
Fredy Muñoz Altamiranda | Cambur verde mancha
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Una de las cosas que más ansía un agricultor, cuando quiere ampliar sus horizontes productivos, es comprarse un tractor. O cualquier máquina que lo ayude a desbravar el terreno contenido y surcar la tierra libre de malezas, para sembrar, regar y cosechar su fortuna.
Es un deseo casi generalizado que evidencia que la mayoría de quienes trabajamos la tierra, o dependemos de ella productivamente para vivir, no conocemos el suelo.
A esa conclusión llegaron Ray Archuleta, ingeniero agrónomo, y el equipo productor del documental largometraje Kiss the soil (Besa el suelo) luego de una sustentada investigación que pone en evidencia nuestra ignorancia, llevada de la mano por las multinacionales que nos venden los “insumos” que vienen a reemplazar la riqueza que le matamos al suelo cuando aramos.

El pequeño agricultor llega a esa condición, por imitar al modelo industrial de explotación masiva de la agricultura, que está muy lejos de su intención inicial que es alimentarse, sostener su granja, y producir dinero con los excedentes de sus cosechas.
La agricultura que nos impusieron mediática, académica y técnicamente después de la Segunda Guerra Mundial, nos alejó de la relación humana, artesanal y hasta espiritual, que tenían nuestros viejos con la tierra.
Siempre recuerdo mi impaciencia de novato cuando quise sembrar mi primer campo de maíz en los Montes de María, asociado con unos viejos amigos montañeros, campesinos de la vieja escuela.
Yo llegué de la ciudad con la mejor semilla, sacos de fertilizante, calculadora en mano, dispuesto a enseñarles cómo hacer rendir más aquellas tres hectáreas de bosque húmedo, que transpiraba su olor de hojas podridas debajo de nosotros, y que yo quería ver “limpio” de inmediato para ararlo y sembrar, recoger, vender y pagar. Porque ese fue el triste carrusel en el que nos montamos.

Y aquellos compañeros desde el rancho de palma que hicimos, tomando un café amargo muy temprano, con un palillo de palma entre sus dientes, comentando como aullaba a lo lejos el mono colorado, y si la menguante traía agua o no, y cómo el armadillo había salido ayer por la vertiente de arriba del arroyo en lugar de hacerlo por donde lo hacía siempre, me llenaban de impaciencia a medida que expiraba el tiempo muerto de los créditos y empezarían a correr los temibles plazos bancarios.
Cada mañana nos levantábamos muy temprano a machetear con sigilo por entre el rastrojo escaso, dejando una que otra mata en pie, y resguardándonos del calor del mediodía bajo la palma, mientras hervía nuestro almuerzo en un fogón alegre y diligente.
Eso ocurría mientras a escasos metros de ahí, los nuevos agricultores araban predios de forma simétrica, dejando unas líneas de terreno peinado y limpio sobre el que máquinas sembradoras metían semillas regadas luego por pivotes gigantescos, que recorrían los campos como druidas de la tecnificación.
¿Cuándo ganaremos igual? Me pregunté siempre, mientras mis compañeros y yo puyábamos el suelo con unos palos verdes, pesados, y en el hoyo que dejábamos metíamos seis, cinco, siete semillas de maíz que luego cubríamos con una pelmaza de tierra húmeda, hojas, y palitroques.
Ray Archuleta, el ingeniero redimido del documental del que les hablo, revela que el arado masivo es la principal causa de liberación del carbono contenido en el suelo, hacia la atmósfera, y que la práctica reiterada de ese error técnico es una de las principales causas del calentamiento global.

Miren por dónde va la vaina. Desconocer que el suelo en su estado natural es el principal reservorio de elementos y de microorganismos que propagan la vida y le dan fuerza y mantenimiento a la agricultura que se hace de forma ecológica, nos lleva a cometer uno de los errores más grandes que han derivado en el desastre climático que vivimos.
Por supuesto que culpar exclusivamente al modelo de agricultura industrial es una injusticia. En ese mismo reclamo va la minería, la industria petrolera, la deforestación para el uso industrial de la celulosa, la aviación comercial y todo eso que nos venden como el progreso.
Pero en nuestro caso, desconocer qué es, cómo interacciona y qué compone a ese enorme universo microbiano, fúngico, químico y físico que es el suelo, nos ha llevado a relacionarnos mal con la producción agrícola, a desear mal, y a frustrarnos en nuestro primer intento por vivir de la tierra.
“Mira como queman la plata” decían mis viejos amigos campesinos de los Montes de María cuando veían las quemas de verano hechas por los terratenientes. Pero yo veía que, en lugar de quemar la plata, lo que hacían era precisamente ganar más plata, porque sus cultivos eran los más organizados, lo más grandes y los de mejor rendimiento en la zona.
Y nuestro maíz crecía en medio de un enredo de palos secos atravesados, unas matas por aquí, otras por allá, con matas de frijol subiendo por los tallos, con auyamas de hojas prehistóricas tomándose todo aquel campo que yo quería ver limpio y simétrico, como el de nuestros vecinos ricos.

Pero qué bueno que mis amigos vencieron y me enseñaron a ver el mundo y a la naturaleza como ellos. Desde adentro, y no por fuera del alambre, con una calculadora y unos lentes de sol, sacando cuentas para ganar dinero e ir a gastarlo en los nuevos centros comerciales.
Nosotros recogimos nuestro maíz, verde en parte, para hacer los bollos de mazorca, o las cachapas, todos en familia en aquel ranchón de palma humeante. Sacamos el frijol para nuestro arroz y el dulce de la Semana Santa, apilamos cantidades inimaginables de auyamas que fuimos comiendo en cada sopa, en cada desayuno, en cada mañana del verano mientras recogíamos el maíz seco que había quedado.
Por supuesto que quebramos en aquel primer ejercicio financiero. Los bancos que me prestaron el dinero para la semilla y los insumos aún me están buscando. Y por supuesto que nunca más me acercaré por esas ventanillas y oficinas impolutas, no por temor, sino por convicción.
Para conocer más al suelo les recomiendo ese documental de Joshua Tickell y su hermana Rebecca, “Kiss the soil”, besa el suelo, como a mí me enseñaron a besarlo los Navarro en los Montes de María, a quienes dedico estas líneas.
2 comentarios
Aja Viejo Fredy y entonces?
excelente me gustó mucho su columna importante amar, conocer la bendiciones de la tierra 🙏