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El latir de la hojarasca

por Éder Peña
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Si has estado en un bosque, sea este tropical, seco, húmedo, nublado o de altura, sentirás un olor a lluvia así no esté cayendo una gota. Viene de la hojarasca, en donde viven seres insospechados de diversos tamaños y paciencias para picar… le pasó a un primo.

Nuestros bosques tienen la particularidad de estar sobre suelos generalmente ácidos y pobres en nutrientes como carbono, fósforo, nitrógeno, calcio o potasio. Ello hace que los procesos mediante los cuales se mueven estos elementos sean muy precisos, tanto como el aprovechamiento de la materia orgánica.

En la interfase entre la atmósfera y el suelo está el mantillo, una capa formada por residuos de plantas y animales muertos sobre el piso de los bosques. Protagoniza procesos de reciclaje del ecosistema mediante funciones que van desde la regulación del ciclo del agua – reteniendo hasta el 50% de su peso seco – hasta la descomposición de la materia orgánica. De esta manera, las hojas que cumplieron una parte de su vida útil pasan a cumplir una “muerte útil” aportando nutrientes y hasta estructura a los suelos.

Esto no es todo, hay un reservorio infinito de biodiversidad en esa capa orgánica que, además de captar semillas, es fuente de sustento porque ofrece materia, energía y hábitat a invertebrados, algas, hongos, bacterias… todos participan en la descomposición que pone a disponibilidad del suelo.

Un sistema agrícola no funciona como un bosque y, mientras más se aleja de su estilo de funcionamiento, más dañino llega a ser para toda la red de vida llamada “naturaleza”. Dicha red es un continuo, las cajitas y flechas están dibujadas en nuestras cabezas e ideas.

Nuestra especie descubrió que acelerando toda esa dinámica podía obtener alimento de manera más rápida, pero luego le puso precio a ese alimento y estableció mecanismos de poder a través de esto. Hoy en día nuestros “agrosistemas” son altamente dependientes y poco sostenibles en el tiempo y espacio debido a esa aceleración inducida por agroquímicos (fertilizantes inorgánicos y biocidas, en particular).

Una cantidad importante de gente ha aprendido que, para reproducir la vida propia alimentándose, no hace falta deteriorar la otra vida. En el ir y venir de dudas, preguntas, ensayos, aprendizajes y errores, esa gente que cultiva y produce alimentos ha encontrado un valor agregado a esta “cajita” del complejo sistema biogeoquímico con el que funciona un bosque.

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Como la fertilidad de los suelos está determinada por las cantidades de materia orgánica y por la actividad microbiológica que contienen, y el abuso de agroquímicos anula dicha actividad, aprendieron a elaborar mezclas diversas de microorganismos provenientes de bosques que ayudan a mejorar los suelos de cultivo. Se llaman Microorganismos de Montaña (o eficientes) y pueden llegar a ser casi 100 especies de bacterias ácido lácticas, bacterias fotosintéticas, levaduras, actinomicetes y hongos filamentosos con capacidad fermentativa.

Para su uso agrícola se elaboran con distintos métodos y los resultados muestran cómo mejora la germinación de semillas, la floración, el crecimiento y desarrollo de los frutos y permiten una reproducción más exitosa en las plantas. Adicionalmente se ha demostrado que mejoran la estructura física de los suelos, incrementan la fertilidad química de los mismos y suprimen a varios agentes fitopatógenos, es decir, causantes de enfermedades en numerosos cultivos.

Estudiosos del tema reportan que incrementan la capacidad fotosintética de los cultivos, así como su capacidad para absorber agua y nutrientes. Además, mejoran la calidad y reducen los tiempos de maduración de abonos orgánicos, en particular, el compost.

Su elaboración, que es como la de un caldo o vino, requiere paciencia y rigurosidad. Es cuestión de confianza, buscar recomendaciones en internet con el motor más confiable y tomar un poco de mantillo para empezar el experimento. Probar, preguntarse, innovar, hacer latir a cada molécula para que sea nutriente, como la vida misma.

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