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Tras el fantasma de la pelota

por José Roberto Duque
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Este artículo se retroalimenta con el de Neybis Bracho, «Origen y travesías de la Pelota Criolla». Neybis escribió una reseña histórica de esta manifestación; esto que sigue abajo son las impresiones particulares de alguien que se encontró con las huellas de un fantasma: el juego en la memoria de Israel Nieves, de su esposa Hilda y del hijo nostálgico de un jugador legendario

Texto, fotos y reproducciones: José Roberto Duque

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Las cosas no son lo que son sino lo que uno recuerda de ellas: la frase, seguramente deformada (porque así es como la recuerdo, y no como fue dicha originalmente) es el único consuelo que encuentro a la mano cuando, puesto a pensar en las veces que me hablaron de la pelota criolla, apenas logro rescatar un par de burlas o reproches despiadados contra un grupo de muchachos, entre los que me encontraba.

En la Carora de los años 70 se jugaban muchas formas del beisbol, desde las chapitas y pelotica de goma hasta el beisbol propiamente dicho, con pelota de spalding, en sus variedades “pichando duro” y “poniéndola”. También se jugaba con pelota de trapo, opción marginal cuando no había para comprar una pelota de goma, que costaba medio (0,25); la de trapo se “bateaba” con la mano o con palo de escoba. Y había una forma muy local, de los alrededores del estadio de Carora, en la que se hacían peloticas con periódico y se forraban con teipe negro.

Alguna vez atrapé en el aire, no una pelota ni chapita sino una especie de burla o reproche de algún mayor a quien le molestaba que invirtiéramos tanto tiempo y energía en la jugadera: “Chachos atarantaos, si así fueran pa trabajar”. Y el otro, sembrándome un enigma: “Esos van a terminar como los viejitos de la pelota criolla”.

Medio siglo más tarde

Neybis Bracho me explicó, 50 años después, en qué consistía el insulto: los viejitos de la pelota criolla terminaron olvidados, así sin más.

Me contó de este juego (él lo llama “deporte”, como sus defensores, cosa que me parece ofensiva o degradante para este tremendo sujeto cultural) como de un ritual que probablemente tiene origen mesoamericano, aunque algunos lo emparentan más bien con la pelota vasca. Me dijo además que por ahí quedaban unos pocos cultores que resguardan información, libros y hemerografía sobre el juego, sobre la campaña heroica que desarrollaron varios personajes para que se reconociera como “el verdadero y único deporte nacional y autóctono de Venezuela”.

Y me dio otro dato formidable: un caballero y su esposa todavía fabrican las pelotas a la usanza antigua, con cuero de venado curado con dividive y no con sal. Este fue el gancho decisivo; molesté al amigo para que me llevara a conocer a este caballero, y finalmente le caímos en su casa.

El ex jugador y protector de la memoria del juego se llama Israel Nieves y asegura que forma parte de una estirpe de cultores de la pelota criolla desde más de tres generaciones, que se remontan al menos hasta el siglo XIX. Él nació en 1948; desde antes que él naciera sus padres y sus tíos tenían un equipo itinerante de cinco jugadores, bastante renombrado y temible en todo el actual municipio Torres del estado Lara y en los campos trujillanos. El niño Israel creció viendo jugar a sus mayores y escuchando cuentos acerca de otros señores a quienes no conoció: sus abuelos y allegados a éstos, que formaban parte también de equipos de ensueño y masacraban a sus rivales.

Hilda e Israel

Israel sacó una buena cantidad de copias de libros y recortes de periódicos de los años 70 a los 90, en los que hubo una especie de furor por la pelota y un lobby insistente ante las autoridades nacionales, para que el juego fuera reconocido, difundido y propagado por todo el país entre la juventud.

Lo único que se logró al respecto fue que, en la antesala de los juegos Panamericanos realizados en Caracas en 1983, el Instituto Nacional de Deportes organizara varios partidos de exhibición en Caracas, con trabucos caroreños y trujillanos (Israel formó parte de estos eventos) y su presidente Oswaldo ‘Papelón’ Borges prometiera que ese deporte se iba a jugar en todas las escuelas del país.

En uno de los recortes de periódico, de 1980, aparece un hombre apodado “Chalo”, orgullo de Curarigua, especie de Pete Rose de la pelota criolla, ejecutando un saque formidable en el que parece que flota mientras golpea la pelota. Unos metros detrás de él, bajo un árbol, permanece de pie el entonces ministro de la Juventud, Charles Brewer Carías, mirando la partida con el mismo interés con que un tiburón blanco miraría una ensalada de aguacates con lechuga.

