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Demasiada magia para un solo planeta

por Teresa Ovalles
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Le hicieron creer que la historia es una ruta que solo asciende a la mejora de todo, solo y porque sí. También lo convencieron de que más gadgets significan más calidad de vida, que todo se puede solucionar, pero si no es así “ya se inventará algo” o que más tecnología compleja resolverá problemas complejos.

Le incubaron el cuento de que su especie es excepcional, que casi todo lo puede lograr por encima de leyes físicas o ecológicas. Se siente seguro, siempre en crisis pero seguro. Es invencible, inextinguible, así lo asume, puede solucionarlo todo.

Lo ha explorado todo, lo ha escudriñado todo, es incomparable todo lo que ha transformado y alcanzado mediante la fábrica, su altar. Todo es posible, según cree, aunque no lo haya demostrado la ciencia, su principal patrón de conocimiento que no es el único. A través de la misma ciencia conoce que la energía y los recursos son finitos, pero prefiere creer…

Le obligaron a contribuir a la riqueza de unos pocos y, para ello, se ha desplegado por todo el planeta. En los dos últimos siglos ha usado energía, consumido recursos y generado residuos de manera creciente, exponencial y continuada, mucho más de lo que hicieron todos sus antepasados.

Esos pocos le culpan de haber rebasado los límites planetarios, lo repiten a diario, se lo enseñan en la escuela y los medios. Enfrenta un agotamiento de minas y yacimientos pero sigue optimista en que algo se le ocurrirá.

Le dijeron que la Naturaleza es un otro, distinto y alejado de su experiencia, que la puede domar y someter, que puede prescindir de sus ciclos, flujos e intercambios para progresar. Que lo que haga con/contra ella se quedará allá.

Sus libros y revistas están llenas de textos que dicen que si no llegamos a vivir como Los Supersónicos o Star Wars entonces viviremos como Los Picapiedras o Los Croods. Nunca le dicen cuán “sostenible” es el desarrollo prometido, solo lo condicionan a preguntarle si debemos andar en guayucos y descalzos a quien critique como “nos desarrollamos”.

Cosas, cosas y más cosas, lo nuevo, lo más nuevo, lo hipernuevo… esas son las consignas. Sin cosas nuevas no hay progreso, así sean las mismas pero con otros colores, lo contrario son las cavernas, miseria, dolor y hambre. Lo importante es avanzar, no importa hacia dónde, pero avanzar, siempre creyendo que es hacia adelante, aunque vuelva a frases e imaginarios de 1945 o 1972.

En su altar del progreso infinito están los viajes espaciales, no solo para ir de paseo sino para “civilizar” otros espacios del universo. La ilusión de hacerse de otro planeta en caso de es que este llegue a dañarse irreversiblemente, como quien cambia de camisa. La nostalgia por algo que nunca ha pasado, como quien quiere llevarse una nube a su casa, no puede pero la extraña.

Cree que puede lograr su emancipación solo, caminando extraviado hacia los mismos horizontes que lo oprimen y esclavizan. Le negaron la capacidad de pensar cómo transformar su presente, lo hicieron adicto a las recetas y la repetición de consignas.

Crece en su vivero de fantasías la idea de que lo adecuado es solucionar todo con tecnologías complejas, desde la elaboración de los alimentos hasta la mitigación de la crisis climática. Como cree que todo lo puede acumular, que puede hurgarlo todo, entonces supone que todo lo puede resolver con más minerales e hidrocarburos pero “verdes”. Quiere inmediatez, velocidad, simultaneidad, vive en guerra con el tiempo…

Cualquier invento que no sea reciente y “distinto” le parece una “vuelta atrás”, aunque se mueve a diario sobre ruedas, el invento más antiguo. En su nebulosa mágica se ven todos los problemas resueltos con más tecnología, cuando muchos de esos problemas requieren hacer política aterrizada y lejos de ídolos como el mercado.

Cuando ve los comerciales de vehículos disfruta creer que su vida es eso: Andar solo por una carretera. Pero el sistema le desilusiona, lo encierra en autopistas atiborradas de otros seres colmados de pensamiento mágico.

La mayoría de las culturas del planeta y sus historias han demostrado que el bienestar común y la cooperación han sido más decisivos para nuestra supervivencia que el individualismo y la ultra-competitividad, el libre mercado, la falsa idea de libertad o el hiperconsumismo, pero sigue soñando con crecer y acumular, porque así lo decreta una élite que solo le deja migajas.

Vive posponiendo una crisis que lo arropa, para ello se dedica a cuidar un sistema ecocida, sigue regando una roca que no retoñará, le cambia de nombre a cada rato, unas veces “sustentable”, otras veces “verde”.

Cosas y más cosas, en ellas está la felicidad. Luces, colores y mucha propaganda, allí está lo atractivo. Es un ser que promueve el razonamiento lógico y estrictamente hilado, sin embargo cree que hay cosas, luces y consumo para todos, esa magia hace desvanecer la esclavitud que está anclada a su felicidad material. Quizás la ve pero está obligado a disimular, lo importante es amarrar el crecimiento a la felicidad, aunque la realidad diga que esto sólo se logra cuando el mundo está diseñado para unos pocos.

Crecer, tener, superar una crisis que es integral con ideas fragmentadas, alimentar un futuro que siempre será futuro pero nunca será posibilidad de presente. Atornillarse a ver su entorno como un viejo documental de depredadores y presas, no de seres interdependientes y conectados, como la vida misma.

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