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La huella de carbono

por Fredy Muñoz Altamiranda
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De un día para otro la discusión ambiental planetaria se va reduciendo a esto: ¿de qué tamaño es tu huella de carbono?

Como un asesino que le pregunta a otro: ¿qué tanta sangre dejaste en la escena del crimen?, la tecnocracia ambiental se empeña en limpiar los desmadres del desastre, antes que prescindir del desastre mismo.

El Protocolo de Kyoto es un trabalenguas de fórmulas químicas y toneladas métricas o cúbicas. ¿Cuánto tardaron en descubrir que el desodorante que usaron en la primera cita con aquella persona era un monofluorocarbonado, asesino del aire, que propició un encuentro amoroso pero derritió un iceberg del tamaño de Irlanda?

Los protocolos ambientales de las Naciones Unidas, que nadie respeta, se empeñan en mostrar hoy a la reducción en la huella de carbono como una acción eficiente con la que se detendrá el desastre.

Las Naciones Unidas, que no son capaces de evitar la masacre diaria de niños palestinos por parte de Israel, tampoco pueden obligar a medio centenar de industriales a que detengan la conversión de nuestro futuro planetario en criptomonedas para ser gastadas en Marte, o en alguna luna de Júpiter, porque aquí ya no se podrá.

Según la burocracia ambiental del mundo, todos los países deben llevar su industrialización hacia términos “aceptables” de emisión de gases que producen efecto invernadero, para disminuir la huella de carbono, y en esa línea seremos felices todos.

En la Patagonia chilena y Argentina hay inmobiliarias interviniendo el pie de monte andino para convertirlo en parcelas “con huella de carbono cero”.  El atractivo financiero es que podrán ser adquiridas para no intervenir el bosque y garantizarle al comprador un título valor que salva al planeta.

De ese tamaño es la manipulación macabra del capitalismo. Los territorios del mundo que aún sobreviven a nuestra depredación, pueden ser asimilados por el Sistema para absorber capital y ganar dinero con el embeleco de la disminución de la huella de carbono.

Y debajo del desastre ambiental está un desastre humano del que ya poco se habla. Sacar a relucir las condiciones laborales de millones de obreros asiáticos, latinos, indios o europeos del Este, es un discurso que se quedó en los noventa.

Si la denuncia no incluye la posibilidad de medir la injusticia en términos de carbono, es una denuncia anticuada, pertenece a nuestra prehistoria de lucha, cuando militábamos en partidos alineados con la Unión Soviética.

Dentro de poco, y me refiero a meses, la ropa, los teléfonos, los zapatos, un vestido de noche, dirá exactamente en su etiqueta cuál es el tamaño de la huella de carbono que produjo al ser fabricado, y nos sentiremos muy aliviados de comprar una camisa con una huella de carbono de 300 unidades, antes que una con huella de carbono de 1.000 unidades.

Poco importa ya si la camisa la fabricó un ejército de niños asiáticos que no duermen, que le alquilan al capitalismo la existencia y en lugar de patear pelotas felices bajo los aguaceros del Monzón, dejan su candidez en galpones de confección a dos dólares el turno de la noche.

Pero si ese galpón que esclaviza niños confecciona sus camisas con algodón orgánico de la India, sembrado en latifundios que antes eran fumigados por Monsanto, pero hoy usan productos de la línea verde de Bayern, esas camisas tendrán menos huella de carbono que otras, y habrá que preferirlas, lucirlas en el paroxismo de los fines de año en Cartagena, Ibiza, o Río de Janeiro.

La huella de carbono es el nuevo mascarón de proa del Sistema, y su reducción es el discurso barato que tratan de vendernos con asepsia caligráfica y tono de conferencia en Viena.

Las condiciones de destrucción del planeta siguen intactas. Es más, se agravan. Cada día nos venden simulaciones como esta que nos hacen más ignorantes. Nos apartan de la realidad.

En el desierto de Antofagasta, en una tierra de nadie sobre la que ondea una bandera chilena, se encuentra el cementerio de ropa más grande del mundo.

Ropa etiquetada por las grandes franquicias de la moda, que ya nadie usa porque a los quince días de comprada salió la colección primavera verano, es desechada en el desierto más caliente e inhóspito del planeta.

La visión de millones de toneladas de trapos que un día fueron la última moda, volando de una duna a otra según el viento, es una metáfora siniestra de nuestra liviandad como especie.

Pero hoy no importa nada de eso. No importan los desequilibrios socioeconómicos que causa la inequidad. No importan las condiciones laborales de nadie, el mundo está lleno de migrantes desesperados que te reemplazarán en el momento en el que decidas protestar por los términos de tu contratación laboral.

La discusión sobre cómo afecta el ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres al futuro de nuestra existencia, es una discusión obsoleta.

Lo importante ahora es expresar nuestra benevolencia con la disminución del tamaño de la huella de carbono de lo que hacemos, sea bueno o malo, pero sin dejar de hacerlo, por supuesto.

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1 comentario

Dafne Gualdron 25 mayo 2024 - 06:15

De paso ya hay toda una investigación que dice afirma que British Petrolium contrató a diferentes psicólogos que diseñaron esa estrategia macabra de la huella de carbono para lograr de una vez por todas de que la gente sienta culpa de todo el tema medioambiental. Marta Peirano, una periodista relata ésta investigación un poco en su libro «Contra el futuro»

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