Hay una fotocopia de otro recorte revelador; una breve nota en el diario El Impulso, publicada el 27 de abril de 1908, que dice lo siguiente: 

“Creemos que antes que el exótico baseball, modernamente importado del extranjero á muchos de nuestros pueblos, y cuyo juego no es entendible por la generalidad, debe preferirse por los aficionados la pelota, sport más criollo, y tan divertido e higiénico como aquel; pero creemos también que nos exhibe como incultos y atrazados el que se elija la plaza ‘Bolívar’, el sitio más céntrico y concurrido  de nuestra población (…) sabiendo que por las aceras y diagonales de dicha plaza es que más transitan familias, niños y hombres, que así estarán expuestos á sufrir un golpe de pelota o por lo menos tienen que soportar la gritería infernal de los muchachos y de muchos espectadores (…).

Que se haga como en todo pueblo culto: para esos juegos y deportes se elige ó destina un sitio apropiado, en las afueras de la población…”.

Es decir: váyanse a jugar para una playa.

Playa Freites, año 2023 de nuestra era

El señor Israel y su señora esposa Hilda no escatiman detalles de los días en que el primero iba a jugar pelota y se convirtió en un jugador reconocido como uno de los mejores de su época. Aparte de los recortes sacan una buena cantidad de galardones (diplomas, reconocimientos, medallas) y finalmente el objeto central del juego: pelotas hechas a mano por Israel Nieves con los materiales y la técnica descrita arriba.

Sobre el campo inmortal de la Playa Freites

Tiene una pelotica en el centro, cosida o tejida a mano, rellenada y envuelta en dos capas de cuero de venado. La capa más exterior se cose con la misma forma de la costura de las pelotas de beisbol, sólo que la pelota criolla lleva la costura por dentro y no atraviesa la capa más exterior sino que “se agarra” en el interior del cuero. El fabricante debe colocarle en letra visible el peso de cada pelota; la norma dice que deben pesar entre 220 y 240 gramos, aunque hay unas que rebasan y otras que no llegan a ese peso.

En el colmo de la generosidad, Israel nos regaló un ejemplar de la pelota, fabricada por él. Le pedimos ir a algún espacio adonde pudiéramos verlo jugar y de paso recibir algunas clases. Israel aceptó gustoso llevarnos a un lugar con leyenda en Carora: la playa Freites, escenario de una batalla célebre del siglo XIX y convertido después en campo de beisbol.

Israel va con su señora y con un hijo; este último se ofrece para hacer una demostración con su padre. Se ubican a una distancia de unos 30 metros uno del otro; en los certámenes el campo mide de 60 a 80 metros de largo, y tres metros de ancho; a los límites laterales se les llama largueros.

Israel repite el ancestral grito de desafío al hijo: “¡Voy!”, y el hijo responde: “¡Venga!”; Israel deja caer la pelota en la tierra, y cuando rebota la golpea con la mano semiabierta en forma de cuenco. A lo lejos el muchacho la deja rebotar una vez antes de devolverla con un golpe.

Las reglas del juego e incluso la puntuación se asemejan mucho a las del tenis, pero la criolla tiene unas complejidades y normas; la línea que divide a los equipos no está siempre en el centro, sino que se mueve a medida que cada equipo gana o cede puntos. La señora de Israel comenta: “Israel llegaba con las manos hinchadas y duras después de esos días de juego”.

Neybis y yo quisimos ser partícipes de la resurrección del juego en ese campo histórico, e intercambiamos pelotazos a uno y otro lado. En pocos minutos entendí el porqué de los efectos que mencionó la señora: pegarle a esa pelota duele, lastima, pone a prueba la resistencia de las manos.

Y aquel solazo.

Estábamos en eso cuando se acercó un hombre que nos vio jugar o tratar de jugar, y preguntó: “¿Están jugando pelota criolla? Mi papá jugaba aquí en la playa Freites. Francisco González, se llamaba él. Y mi tío era el zurdo Juan Bautista Serrano”. Se entabla una interesante conversación con Israel sobre personajes históricos del juego, sobre la forma de jugar y sobre el rol de los jugadores en sus posiciones. El súbito participante en la tertulia se llama Alí González.

Alí González

¿Criolla o indígena?

En la actual movida venezolana que quiere reivindicar las claves, los datos y manifestaciones que nos definen como pueblo y como cultura, debería haber un espacio para la pelota criolla. Habrás que luchar con unos cuantos lastres, entre ellos el desconocimiento del juego por las mayorías, y casi extinción de los clamores de hace 40 años por su difusión.

Quienes defienden la tesis del origen mesoamericano del juego tienen muchas cuestas que remontar. La más pesada tal vez es una declaración de Chío Zubillaga, emblema de los estudios históricos de Carora, que le atribuyó a esta manifestación origen vasco. Otros insisten en que se trata de una variación o adaptación vernácula de la pelota maya, pero hay detalles, como por ejemplo que la pelota maya no se golpeaba con las manos sino con las caderas. Y otro bastante elocuente: el nombre que han adoptado y defendido sus impulsores a lo largo de la historia es casi una confesión: si la pelota es criolla entonces no es aborigen.

Con todo, es un hermoso dato de otros tiempos, que pudiera conectarnos con prácticas preindustriales y previas a la ciudad monstruosa con factura del siglo XX.

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