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Vendrá el futuro y tendrá sus ojos

por José Roberto Duque
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Sí, ya sabemos que el poema de Pavese decía algo ligera o rotundamente distinto (“vendrá la muerte y tendrá tus ojos”), pero 1) no es bueno para nada mencionar a esa bicha en dos titulares seguidos, y 2) en rigor, el futuro es un territorio en el que la bicha nos alcanza y vuelve polvo de olvido o de precario recuerdos.

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Tal vez no sea una obligación legal pero sí es una obligación ética: lo que hagas, lo que intentes, lo que te salga más o menos bien o más o menos mal, es importante entregárselo a alguien para que lo continúe, se lo lleve al futuro, lo mejore o lo modifique según los antojos de los tiempos que vienen.

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Existe un impulso natural, normalizado y totalmente entendible, a partir del cual uno se junta, se asocia, se encompincha y arma proyectos con la gente de su edad, o más o menos. Eso no es un delito, una tara o un error, pero hay un momento en la vida en que uno debe forzar esa barrera y convocar a otras generaciones: a las que nos precedieron y a las que vienen después de la nuestra.

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Paréntesis, con observación para los lectores distraídos. Los tres párrafos anteriores “me salieron” con idéntica estructura de unidades semánticas: todos contienen el conector PERO. Esto quizá viene a delatar que he venido en esta entrega a justificarme. No me avergüenza para nada.

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El más longevo de los miembros del equipo de La Inventadera tiene 67 años. El más joven, 18. Entre esos dos extremos hemos relinchado seres que vamos de los 38 a los 62. Hoy (el día que sale al ruedo esta entrega de mi columna) se estrenan en nuestro portal-revista digital dos chamas de 24 y 25 años. Me siento fino, reconfortado, porque le estoy siendo fiel a una idea rectora: tal como en las autopistas y carreteras, hay momentos del camino en que debes abrir paso, dejar pasar a los que vienen con todo. No dejarse atropellar (ni por la vanidad ni por la parálisis) viene a ser la consigna.

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En 2009 conocí a un ser asombroso de cuya palabra y su ejemplo concreto no logro olvidarme ni desprenderme; José Rondón, campesino y constructor de casas con materiales insólitos y técnicas todavía más insólitas, empezó a hacer la suya a los 75 años, y cuando tenía 93 (momento en que lo conocí) me dijo que nunca diera por terminada o por bien iniciada la construcción de mi casa si no le había pedido opinión y consejo a niños y a mujeres. “Las mujeres ven vainas que uno no ve”, decía el viejo sabio merideño. La última vez que lo visité, en El Arca de José, vía páramo de La Culata, ya tenía 102 años y se maravillaba de las vainas locas y actitudes de Ernesto, que en ese momento tenía 4 de edad. El viejo lo miraba y escuchaba con genuina atención, en actitud de permanente sorpresa. Es el encuentro de seres con mayor diferencia de edad que he presenciado. José murió en 2019, a los 103 años. Y todavía no había terminado de construir su casa, “porque la idea no es terminarla sino tener algo que hacer en ella todos los días”.

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Vendrá el futuro y vendrá la muerte, ese par de misteriosos hermanos gemelos. Quienes vayamos agotando nuestro tiempo y nuestra energía nos extinguiremos de buena o mala manera, y los ojos que nos miren después del final nos preguntarán si hicimos algo para que la única vaina buena que hicimos en la vida tuviera continuación, o si al menos su interrupción tuvo algún sentido.

No tendrás chance de responder, compai: lo que hayas hecho o dejado de hacer responderá ese incómodo interrogatorio.

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