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El litio viene a salvarnos

por Fredy Muñoz Altamiranda
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Definir la sostenibilidad frente a la sustentabilidad es el primer embrollo semántico que nos plantea la ciencia militante a quienes ponemos ambos pies en la crítica y en el combate al Sistema.

La sostenibilidad tiene que ver con dinero y la sustentabilidad con coherencia. Al menos así he comenzado a entenderlo. Se sostiene si produce plata para seguir existiendo, y se sustenta si la razón para que exista coincide con la vida.

Para mí, que desconfío de todo lo que el capitalismo teoriza en su favor, son dos términos aplicados a la gruesa sustentación y sostenibilidad de la permanente agresión del Sistema a la naturaleza, y a cualquier forma de vida.

En el caso de la energía, que es de lo que intento escribir hoy, la humanidad transita por una delgada línea de contradicciones a la hora de tomar partido, porque de una parte está el bienestar, el confort o la placentera existencia desde el goce tecnológico, y por otro la permanencia de la vida en este pequeño y fugaz mundo.

Cuando el capitalismo se encontró con la mecanización, se industrializó. Y cuando la industria conoció a la energía eléctrica, que fue hace muy, pero muy poco tiempo en términos geológicos, hemos convertido cualquier cosa en recurso para saciar el hambre energético del consumismo.

Las hidroeléctricas deforestaron cantidades indecibles de biomasa vegetal, convirtiéndola en metano, que fue directo a la atmósfera, e hizo más daño que todas las chimeneas de las termoeléctricas petroalimentadas que pretendieron erradicar.

¿Y para qué? La publicidad, la televisión y la suntuosidad nocturna del primer mundo consumieron más del 80% de una energía que venía a resolver el desequilibrio socioeconómico y ecológico de casi un siglo de demencia petrolera.

Una ciudad como Las Vegas, que no es ni sostenible, ni sustentable, consume en una noche de paroxismo toda la energía que necesita un país como Honduras para funcionar un mes.

Sin embargo en sus calles, en los estacionamientos de los hipermercados Wallmart, en los barrios de las pobrerías obreras que mantienen relucientes los escenarios de la “ciudad que no duerme”, se concentra una de las mayores masas de “homeless”, o personas sin casa. Allí hay un germen de pobreza y de consumo de fentanilo que señala directamente a un Sistema que desbarata sin miramientos los recursos no renovables e imprescindibles para la vida en la tierra.

Pero las economías desarrolladas están dispuestas a arroparse con una gran cobija sustentable de energías limpias para que estos disparates no sigan ocurriendo.

La energía solar viene en nuestra ayuda, a pesar de que su generación tenga una huella de carbono tan negra y mortífera, como cualquier otra que se haya intentado hasta ahora.

En los años noventa, cuando el neoliberalismo comenzó a vacunarnos contra la ineficiencia pública con altas dosis de sosteniblidad facturada, el sueño de desconectarnos de la energía privada con la compra de un kit de energía solar nos pareció estupendo.

Algunos lo hicimos. Desafiamos al Sistema con tres paneles y un par de acumuladores voltaicos extra pesados, rellenos de finas capas de cobre y plomo que nadaban en ácido sulfúrico.

Acumuladores que perdían su vida útil muy pronto, y nos obligaban a comprar otros nuevos, más grandes, con más plomo y más ácido sulfúrico. Y preferimos no saber a dónde iba tanto ácido saturado, de tanta batería gastada y apilada en los patios de los distribuidores exclusivos.

Luego, con los generadores eólicos me sucedió algo que quizás alguno de ustedes comparte: la imagen de aquellos gigantes blancos moviendo sus aspas de cara al mar, me recordó la primera aventura del Quijote cuando salió de su casa a “desfacer entuertos”.

La energía eólica era el Quijote de su momento. Y como todo Quijote ha muerto en sus contradicciones, aplastada por una montaña de estudios sobre sostenibilidad y sustentabilidad que se pueden resumir así: cada generador necesita unas diez hectáreas de tierra para ser instalado. Las grandes aspas blancas, construidas en fibra de vidrio, son costosas y frágiles, y producen una gran cantidad de basura tecnológica cada año en los “parques eólicos”. La energía que producen es poca, en comparación con la voracidad que muestra el consumo actual de “gamers” nocturnos y “mineros” de cryptos que han repoblado nuestro antes sencillo y bucólico planeta.

Pero ya viene el litio a salvarnos. Las esperanzas de una nueva generación sostenible y sustentable se apoyan en él.

El litio es ahora la solución para los acumuladores enormes y contaminantes. La maravilla que nos permitirá tener un auto eléctrico, cargado de noche con la misma hidroelectricidad de siempre, o la termoeléctrica que carbura diesel en alguna costa apartada de nuestros ventanales.

El litio, que brota de los salares desérticos de Los Andes como una lágrima milenaria y envenenada. No importa cuánta energía tengamos que usar para calentarlo a mil grados centígrados, ni los dos millones de litros de agua limpia que tengamos que usar para obtener un kilo de ese mineral.

No importa, porque el litio viene a salvarnos.

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2 comentarios

Beder 9 septiembre 2024 - 19:28

Buenos dias.
interesante columna, sin embargo respetuosamente, en tu reflexion el panorama no es alentador no propones ninguna pista de solution, seria un buen aporte. gracias

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Katania Felisola 12 mayo 2024 - 16:41

Excelente, camarada. Gracias por escribir y compartir este artículo. lo difundiré.

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