En la India un joven de veinte años se levanta una mañana con sed y descubre que un tubo vertical de aluminio, enfriado por la inversión climática nocturna, atrapó suficiente agua del ambiente en su superficie para llenar un vaso que tomó con tanto placer. Una semana después inventó un dispositivo para robarle al aire dos litros de agua fresca por día.
El invento de Jawwad Pattel, como se llama este chico de la india, consiste en una torre plástica agujereada, cuyo corazón metálico, más fresco que el caluroso ambiente en Maharashtra, condensa el vapor de agua y lo baja por gravedad, ya líquido, hasta un almacenador que lo dispensa al sediento con una pequeña llave de mano.

Es simple pero maravilloso, que en el país más poblado del mundo, y al mismo tiempo el más desigual, altamente industrializado, tanto como contaminado, que un tubo enfriador de agua del aire sea más apreciado que un cohete orgullosamente nacional, para poner satélites en órbita.
Así son los mejores inventos. La industria del capital ya le compró a Jawwad su dispositivo, y por algo más de 30 dólares se vende en los mercados el genial “New Dropp”, blanco y estilizado, con enfriador eléctrico y ventilador interno.

Pero qué va, la gente de Maharashtra, su pueblo, sigue izando un tubo de aluminio dentro de otro plástico, más ancho y agujereado, para tomarse por la mañana el vaso de agua destilada más fresco del mundo, sin pagarle un cobre a nadie.
Maracaibo es la ciudad más calurosa de Venezuela y en una esquina del mercado público, un hombre mezcla jugo de naranja con hielo en una licuadora a pedal.
Manuel Díaz, como se llama este hombre, conectó el sistema de su licuadora a la rueda trasera de su bicicleta, hizo algunos ajustes mecánicos, y terminó pedaleando los mejores y más helados jugos granizados de naranja, en una esquina que ha llegado a tener cincuenta grados de temperatura en los días más calientes del año.
Manuel es un héroe local. Su invento originó otros basados en la misma técnica: una bicicleta vieja, apagones, necesidades, ingenio y supervivencia: La bicilavadora, la molicleta, el bicitaladro.

En el norte de Guatemala, donde no hay bloqueo al capital gringo de fomento, una comunidad maya recibió del Instituto Tecnológico de Massachusets, un importante auspicio para crear una factoría de inventos basados en la tracción humana, mediante la bicicleta.
Sembradores de café y cacao, estos amigos despulpan, muelen y tuestan sus cosechas con máquinas diseñadas y elaboradas a partir de ideas como la de Manuel en Maracaibo.
Bien pintadas, con la soldadura pulida y de aspecto muy nuevo y comercial, estos nuevos aparatos se exhiben en las vitrinas de “Maya Pedal”, como se llama la empresa creada a partir de la cooperación estadounidense.
Pero como en la India de Jawwad, los vecinos de “Maya Pedal” miran de reojo los precios de las nuevas y pintorescas máquinas, olorosas a esmalte fresco, les toman una instantánea mental y corren a sus patios o a los patios de sus familiares, para desempolvar una bicicleta vieja y comenzar el invento desde donde partió: desde la necesidad y el ingenio popular.
Algunos otros inventos nacen de un espíritu ilustrado con sensibilidad humana. Miguel Mujica, un joven científico colombiano, laureado, reconocido y con un brillo especial en el mundo del diseño aplicado a la ciencia, visitó una vez, en plan turístico, la llamada Alta Guajira colombiana.
La misma Guajira en la que mueren más de 50 niños al año por desnutrición, y que ve salir por sus puertos todo el carbón del subsuelo, hacia industrias estadounidenses, también ofrece planes turísticos de más de cien dólares la noche, para aventureros que quieren ver los cielos más despejados de Colombia, o experimentar por un fin de semana la vida extrema que los wayuu llevan centurias viviendo.
A Miguel le impactó la miseria de sus guías y anfitriones. La precariedad de la vida en las rancherías de Uribia y Portete. Sin agua, sin energía, sólo sal y fogones encendidos con el carbón coke que se le cae a los vagones pendulantes del tren, y que ellos recogen de entre las líneas.
Finalizadas sus vacaciones, y una vez en los laboratorios de Wunderman Thompson, donde trabaja, Miguel Mujica se sentó a pensar en un invento pequeño, útil y barato, que solucionara algo de aquella pobreza y recordó a las mujeres, tejedoras nocturnas de mochilas a la luz de los fogones.

Inventó y diseñó una lámpara de luz blanca que funciona con un combustible que a los wayuu les sobra, y que quizás nadie podrá robarles: el agua del mar.
La “Waterlight”, como la llamó, es una linterna que genera 45 días de luz con medio litro de agua del mar. ¿Cómo funciona? Miguel explica: el agua entra por arriba y se somete al proceso de ionización al bajar, generando 4,5 voltios, suficientes para producir luz durante 45 días. Es todo lo que sabemos. De momento, Miguel ganó tres premios en los Cannes Lions de Francia con este invento y la compañía Wunderman Thompson prepara su fabricación masiva, a bajo costo, por supuesto. Todo esto fue hace tres años, pero todavía no he visto la primera iluminando un rancho guajiro.