4:00 p.m., me subo en la avenida Francisco Solano en el carcamán Mercedes, bus que atraviesa Caracas de este a oeste y viceversa. Dos mujeres, quienes van a ser mis compañeras de viaje hasta la esquina de Veroes (avenida Urdaneta), donde planeo quedarme, se montan en la Andrés Bello. Justo en ese punto se atiborra más la unidad. La más habladora de ellas (como de unos sesenta y con el carnet colgando de CANTV) cuando el muchacho que charrasquea su cuatro estartalao (al que le falta una cuerda) finaliza sus cuatro llaneras con una voz que retumba hermosa en la larga y vieja unidad de transporte, comienza a hablar sin parar con su amiga, yo en medio.
Quejas sobre la flojera de su familia para hacer cualquier cosa en la cocina, la tranquilidad del piso cinco (en el entorno laboral), las ofertas de una tienda de todo a dólar… Al pasar por una esquina donde se encuentra una torre ministerial (semáforo en rojo) todo el mundo observa con curiosidad envidiosa la entrega del CLAP a les empleades. Destaca dentro de la bolsa transparente, un empaque, de tamaño nada despreciable, de leche en polvo de una marca reconocida y apreciada por “el consumidor”. Comentan:
–“Mira, a esa gente les dan buenas cosas, ¡les dan hasta harina pan!”.
Yo (de metida) dije que la leche en polvo sí me parecía buena, pero que la famosa harinita no. La mujer, acusando una sorpresa “inusual y extraordinaria”, como si nunca hubiera escuchado tal contrariedad, me dice:
–¡A usted no le gusta la harina pan!
–No señora. A mí esa harina me da acidez, me tranca el estómago. Además, eso no alimenta nada, la hacen con el bagazo del maíz,eso no es maíz.
–Pues, yo tengo toda la vida comiendo harina pan…
–Y de paso, estar alimentando a esos vagabundos de los Mendoza. ¡No, qué va!
–¡Ah!, pero es que entonces ya eso es un tema político lo suyo…
–Las dos cosas señora, las dos cosas…
Justo a tiempo y antes de que se armara una sampablera, vino mi parada. Pero pudiéramos haber continuado la disertación con las respectivas arremetidas y descréditos a la harina amarilla que viene el CLAP (de las comunidades, no el institucional) y demás factores de la enquistada obsesión de la gente con dichosos productos Polar.
Esta es la más reciente de mis conversaciones callejeras del tipo “tomando el pulso social”, amén de las que se dan entre personas allegadas. En diversos espacios he podido notar una desgraciada constante: la preferencia/defensa, ese bendito “gusto” por la bendita harina. Incluyendo camaradas chavistas.
Me permito, a propósito de la máxima: “lo personal es político”, poner un ejemplo personal de lo que puede considerarse algo a lo que muches activistes llaman “coherencia política”, cosa por cierto, sumamente difícil de lograr en todos los planos.
Desde hace muchísimos años, unos quince por lo menos, no compro esa harina. Antes de la crisis de escasez, gracias a una eventual carencia de hemoglobina durante el embarazo, me habitué a comprar el maíz blanco, procesarlo y consumir arepas de maíz real. No vivía en el campo ni mucho menos. Además –para que se entienda que no era una especie de excentricidad particular– compartía con un grupo de gente cercana que hacía lo mismo de manera habitual y no representaba una complicación del otro mundo. Hasta nuestras hallacas las hacíamos de masa de maíz.
Cuando sobrevino la crisis de abastecimiento nos cayó perfecto este hábito, porque aquello de hacer una cola desde la madrugada para comprar una “piche” harina, ni se nos pasaba por la cabeza. Luego, con las subsiguientes crisis, no de abastecimiento, sino del bolsillo producto del afianzamiento de las medidas coercitivas unilaterales en el país, la compra de ese maíz para consumo diario se convirtió en un lujo que no nos podíamos dar: costos por kilogramo, gas, energías para la cocción, tiempo de procesamiento, etc.
Si a eso se le une que comenzaron las ayudas del Estado con los Comité de Abastecimiento y Producción en cuyas cajas/bolsas viene la harina pre-cocida (algunas mejores, otras peores), asumimos dicha ayuda, bien recibida fue e incorporamos distintos elementos, tanto de procedimiento, como mezcla de ingredientes para mejorarlas, en los casos en que no cumplían nuestros estándares. Con esta solita “coherencia” me doy por servida.
En el ámbito de lo público y lo profesional, muchos esfuerzos se han hecho. Este proyecto de revista digital es una muestra de visibilización y difusión de lo que constituye una alimentación no alienada y del combate a dicha dependencia, inoculada e ilógica, hacia un producto que realmente carece de calidad nutricional. Se le suman otros, como programas y campañas del Estado, ejemplo, “Venezuela Nutritiva”, el mismo Comité (CLAP), en cuya gestión se ha visto la mejora y el impulso de las harinas de producción nacional para hacerle frente al monopolio. Tanto es así, que a la fecha contamos con más de trescientas marcas distintas en el país.
Para algunas personas es un punto de honor no consumir, mostrar o publicitar estos productos. Hay quienes defendemos, con el puño y la capa de súper bigote, una soberanía y dignidad alimentaria en la cotidianidad. Pero, infortunadamente, somos muy pocas. La mayoría asume una conformidad inaudita ante sus propios patrones de consumo alimentarios. En este escenario serán francamente insuficientes los esfuerzos aislados, aguas abajo, si no somos más sagaces y no se crea una estrategia de poder para enfrentar este enemigo.
Y usted dirá: ¿qué tiene que ver la mesa con los votos? Para una respuesta a esa pregunta, lea el próximo trapito en cuyas líneas, además, encontrará la voz del pueblo en el pulso de la calle, con una que otra conversación con alguna vendedora de café o algún chofer, quienes nos podrán dar indicios sobre la salud social del pueblo en tiempo de elecciones.
3 comentarios
Yo recibo la bolsa institucional y viene con harina pan, tienes mucha razón comprándola beneficiamos a ese sionista latinoamericano, pero a mí me la da el ministerio (cosa que no entiendo) que debería buscar otros productos buenos de otras marcas, la Kaly blanca es muy buena y cuesta 29 bolívares.
De verdad que me he hecho la pregunta y la respuesta que he encontrado es que no es una politica del organismo que da el beneficio de alimentación, sino que es un asunto discrecional de las unidades de administración y compras que terminan gestionando dónde los largos tentáculos del mercadeo de ese megaconsorcio que es alimentos polar y por eso con la harina viene todo el combo nada alimenticio: mayonesa, margarina. ketchup etc. Como en mi caso recibo el CLAP territorial en mi casa tenemos afición por probar y clasificar la calidad de todas esas marcas antes desconocidas, revisamos su origen, de donde vienen, algunas deliciosas con sabor a maiz de verdad, otras que requieren más hidratación o más amasado. Es decir, nos alimentamos y conocemos nuestra producción y variedades de maíz. Entonces SI estoy de acuerdo, lo alimentario es POLÍTICO.
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