Hoy, caminando por la ciudad, me topé con estos logotipos en bajo relieve e hice algo que nunca había hecho: pelé por el celular para tomarles par de fotos.
Los logos los modelé en arcilla (una de las cosas que más disfruto hacer con mis manos) para luego ser vaciados en cemento a través de moldes de yeso. Técnica que aprendí hace muchos años en el taller de modelado de la Facultad de Arte de mi amada Universidad de los Andes en Mérida.
El trabajo lo hice para un mural del querido y admirado artista Pablo Sanoja, quien me contrató como colaboradora y ayudante de su obra escultórica del Dr José Gregorio Hernández, colocada en una de las paredes de la avenida Roosevelt de Caracas durante el despliegue de murales que se dio en la capital por el bicentenario de la Batalla de Carabobo. Yo agradecida por su confianza y por haberme permitido participar con este minitrabajo en su gran y significativa propuesta muralista.
Uno de los logos sufrió extrañamente varios accidentes. Luego de un torrencial aguacero apareció partido en cuatro pedazos. Recuerdo que no había tiempo para rehacerlo y tuvo que ser reconstruido, pegado y disimulado a última hora antes de montarlo. Por eso la tipografía de una de las lápidas se ve toda mareada, al menos el logo fue rescatado.


Ese año fue intenso, a veces triste. La muerte se nos hizo cotidiana pero los días fueron muy creativos. Estábamos cortos de dinero, en plena pandemia y cualquier trabajo que saliera había que tomarlo, el de los logos de cemento fue uno.
Recién nos habíamos mudado a un apartamento que nos prestaron en Ciudad Tiuna. El espacio estaba completamente pelado. Nos tocó dormir en el suelo. Sólo teníamos un colchón individual todo esperrujío que solidariamente nos prestó el querido Gino González. Allí podíamos mas o menos descansar turnándonos día por medio. Poco a poco comenzamos a recibir donaciones de objetos para equipar el apartamento por parte de algunos amigos y amigas, pero esas son otras historias.
Ahí llegué con mis dos hijos a sentir el alivio de un refugio para una madre nómada y sin vivienda. Recuerdo que se me ocurrió decirle a Ernesto (quien para ese entonces tenia seis años) que en nuestro nuevo lugar vacío y gris estaba empezando un juego en el que yo sería la poderosa diosa de la nada y que con mis poderes maternales conseguiría todo lo necesario para que ellos vivieran bien y bonito. Todavía el juego continúa porque nuestro sueño es poder tener una vivienda propia.
Durante esos meses estuvimos entregados de cuerpo y corazón trabajando también para el proyecto de investigación Correo de Carabobo con textos de altísimo valor histórico escritos por José Roberto Duque. Ese trabajo colectivo obtuvo un reconocimiento del Premio Nacional de Periodismo “Simón Bolívar” en ese 2021.
Mis manos y mi mente ardían de patriotismo ese año. ‘El baile con la muerte’, canción dedicada a las mujeres desconocidas e invisibilizadas por la historia y que murieron en combate durante la batalla de Carabobo, la hice por esos días. Pieza que por cierto iba a ser utilizada para musicalizar un pedacito de la serie «Carabobo, caminos de libertad» de Luis Alberto Lamata.
Por extrañas circunstancias (a mi alrededor suelen ocurrir cosas extrañas) la canción nunca fue entregada a tiempo por el equipo de post producción del Cendis. Yo quedé con la idea de que no era una buena canción, pero igual la amo porque está cargada de un profundo sentimiento patriota.
Todas estas cosas (entre otras) que hicimos a lo largo del 2021 fué el preámbulo de nuestra revista digital Lainventadera.com, proyecto editorial que nació el 28 de octubre de ese año, día del natalicio del maestro y mentor Simón Rodríguez. De este proyecto me siento muy orgullosa por todo lo que ha significado: hemos logrado encontrar y mostrarle al mundo esa Venezuela resiliente maravillosa, alegre e ingeniosa.
El 2021 definitivamente fue un año trascendental para mi, tal y como lo predijo el Comandante Hugo Chávez: encontrarme hoy estos dos logos en el mural de Pablo, me hizo recordar esas hazañas y me ha hecho reflexionar y sentir felicidad y añoranza. A pesar de todo, dos años después de esos meses intensos en los que me recuerdo sin dinero, angustiada por la pandemia y creativa pero cansada, hoy seguimos en revolución. La mayor fortuna que tengo es poder mantener la mente y las manos siempre activas y creativas, sentirme optimista y por supuesto en permanente defensa de las ideas libertarias desde nuestra amada madre-patria Venezuela.
El arte salva.