Inicio Semblanzas Saúl Flores: ecología y sostenibilidad

Saúl Flores: ecología y sostenibilidad

El proyecto de rehabilitación de las plantas de café del IVIC, rumbo a un café de excelencia, está en manos de un caballero con una larga historia de aprendizajes y militancia

por Irania Medina
995 vistos

Irania Medina / Fotos Yrleana Gómez

______________________________

En junio de 2017 el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) otorgó por primera vez en su historia un doctorado Honoris Causa. Era la primera vez en 55 años de creación del Instituto que se otorgaba este título y recayó en Saúl Flores. Para él, este honor representaba una mezcla de “orgullo y contradicción”.

“Cuando se estaban peleando por ese título, no lo pedí, yo no lo quería. De hecho, cuando me enteré, les dije que me hicieran una prueba, un examen, algo que avalara mis conocimientos”.

Siendo apenas un bachiller de la República Bolivariana de Venezuela, en el año 1999, había diseñado un experimento para demostrar que Algunas toxinas podían salir de las plantas de maíz. “A pesar del miedo que sentían algunos de mis colegas, decidimos publicarlo”, comenta. Este conocimiento fue respaldado por el Doctor Gunther Stotzky, director del Laboratorio de Ecología Microbiana de la Universidad de Nueva York, quien envió una carta destacando su trabajo durante dos años en su laboratorio.

“En el año 2000 llegué como ayudante e inmediatamente me convertí en el encargado de organizar y recuperar las líneas de investigación que habían quedado estancadas”. Durante su estadía en Manhattan los transgénicos estaban ganando popularidad, por lo que no tuvo más remedio que adentrarse en ese tema complejo y controvertido. “Tuve que estudiar a fondo los transgénicos y los efectos que dejaban estos organismos modificados”.

Para ese momento descubrieron que las toxinas se quedaban en el suelo y afectaban a los microorganismos. Este hallazgo tuvo repercusiones significativas en la industria biotecnológica. “El 27 de diciembre de 2001, cuando publicamos el estudio, las acciones de las empresas de biotecnología cayeron drásticamente”.

El trabajo no sólo fue reconocido en el ámbito académico, sino que también generó un gran revuelo mediático, atrayendo la atención de grandes multinacionales como la compañía Monsanto y otras empresas estadounidenses productoras de agroquímicos, que intentaron silenciarlos. “Recibimos ofertas para comprar nuestra conciencia, pero decidimos seguir adelante con lo que habíamos descubierto”.

A pesar de la problemática, su trabajo culminó en múltiples publicaciones en revistas científicas de alto impacto, como Nature, donde su capacidad para generar información valiosa en un corto período de tiempo fue ampliamente reconocida.

Antes del IVIC

Saúl Ramón Flores Acosta nació el 13 de julio de 1955 en Trapichito, un pueblo del municipio Petit en el estado Falcón, que considera “un lugar casi de otro planeta” debido a su belleza natural y a su aislamiento. Proveniente de una familia humilde, su padre era cuidador de “Radio Coro”, la primera emisora de la región, que se encontraba en el patio de la finca donde vivían. Su madre era analfabeta; en esa época ser analfabeto era común. Era una Venezuela donde la educación no era accesible para todos.

La radio se convirtió en su compañera inseparable, un medio crucial en la comunicación de una comunidad durante los años setenta. Cuando tenía 13 años, comenzó a colaborar, ayudando a los locutores y aprendiendo el arte de la transmisión. Desde sus inicios, se dió cuenta de que la radio no sólo era un medio de entretenimiento, sino un canal de enlace vital en tiempos convulsos. Uno de los programas más significativos fue “El Diario del Aire”, donde se leían noticias y mensajes que conectaban a las personas con la Sierra: “Francisco Pérez avisa que la carga de leña está lista, que pueden pasar a recogerla”, narraba simpáticamente en vivo el locutor.

Sin embargo, un día la tranquilidad se vio interrumpida por el contexto político. Saúl recuerda un episodio impactante: “Estábamos transmitiendo en vivo y entraron unos hombres armados”. Relata cómo aquellos hombres exigieron abrir el micrófono para dar un mensaje: “Queremos hacer un llamado a no ir a votar. Estas elecciones son una farsa. La lucha armada sigue, venceremos”, era la proclama de los últimos reductos del Frente de Liberación Nacional, que se encontraban en la Sierra en medio de un clima electoral tenso.

“Enseguida me mandaron a salir del estudio. Al ver la luz de mi casita a lo lejos, sentí un impulso por correr. Pegué una carrera hacia la casa y le dije: ‘Papá, papá, está la guerrilla’. Papá, escéptico, me respondió: ‘No, eso es mentira’. Era la noche del 28 de diciembre, coincidía con la festividad local Día de los Locos de la Vela de Coro, lo que llevó a su padre a pensar que se trataba de una dramatización. ‘No, ponga la radio para que vea’. Cuando su padre sintonizó la emisora, se dio cuenta de la gravedad de la situación. Poco después, comenzaron a ladrar los perros y sentí un escalofrío, pensando que venían a buscarme por haberme escapado. Sin embargo, los guerrilleros sólo querían preguntar por rutas de escape”.

En 1971, con 18 años, ingresó al Tecnológico Alonso Gamero de Coro, actual Universidad Politécnica Territorial de Falcón, donde encontró el epicentro de un movimiento que buscaba transformar el país. Fue ahí donde conoció a miembros de la Liga Socialista, partido que estaba re-organizándose en la clandestinidad. “Mi primer acercamiento a la política fue en un encuentro ‘cultural’ con trasfondo político: Los poderes creadores del pueblo”.

