Inicio Opinión y análisis Un trago amargo de café colombiano

Un trago amargo de café colombiano

por Fredy Muñoz Altamiranda
1.292 vistos

Cada sorbo de café colombiano tiene un regusto a sangre, tierra y pólvora; no es el más suave del mundo, como dice la mala publicidad de Juan Valdez, pero sí es el más sufrido. De todos los cultivos que fueron asumidos en el mundo como “productos insignia” nacionales a inicios del siglo veinte, el café colombiano es el único que nunca ha producido riqueza social.

Y quizás el problema ha sido el de la eterna dicotomía entre la agricultura y la riqueza. Sembrar y hacerse rico es algo que necesita una buena dosis de injusticias para producirse y deberíamos haber concluido hace tiempo que alimentos y dinero no son un fin en sí mismos.

La América colonial sembró café africano porque los holandeses lo quisieron pues lo necesitaban para convertirse en una potencia comercializadora del rublo, y lo fueron, sin sembrar una sola mata.

La mitología del capitalismo incipiente, durante el periodo de sustitución de importaciones, elaboró historias cándidas sobre cómo nos iniciamos en la caficultura, desde monjes transoceánicos que resguardaron semillas arábigas de las tormentas del Atlántico hasta clérigos que ordenaban a sus feligreses expiar sus culpas devastando montañas y sembrando café en las cordilleras orientales de Los Andes colombianos.

Nutricionalmente, el café no significa gran cosa en la dieta prehispánica, nosotros teníamos ya el cacao, pero lo impusieron emocionalmente al tejer alrededor de él una serie de hábitos y reiteraciones sociales que nos resultan primordiales para darle sentido a la existencia con un café al amanecer, para iniciar el día, generalmente al lado de alguien con quien se ha compartido el sueño físico y quizás el espiritual; o el café de la tarde, que en el monte tiene efectos gloriosos.

La idea de asumir al café como producto generador de riqueza no nació en el rancho de un conuquero. Imponerlo en las faldas de las cordilleras colombianas costó décadas, pues los colonos sefardíes que desbravaron aquellas montañas estaban más interesados en el frijol y el maíz que en un grano que no se come, y que alcanza su plenitud productiva a los cinco años.

Los colonos, con un hacha en la mano y una biblia en la otra, rebautizaron aquellas montañas e introdujeron al café en sus economías domésticas empujados por la ambición de la clase política parlamentaria que administró a su favor grandes cantidades de recursos públicos asignados a iniciativas nacionales para el modelo de sustitución de importaciones.

Aún a principios del siglo veinte, más de doscientos años después de su llegada a América, el café no era la gran ruta hacia la riqueza rural que los parlamentarios prometían.

Bajarlo a lomo de mula desde las cornisas andinas, beneficiarlo rudimentariamente y conducirlo hacia el mar, a más de mil kilómetros de distancia de donde fue sembrado para subirlo a los vapores holandeses que pagaban precios miserables, era algo más parecido a una escena de “Fitzcarraldo” que a la epopeya agrícola que enriquecería a un país.

Cuando finalizó la “Guerra de los mil días», después de firmar el armisticio, a bordo de un barco gringo, Rafael Uribe Uribe levantó la bandera de los cafeteros desde la ventana parlamentaria que le dieron por cesar la guerra contra el conservatismo. Uribe Uribe, que también sembraba café, se opuso a la tozudez de cultivarlo en el corazón montañoso colombiano, y propuso que se hiciera en la Sierra Nevada y en los Montes de María, dos sistemas independientes del Sistema Andino. La primera, a menos de cien kilómetros del manso puerto de Santa Marta, y los segundos a medio día en mula del puerto de Coveñas, ambos sobre el mar Caribe.

La respuesta de la clase política interiorana en el poder a las propuestas revolucionarias de Uribe Uribe fue contundente: resultó asesinado de un hachazo en la frente sobre los muros del Capitolio Nacional, antes de que la Colombia de entonces pudiera digerir la sensatez de sus propuestas.

Para los mismos colonos el café no era un buen negocio, preferían cultivos cortos y comestibles. Sin embargo, el financiamiento del Estado convenció a los caficultores y a través de un sistema enmarañado de subsidios, el codiciado grano, que no enriquece a nadie aguas abajo, terminó por imponerse año tras año y campaña tras campaña como nuestro primer cultivo.

En 1948, el asesinato de otro liberal revolvió para siempre al mundo cafetero. Jorge Eliécer Gaitán promovió el minifundio entre liberales comunes y colonos andinos en oposición a los terratenientes conservadores que ensanchaban sus haciendas desde el poder.

Con su asesinato, la policía conservadora creó un cuerpo de matones que sacó de sus pequeñas parcelas a más de medio millón de campesinos e impuso un régimen de terror y exterminio que aún existe en el corazón de Colombia. Los pequeños caficultores desaparecieron y los grandes hacendados anexaron las tierras abandonadas a sus fincas. Así nació el latifundio cafetero exportador.

La concentración de tierras hizo posible crear cafetales de miles de hectáreas, el gobierno forró de asfalto los filos de las cordilleras para que los camiones que reemplazaron a los ferrocarriles llevaran el café subsidiado hasta los puertos donde un nuevo patrón, la Federación Nacional de Cafeteros, esperaría la orden de la Bolsa de Valores para exportar.

¿Cómo un tostador de café, que nunca ha visto una planta viva, puede ganar cien veces más de lo que gana un sembrador cafetalero? De la misma forma en que un país como Holanda pudo convertirse en el primer comercializador de café del mundo colonial sin sembrar.

Afortunadamente, existe un mundo agrícola más allá de esta trampa de ratones que es el mundo del café de exportación con reglas comunes a todo país que la asume, pero eso es material de otra columna que les traeré en quince días, cuando termine esta buena taza de café amargo…

Autor

Sabemos que también te interesará leer:
Compartir:

1 comentario

FRANK ZAMORA 2 diciembre 2023 - 07:22

Ancestralmente el Café ha sido nuestra bebida favorita,… Abrazos.

Respuesta

Deja un Comentario