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Viva Venezuela (y también la Misión)

por Gino González
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«…esto sí es lo nuestro
sabe a frijol
a yuca sancochá
a topocho
a culantro e monte»

Ángel Custodio Loyola*

Entiendo que esta Misión (Viva Venezuela) aflora como consecuencia de los diversos llamados de cultores y cultoras al gobierno para que se tomen medidas en pro del realce (del “rescate”, pregonan voces más extremas) de diversas expresiones culturales ancestrales que identifican a Venezuela como nación. El reclamo se acentuó el diciembre pasado, cuando en los eventos decembrinos impulsados por el Estado hubo preferencias por otros géneros musicales y poca inclusión de los variados cantos navideños del país.

Sin embargo, sin ninguna intervención del estado, La Mocha, especie de confederación que agrupa a varias parrandas del centro (Aragua, Carabobo, Guárico, Cojedes…) en las navidades pasadas estuvo más activa que nunca, presentándose en diversos sitios y llevando el aguinaldo casa por casa como ha sido la tradición de largos años en este canto. Son parranderos natos y cada año ese es el motivo que los junta. Desde luego, nada comparable, si nos remontamos a la efervescencia de estas agrupaciones navideñas en los años 80.

Un árbol que no hace montaña, pero no quería pasar por alto este dato, que tampoco pretende justificar la omisión.

Celebramos y tenemos conciencia de la importancia de esta naciente Misión, al igual que todo intento anterior y actual en ese sentido.

Entendemos, y es importante que no queden dudas al respecto, que esta Misión se implementa en beneficio del total de las expresiones culturales que tengan como base la nacionalidad. Y aquí ya es posible que se enrede el papagayo, pues varias de esas expresiones se esgrimirán como representativas de ella. De hecho, en este registro de cultoras y cultores, el llamado se hace a quien cante, baile, haga teatro, música, poesía, artesanía y todo eso porai. No específica qué baile, qué canto, qué música. Especificarlo, además, a mi parecer, enredaría más el papagayo, aunque en esto ya hay camino andado cuando se hizo el Censo de Patrimonio Cultural en el país.

Foto Lheorana González

Pero, en fin, establecer parámetros en este abanico tan amplio, va resultar en un bejuquero indeseable.

Algunas ideas expongo en la primera parte de mi libro «Contrapunteo con Dámaso Figueredo». **

Lo primerito es que la cultura no se decreta. Cambios culturales mediante leyes es más difícil que “matá un burro a pellizcos”.

La cultura que nos impusieron es la del capitalismo, y en este molde sobreviven los restos culturales de nuestra tradición. Algunas se vigorizaron de tal forma que lucen relucientes y esbeltas, pero a fuerza de cirugía plástica, maquillaje, transfusiones, bebidas energéticas, esteroides y otras drogas similares. Brillan y su magnetismo capta buena parte de las emociones. Eso no es malo, peor es nada, pero allí no se consigue tanto corazón, y sí demasiado perfume.

No sólo en las ancestrales o “folklóricas” (por ponerles un nombre) sino en toda manifestación la dinámica del arte la impone el capitalismo. Es la tiránica realidad.

Pero algún rostro hay que tener, y ante la ausencia de alguno, en muchos casos, se recurre a la máscara para cubrir las apariencias. Aunque preferible sería ninguno, para ir dibujando como sobre lienzo en blanco, pintando, configurando aquel que insurja en la fuerza creativa de un pueblo en revolución. Pero esto no deja de ser consigna, más utopía que otra cosa, y la utopía “sólo sirve para caminar”, parafraseando a Galeano, lo cual ya es bastante y no se le puede exigir mucho.

Lo otro es cómo asimile la población el espíritu, las razones y el fundamento de esta Misión. Si se capta en toda su magnitud, importancia y transcendencia o cae en el hueco de las necesidades materiales.

Somos un país asediado, y a la par de las respuestas económicas, las políticas no se deben obviar, y en esto la nacionalidad es vital. Cómo se defiende un país que no se quiere, que no se ama, que no se valore.

