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Pistas sobre la transición “verde” de los ricos: energías y riesgos (I)

por Éder Peña
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Éder Peña | Como la vida misma

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Ya en una ocasión se explicó cómo la acumulación de riqueza, llamada así cuando no se quiera decir “saqueo” o “expoliación”, es perjudicial, no solo para la gente que trabaja sino para la naturaleza no humana. Y no se trata de un tema ideológico en sí, sino de algo que un sector de la ciencia se ha dedicado a estudiar con datos y cifras.

Desde hace más de 30 años, las élites económicas han estado conscientes del daño, con visos de colapso, que causa a diario el modo de producción capitalista. Algunos activistas ambientales y sociales hablan de la indiferencia corporativa como el síntoma de una clase que está ciega y no entiende lo que pasa porque no cree en la crisis ambiental global y ya. Otros asumen que se trata de la necedad de una clase que solo piensa en sus intereses económicos, es así, pero hay más.

Se puede exponer el caso de un gigante de inversiones que ha logrado crecer en los últimos años de dogmatismo neoliberal, tanto en Estados Unidos como en buena parte del mundo. Se trata de BlackRock, llamado el “calamar vampiro” de la economía global. Su CEO, Larry Fink, dijo en 2020: “Tengo 68 años y siete nietos. Quiero dejar un planeta mejor para ellos”.

Como dice el investigador y docente Ruben Martínez en una serie de artículos, Fink se refería al mismo planeta donde BlackRock opera como principal inversor en las ocho mayores empresas petroleras y controla acciones en compañías fósiles por un valor de 87 mil 300 millones de dólares.

Se trata de un representante de las mismas élites que, por años, han negado la crisis climática, fetichizado la conservación de la biodiversidad poniendo a las especies (delfines, osos panda y demás) por encima de los socio-ecosistemas e impusieron el discurso de que “el hombre” daña a la naturaleza. Todo envuelto en una escisión entre esta y la cultura.

Otro documento suscrito por Fink incluye una frase, más clara imposible, en la que afirma que el riesgo climático es riesgo de inversión, pero la transición climática es una oportunidad de inversión histórica. Para ello han implementado una serie de mecanismos mediante los cuales podrán eliminar ese riesgo para el sector privado y transferirlo al balance del Estado, es decir, aumentar la deuda pública.

No veremos a toda esa “opinión pública” diciendo que iniciativas como los Climate Finance Partnership de BlackRock se financiarán con “los impuestos que YO pago”.

Resulta que el mayor accionista de empresas de energía fósil será quien motorice una transición “verde” a energías “renovables”. Sin embargo, pocos datos logran convencer a unos ojos abiertos de que, en un sistema como el actual, se podrá reducir la dependencia del petróleo, gas o carbón. Por el contrario, cada vez hay más evidencias de que su demanda va a seguir aumentando en los próximos años y de que va a costar sustituir sus usos, más de lo que se pensaba,.

Hay que decir que las energías renovables no fueron pensadas por los países del Norte Global, ni por las corporaciones que los dirigen, para reducir las emisiones de gases invernadero. Fueron pensadas para reducir la dependencia del petróleo luego de las crisis petroleras de los años 70 y principios de los 80, especialmente luego del embargo petrolero de 1973.

En un mundo en el que la despolitización galopa de manera vertiginosa, los gobiernos del mundo responden cada vez más a la “CEOcracia” y menos a la democracia. Los Estados no se tomaron el tiempo para discutir si querían cambiar a energías “renovables” o si la civilización moderna podría sostenerse con electricidad. Mucho menos con energía eólica y solar intermitente.

Lo que sí han aportado muchos gobiernos son incentivos económicos, en forma de créditos fiscales, subvenciones para investigación y subsidios directos para “estimular a los mercados” a resolver el problema. Como en muchos otras facetas de la I+D (Investigación+Desarrollo), los gobiernos financian la investigación por la vía de infraestructura, salarios a docentes, becas a estudiantes y demás gastos.

El caudal de dinero público se traduce en asignación de capital para el beneficio corporativo de corto plazo en lugar del beneficio público de largo plazo. Lo usual: Se privatizan las ganancias y se socializan los costos.

En Ucrania, Argentina o Australia, estos fondos de inversión ya no hacen greenwashing, hacen lo que saben hacer: comprar barato para vender caro y garantizar beneficios a sus clientes.

Y si alguno se pregunta por qué esta columna no habla de la arremetida post-electoral contra Venezuela, se aclara que de eso se trata esta columna de hoy: No existe un solo conflicto geopolítico que no incluya a la naturaleza, más en un país “rico en recursos” como el nuestro.

Basta con preguntarse las coincidencias de Javier Milei y una de las partes del conflicto y, como no es malo saber sumar, agregar a esta ecuación los vínculos del primer mandatario argentino con el referido “vampiro calamar”: BlackRock.

Sólo Estados Unidos y China tienen un PIB mayor que la riqueza administrada por este gestor de fondos, cuyos activos rondan los 10 billones de dólares. Es el equivalente a la suma del PIB de Alemania, Reino Unido y Francia, las tres mayores economías europeas.

El actual gobierno argentino está rematando (o “privatizando”) activos nacionales en energía, minería y agro. Nada fuera del libreto, “minimizar el riesgo” para el capital es empobrecer mayorías, expoliar territorios y hacerse de lo que garantice más dinero y poder, sea carbón, petróleo, litio, viviendas, playas, tierras raras, cobre reciclado o parques eólicos.

Mientras esas élites nos venden una “transición energética”, la verdadera “renovable” sigue siendo la de hace más de 500 años: Esclavos, hijos de esclavos, que se reproducen para tener hijos esclavos que extraigan naturaleza. La misma que, convertida en mercancía como el trabajo, termina en manos de los “defensores de la libertad global”.

Acerca de esa energía renovable se refiere una investigación reciente de la Universidad Autónoma de Barcelona, España, en la que se calculó el intercambio desigual de mano de obra entre el Norte Global y el Sur Global. Los trabajadores del Sur global aportan el 90% de la mano de obra que impulsa la economía mundial y el 91% de la mano de obra para el comercio internacional. Sin embargo los salarios del Sur son entre un 87% y un 95% más bajos que los del Norte por un trabajo de igual habilidad y dentro de los mismos sectores productivos.

Por cada hora de trabajo incorporado que el Sur importa del Norte, tiene que exportar 11 horas para «pagarlo». Esto da como resultado grandes flujos netos de valor del Sur al Norte. En resumen, sin un intercambio desigual de mano de obra (o energía endosomática, la del cuerpo de cada trabajador), las economías del Norte tendrían que reducir su consumo a la mitad o duplicar sus horas de trabajo.

Sobran pruebas respecto a cómo estamos pensados en el planeta que tipos como Fink quieren dejar a sus nietos, también hay pruebas de que la transición que imponen va hacia lo mismo que está viviendo la humanidad, pero “verde”.

Además, persisten amenazas de guerra, la ecuación se complica, como la vida misma…

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Biólogo. Investigador asociado (IVIC)

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