“En una casa cercana, compartimos risas y canciones con figuras como Jorge Rodríguez (Padre) y Belkis Mesa, quienes serían figuras importantes en la lucha política del país”. Sin embargo, el ambiente de esperanza se tornó sombrío cuando, un par de semanas después de ese encuentro, se enteró del asesinato de Rodríguez. Decidió enfocarse en sus estudios y conoció a un grupo de investigadoras argentinas que habían llegado para realizar un convenio con el antiguo Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT). “Ellas prácticamente huían de las dictaduras que se vivían en ese momento en el sur. Estas mujeres establecieron una unidad de investigación que despertó aún más mi interés por la vegetación y los ecosistemas áridos y semiáridos del estado Falcón. Me ofrecí para ayudarlas y me dieron trabajo. Aprendí mucho sobre botánica y el levantamiento de la vegetación”.

La conexión con las investigadoras argentinas no sólo le permitió profundizar en sus conocimientos, sino que también abrió la puerta a nuevas oportunidades académicas. ”Comenzaron a hacer un convenio con la Universidad Central de Venezuela (UCV), y surgió la posibilidad de estudiar, así que, en el año 1976, con un Mapire en la espalda, llegué a Nuevo Circo en Caracas con la determinación de estudiar biología”.

Los inicios en el IVIC

Saúl ingresó a uno de los tres Laboratorios de Ecología de Suelos del Centro de Ecología del IVIC en 1979, año y lugar donde comenzó a acumular experiencias y anécdotas que marcarían su camino. Una de las más memorables para él fue cuando se entrevistó con el doctor Rafael Herrera, uno de los fundadores del IVIC. “Me preguntó: ¿qué sabe hacer usted de suelos? Le respondí que no sabía nada, pero que estaba dispuesto a aprender”, recuerda.

Esa actitud de apertura y disposición para aprender sería la clave de su éxito en el mundo de la investigación científica. El doctor Herrera, impresionado por su disposición, le ofreció trabajo en el Laboratorio de Ecología de Suelos. “La única vez que trabajé con suelos fue en Falcón cuando sembraba patillas con mi papá, en aquellos suelos áridos, empecé a trabajar y prendí rápidamente”.

En los años 90 la ecología enfrentaba un contexto complicado; las potencias mundiales estaban interesadas en los recursos naturales de los bosques que aún no habían sido explorados, como la Amazonía. “Este escenario influyó de manera significativa en la dirección de la investigación científica: se tornó más crítica y más necesaria”.

A pesar de las tensiones a nivel mundial, investigadores del IVIC realizaban un proyecto en una población venezolana al suroeste del estado Amazonas, frontera con Colombia. “Este proyecto permitió descubrir aspectos fascinantes de la ecología amazónica, se demostró que la mayoría de los nutrientes están en la biomasa vegetal. Si se quita la vegetación, el suelo tarda muchísimos años en recuperarse”.

La investigación realizada en esa época no solo contribuyó al conocimiento científico, sino que también sentó las bases para futuras políticas de conservación. Saúl, quien apenas era un estudiante en ese momento, tuvo la oportunidad de vivir seis meses en San Carlos de Río Negro, “un lugar remoto, al que sólo se podía llegar en avión militar. La comunicación se hacía a través de un radio justo a las 3:00 de la tarde”.

Durante su estancia, trabajó junto a investigadores norteamericanos que estudiaban la vegetación, lo que enriqueció su perspectiva sobre la ecología. “Recuerdo que había un botánico y un antropólogo que vivieron en la estación del IVIC durante casi cinco años. Su objetivo era conocer el comportamiento de las comunidades locales y de los individuos que habitaban esa área”, relata Saúl.

Esta colaboración interdisciplinaria no sólo amplió el entendimiento de la ecología amazónica, sino que también destacó la importancia de la conservación en un momento crítico de la historia mundial.

La hora del café

Su más reciente investigación es un esfuerzo por revitalizar las áreas cafetaleras del Instituto, y establecer un modelo de sostenibilidad que aproveche los recursos naturales y los desechos agroindustriales. “Este lugar solía ser una hacienda cafetalera muy productiva, y me llamó la atención el potencial de este café viejo, que tiene entre 80 y 100 años”. En lugar de desechar las plantas viejas, decidió experimentar con prácticas de poda para regenerarlas. Sin embargo, tras recibir consejos de otros expertos, optó por la siembra de nuevas plantas en áreas inexploradas, como bajo eucaliptos, donde tradicionalmente no se había cultivado café. “Al principio, parecía una utopía sembrar bajo eucalipto, pero los resultados han sido sorprendentes. Este año cosechamos alrededor de una tonelada de café en nuestra primera cosecha”.

“Es una maravilla lo que hemos logrado. Este enfoque no solo beneficia el cultivo de café, sino que también promueve la biodiversidad local”. La visión a largo plazo incluye la planificación para la sustitución de los eucaliptos envejecidos por árboles nativos que ya están creciendo en la zona. ”No queremos esperar a que los eucaliptos mueran para sembrar nuevos árboles. Ya hemos comenzado a introducir especies nativas que se desarrollan bien en estas condiciones”.

El objetivo final de este proyecto es generar semillas certificadas para los productores de la región de los Altos Mirandinos, contribuyendo así al desarrollo agrícola local y fomentando prácticas sostenibles para la producción de café de excelencia

Otro de los avances significativos de los proyectos de Saúl es la creación de un sustrato alternativo, que ya está en proceso de patentado. “Estamos escribiendo la patente para dar a conocer un producto creado aquí en el país que sustituirá a un elemento importado. Lo estamos haciendo con nuestros propios materiales y, lo más innovador, utilizando desechos agroindustriales”.

Autor

Compartir:

1 comentario

Vanessa González 31 agosto 2024 - 09:21

Grande, Salul. Te queremos ❤️

Respuesta

Deja un Comentario