No se trata de que cantemos feo o bonito, ¡claro que cantamos bonito! Todos los pueblos del mundo cantan bonito porque para cada persona que se siente parte de su pueblo, ese es el canto más bonito. El día que usted crea que su pueblo canta feo, esta frito. Pero, más que andar convenciendo a nadie de que así se defiende al país, convénzalo, esgrima sólidos argumentos, haga cosas que demuestren que este país es maravilloso, su historia, sus mártires, Bolívar, su diversidad musical y cultural en general. Exponga a pleno corazón el amor por esta patria y nuestra disposición a morir por ella, pero, sobre todo, por sobre todas las cosas, a vivir por ella.

En el orden cultural hemos sido demasiado inmediatistas. Como si fuera fácil, como si realmente hubiésemos tenido el poder real para generar esos cambios que suenan tan sencillos en la lengua, en esta guerra de más a la defensiva que la ofensiva que nos ha conducido a tomar decisiones para efectos inmediatos. Un país no se construye con burbujas de jabón ni con arrebatos emocionales que se evaporan pronto.

Reconocemos que en muchos casos se hace lo que se puede y no lo que se quiere, y es cierto que no podemos salir de la inmediatez, en eso nos va la vida, inmersos como estamos en la geopolítica mundial, pero es mortal descuidar la permanencia histórica. Necesario encontrar la clave para trabajar en ambos sentidos.

El asunto no es tan sólo andar a la caza de expresiones momificadas, huérfanas de pueblo desde hace mucho tiempo ya. Y lo dice alguien a quien le emociona esa búsqueda y lo que encuentra lo difunde para la querencia, en la fe de que algo de eso nos queda en el inconsciente colectivo.

El asunto no es la revolución cultural de la que a los “ñangaras e izquierdosos” como yo nos gusta tanto hablar, así como si la vaina fuera “soplar y hacer botellas”. Si es que incluso, es tan grave el asunto, tan vertiginosamente depredadoras las dentelladas de esta perversa maquinaria cultural, que abocarnos a recuperar o salvaguardar lo hermoso que hemos logrado construir como pueblo en medio de la tragedia de estos más de 500 años de coloniaje, es revolucionario. La dignidad, la historia, lo amoroso y colectivo que somos, la poesía de la tierra, del pájaro, del árbol.

Ya irremediablemente en el fango de la hegemonía cultural planetaria, existen verdaderas urgencias a afrontar que involucran con espanto a la infancia y la juventud que se mueve entre la casa, la calle y la escuela, con un cerebro que se disputan los buitres de las redes sociales cada vez más invasivas. Son una ametralladora constante, un caldero hirviendo con aceite espeso que nunca se evapora. Allí, en esa manteca, hundidos en el fango: la evasión, la indiferencia, el individualismo.

Cuáles serán los olores, los sabores, la música, los juegos, los recuerdos que los conectará con la niñez, con los abuelos, en el futuro.

Cómo incidir con urgencia para revertir el divorcio cada vez mayor con el cuerpo, con las manos, con el entorno, con los amores históricos y naturales.

No es fácil la tarea, no se trata sólo de un hueso dislocado que se endereza con un yeso o con las manos sobadoras de algún viejo curandero. Es algo peor: se trata de llevar el corazón a su sitio.

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* Ángel Custodio Loyola. El Carnaval

** González, Gino. Contrapunteo con Dámaso Figueredo. El Perro y la Rana, 2022.

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2 comentarios

Norys Nicoliello 30 marzo 2024 - 15:25

Excelente artículo, creo que debemos hacer muchísimo más por la difusión de nuestra cultura en redes y paredes, los artistas venezolanos se pierden en el anonimato, no son promocionados ni dentro ni fuera del país. Así como disfrutamos de otras culturas, deberíamos anteponer la nuestra, proyectarla, sentirnos orgullosos de lo que somos y tenemos como pueblo.

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María Isabel Arias 2 marzo 2024 - 21:21

Muy buen artículo, concuerdo con lo aquí expresado por Gino; yo creo necesitamos que las escuelas inculquen, no enseñen, el canto tan variado que tenemos, los bailes, los juegos, todo lo que sea nuestra cultura, desde niños es que se reconocen en sus querencias.

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