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Fascismo de cuatro puntas

por Fredy Muñoz Altamiranda
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Fredy Muñoz Altamiranda  | Cambur verde mancha

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El fascismo tiene al mundo encendido por los cuatro costados. La guerra en Ucrania, a punto de convertirse en un cataclismo nuclear. El genocidio en Gaza, usado por Israel como una provocación para que los gringos destruyan a Irán. El embolsamiento del progresismo en América, llevándonos a guerras civiles internas para destruir la unión que empezó Bolívar. Y el acoso a China, el verdadero “primer mundo”.

Nacido en el odio y la ignorancia cortesana, el fascismo es la más grave expresión de egoísmo y de impotencia desde el poder.

Es oportunista y disimulado. Cuando ruedan las cabezas de la autarquía, el fascismo se convierte en opción republicana y parlamentaria. Contamina los avances políticos de la humanidad, y alimentando a nuestros más bajos apetitos, se hace mayoría y despunta hacia una nueva era de oscuridad y autoritarismo.

Ya lo hemos vivido varias veces en la Historia. De la mano de la Iglesia persiguió a la ciencia y se adueñó del arte. Los mejores hombres y mujeres de la pintura, la música y la escultura, diluyeron su talento en el antagonismo papal, mientras masas de seres humanos zumbaban como moscardones en los templos, pidiendo una vida mejor que nunca llegó por esa vía.

Sólo las revoluciones han parado al fascismo. Desde Francia hasta Cuba, pasando por la Revolución Mexicana, por el octubre rojo, el maoísmo, todo ha sido un combate contra el fascismo enraizado incluso en nuestra gente más pobre.

Cuando la corona inglesa vio amenazado su futuro con la revolución industrial, se apoderó de la máquina a vapor y la convirtió en trenes para colonizar con más eficiencia.

Antes había prohibido el libre desplazamiento de la gente de un lugar a otro, para garantizar la producción de alimentos en los antiguos patios feudales.

Pero el ser humano caminó a otras tierras buscando la promesa liberal de la industria, y lo vincularon a un telar mecánico o a una factoría de carbón, pagando con su vida y un sueldo miserable, la osadía de haber dejado el campo ajeno para explorar su propia libertad.

En México la revolución fue traicionada por el fascismo. Asesinó a sus líderes naturales, Zapata, Villa y muchos otros. Hasta la iglesia se propinó sendas amputaciones para purgar del germen de la justicia popular a sus propias filas.

En Europa el fascismo se mimetizó en el capitalismo y las riquezas nacientes, fundó democracias y creó partidos que luego incubaron nacionalismos enfermizos como el alemán de los años 30.

Crearon la figura de Hitler calculando que luego la historia culparía a su personalidad excesiva de todo el horror que estaban dispuestos a desplegar, para recuperar los privilegios perdidos con las revoluciones de principios del siglo XX.

La Revolución rusa paró esa locura. Le costó a los pueblos europeos la vida de sesenta millones de sus hijos, detener la ambición de cuatro grupos de familias “reales” que sobrevivieron a la guillotina.

Pero no fue suficiente. El fascismo volvió a tomar forma de tribunal, se instaló en Nuremberg, se auto juzgó, extendió una nube de impunidad sobre sus propios hijos criminales y los sembró por el mundo, para más tarde, o sea ahora.

Las Naciones Unidas también nacieron en ese tiempo. Nuestras democracias, desmembradas después por las dictaduras fascistas de los setenta y ochenta, también son hijas del fascismo disfrazado de estado moderno.

Todo el exceso de nitrato de amonio que sobró de la segunda guerra mundial fue utilizado por fascistas alemanes que nunca pagaron sus crímenes, para convertirlo en fertilizantes sintéticos.

Y ahí se pusieron la vestimenta de salvadores del mundo, con la promesa de crear una revolución agrícola que erradicaría el hambre de la humanidad.

La Revolución Verde es el aporte del fascismo a la agricultura. La mezcla de la ambición financiera, los agroquímicos y la irresponsabilidad ambiental crearon el agronegocio.

Durante medio siglo nos envenenaron y dañaron la ecología planetaria, sólo para financiarse, crecer, robustecer su capacidad destructiva y avanzar hacia las formas de fascismo que estamos viendo.

Desde las frágiles democracias el fascismo esparció mala educación revestida de opciones de progreso para la juventud aturdida por el expresionismo de la postguerra, y creó una generación de profesionales adversos a los intereses revolucionarios populares.

Muchos de esos jóvenes nos gobiernan hoy, o son empleados de las mil cabezas de las Naciones Unidas en el mundo, la más grande e ineficiente oenegé de la humanidad. Cómplice del fascismo.

La tecnología y la virtualización de las vidas contemporáneas nos enfrentan en otro escenario: las redes sociales como el atizador de las guerras civiles, que el fascismo necesita que nazcan como dinámica autodestructiva de los pueblos que hemos intentado sacudirnos su maldición egoísta y perversa.

Nuestro continente es una de las cuatro puntas en las que el fascismo ha regado gasolina y ha puesto a sus más espeluznantes símbolos a que corran con una antorcha en la mano.

En Argentina está el más reciente y peligroso de todos. Administrando al Estado se declara su enemigo. Insultando todos los días al pueblo que lo eligió, se declara su liberador.

El fuego fascista avanza rápidamente. Pero en algunos sitios es fatuo e incipiente. Como siempre, desde las revoluciones tenemos el trabajo de combatirlo.

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1 comentario

Katania Felisola 19 octubre 2024 - 07:37

Excelente artículo. Sólo añadiría una de las aristas de dominación más solapadas del fascismo «moderno»: las industrias farmacéuticas. Nos han enfermado desde la industria alimenticia y el sedentarismo, para intoxicarnos con medicina «científica» que nos ha hecho dependientes de su basura farmacológica, haciendo a un lado y menospreciando la medicina natural ancestral.

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