Inicio Cómo va el mundo Una ciudad que “medio” funcione (I): Las cifras y los tiempos

Una ciudad que “medio” funcione (I): Las cifras y los tiempos

por Éder Peña
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En días recientes la prensa y redes sociales han mostrado los efectos de las lluvias extremas en Brasil, en particular en Río Grande do Sul. Las imágenes muestran lo que nadie quiere ver: Una de las ciudades “más progresistas y modernas de Brasil” como Porto Alegre bajo las aguas luego de que las lluvias e inundaciones sin precedentes dejarán más de 100 muertos, 1,5 millones de damnificados, 131 desaparecidos y 362 heridos.

En pocos días el caos se adueñó del sur del país vecino debido a este evento meteorológico extremo. Sin embargo, hasta febrero pasado, la ciudad de Montevideo que está a unos 600 km experimentó una sequía intensa que obligó a sus pobladores a tomar agua salobre.

Sigue ausente la discusión sobre cómo poblamos el territorio y para qué. El futuro de las ciudades es uno de los aspectos que debemos abordar en la actualidad. Más allá de los detractores o defensores del tema, están las preguntas respecto a su sostenibilidad como modelo de ocupación del territorio.

La población urbana sigue aumentando sin mostrar señales de detenerse en algún momento; las imágenes de Porto Alegre, en un tiempo llamada la «capital de la democracia participativa», se hacen comunes en otros espacios urbanos. En ellos la alta densidad poblacional se combina con modelos de desarrollo urbano anclados en la expansión de los negocios inmobiliarios y la despoblación rural.

En 2021 la Metrópoli de Tokio estaba poblada por cerca de 37,3 millones de habitantes sobre una superficie de 2.194 km2, mientras que Venezuela posee casi 29 millones de habitantes distribuidos en 1.075.987 km2. En nuestra superficie caben 490 ciudades Tokio y si todas estuvieran pobladas como la original vivirían 1,8 millardos de habitantes, lo que representa una cuarta parte de la población mundial… solo en Venezuela.

Sin embargo, Japón tiene 9 millones de viviendas vacías, el 14% de las casas de ese país son “akiya” y podrían representar más del 30% de las viviendas dentro de una década. Están vacías no solo por la despoblación rural sino por temas fiscales.

Siguen las cifras y el ocio matemático: analistas prevén que pronto Tokio será superada por varias megaciudades del mundo “en desarrollo”; en 2050, la mayor megalópolis será Mumbai (India), con 42,4 millones; en 2100 Lagos (Nigeria) se llevará el premio a la población, con 88,3 millones, y se prevé que otras nueve megaciudades de países en desarrollo superen los 50 millones de habitantes a finales de siglo.

Más cálculos y proyecciones: la mitad de la población mundial vive en ciudades y pueblos desde 2007; en 2018, el 55% de la población global vivía en ciudades, estos son más de 4.100 millones de personas. La ONU prevé que esta proporción aumente hasta el 68% en 2050, año para el que se proyecta unos 2.500 millones de personas más en las ciudades del mundo. Un aumento del 61% de la población se registrará en el mundo y el 90% de este incremento se producirá en ciudades asiáticas y africanas.

Ahora, ¿de dónde vienen las ciudades? La explicación más simple es que las poblaciones humanas comenzaron a ser sedentarias luego de la implementación y despliegue del conocimiento agrícola. Esto permitió instalar asentamientos humanos que fueron complejizándose en función del acceso a las necesidades básicas, como agua y la energía; de la economía y el poder, pero también de las condiciones climáticas.

La guerra, como motor de muchos elementos de la historia humana, también influyó en el modo de ocupar el territorio. Cada ciudad es entendida y diseñada como un cuartel o refugio en el que se concentran tanto la apropiación de la energía y los materiales como la fuerza de trabajo, casi siempre determinados por las jerarquías sociales y económicas.

Cuando apareció la energía fósil, y con ella la revolución industrial, este proceso se acentuó. El hecho de poder concentrar la energía y disponer de ella permitió que los propietarios del territorio y su naturaleza asociada, pudieran concentrar también la mano de obra. Un molino movido por agua o viento era menos eficiente que uno movido por carbón o, luego, petróleo. La tecnología asociada a esta energía también fue concentrada y con ella, el proceso fabril.

Una fábrica, a diferencia de otros espacios productivos, obligaba a que los obreros vivieran cercanos a ella, también permitía descartarles o cambiarles si envejecían.

Las ciudades son espacios en los que se concentran los recursos. Para mantener la vida humana en una ciudad se requiere dirigir a ella cantidades ingentes de agua, energía, alimentos y, además, disponer desechos en todas las fases de la materia. Las emisiones de gases, aguas servidas o basura son motivo de preocupación constante para los gobiernos.

Así como existe la narrativa socialmente construida de que el cambio climático y sus impactos podrán resolverse por vía de innovaciones tecnológicas, también existe la que cree que se puede lograr con un modelo de ciudad que “medio” funcione. Es complejo hacer proyecciones en tiempos de sobrepasamiento (overshoot) ecológico, en los que el consumo de biorecursos y la producción de residuos superan las capacidades de regeneración y asimilación, respectivamente, de los ecosistemas de apoyo.

Ya se ha mostrado que el problema no es esencialmente de sobrepoblación sino del ordenamiento que ha hecho el capital corporativo en la naturaleza. Cada proceso ecológico depende de muchos otros, ninguno es aislado, tampoco las ciudades son entes aislados ni fragmentados, se trata de sistemas abiertos.

Mucha gente dice que el problema es de planificación, pero el asunto está en que las ciudades, tal cual son (no como dicen algunos que deberían ser), están pensadas para funcionar como lo hacen. Reflejan la manera como se ha pensado la vida humana desde que existe la modernidad: con minorías explotando a mayorías mientras se apropian de la red de vida.

El hacinamiento en los barrios es parte de ese diseño de planeta que nos gobierna y que ha alineado el derroche en favor de la acumulación. Las urbes han sido pensadas como motores de crecimiento económico, centros de comercio, sedes de gobierno, sedes de grandes universidades y manantiales de arte y cultura, pero cabe preguntarse cuántas se han pensado como entidades sujetas a las mismas leyes biofísicas y limitaciones naturales que el resto de los sistemas vivos complejos.

Las cifras y los tiempos muestran que la ciudad, tal cual está planteada, es un reto para las generaciones futuras. Mientras lees esta columna, en Asia, la futura región con ciudades más pobladas, hay “confinamiento climático” por una ola de calor. La discusión está abierta. No se trata de la catástrofe versus la esperanza, sino de promover el debate a este respecto para que las políticas no sean basadas en el mismo pensamiento mágico que ha generado la crisis. El fruto esperado no son meras recetas, es invitarnos a generar preguntas que ofrezcan certezas o dudas movilizadoras, que iluminen mejores destinos y bienestar colectivo, como la vida misma.

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