código por GPS a cada uno de los santuarios y la comunidad ya no deja entrar a gente de afuera. Es un trabajo nuestro, eso lo logramos. Costó un poco, costó aproximadamente unos 10 años, pero ya hoy día eso es así. Aquí se consiguen más que todo cerámica, proyectiles y adornos.

Pareciera que tuviera que ver, claro, también en el larense hay un fuerte elemento de culto a los muertos, porque el sustrato que hay es ese caquetillo que está ahí, ese axagua que está ahí, yo creo que tiene que ver con eso. El interés de la gente es venir a excavar y llevarse los huesos, pareciera que si logras tener una falange, si logras tener un tarso, que sea un pedacito de hueso, eso da suerte, eso es lo que yo le he escuchado.

En todos lados hay unos huesos de un muerto y todo lo demás. Pero lo sabes es conversando con la comunidad en general. Esos son los primeros arqueólogos acá. Yo creo que ayudaría mucho la formación de esta comunidad en el campo antropológico, porque hay una guerra. Esa espiritualidad que hay en esta zona, durante mucho tiempo la gente venía a hacerse consultas de orden espiritual. La gente venía, se veía con un curandero. Aparte de que le hacía un rezo y le prendía una vela, le aplicaba una terapia natural, preparada con hierbas y cosas de la zona. Eso es una identidad plenamente caquetía, una identidad plenamente indígena. Es terapia. Es salud.

La iglesia, tanto evangélicos como católicos, tienen estos territorios como enclaves de brujería y satanismo. Y eso no es otra cosa que ignorancia.

Trescientos años de soledad, incestos y endogamia

Una de las líneas de investigación más impresionantes de la gente de Kakkejawas es la construcción, familia por familia, del árbol genealógico de los habitantes vivientes de San José de Tintín. El equipo de Erdwin y José ha levantado esta información con la comunidad y ha afrontado la situación (la endogamia, producto del aislamiento y otras situaciones heredadas de tragedias y acomodos culturales, ha desembocado en problemas, enfermedades, desajustes genéticos) con toda franqueza, explicando con materiales didácticos los problemas que trae la procreación entre personas de la misma familia.

En una pared de la casa-sede del museo está graficado el cruce de individuos entre familias, y el colosal diagrama investigado y ejecutado por el pueblo abarca cruces y parentescos desde 1815 hasta 2016. Arriba está la información de 2016; a medida que la gráfica, llena de muñequitos y grupos que se entrelazan e interconectan, baja por la pared, el diagrama va bajando los peldaños de la historia: 1920, 1895, 1847, 1815. La pared no es tan alta, por eso llegó hasta ese año; la información completa está levantada desde 1720: 300 años de cruces y encuentros de unas pocas familias, que al final se convirtieron en una sola.

Un libro fascinante recoge las francas conversaciones que llevaron a la organización de toda esa data: “Una historia contada al pie de los fogones”. Escuchemos en la voz de Erdwin Delgado los pormenores del cómo y el porqué de esa experiencia y ese título formidable:

La gente que quiere visitar el museo Kakkejawas llama, avisa cuándo va a visitar. Deben ser grupos pequeños, «porque como pueden darse cuenta no disponemos de mucho espacio, y cuando han venido escuelas, cuando han venido universidades, entonces vienen en diferente horario, grupos de un máximo de quince personas», informa José Carmona.

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Periodista, escritor y editor

1 comentario

María de Jesús Daza Bonnier 20 septiembre 2025 - 17:11

Estimado amigo, me encanta leer estas historias, no sólo porque mi familia es de Lara, sino por la conciencia que se crea, de a poquito, porque un gota de agua constante socava un camino, siempre que veo algo tuyo lo leo, interesante y cautivador.

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