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Vietnamitas en Barquisimeto

Después de ocupar diferentes cargos en la Administración Pública, la Ingeniera Valentina Querales decidió asumir la cría de cochinos vietnamitas. Aquí nos cuenta cómo y por qué tomó esa decisión

por Roberto Malaver
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Roberto Malaver / Fotos Fabricio Martorelli

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Valentina Querales Volkow nació el 8 de mayo de 1965 en el Hospital Antonio María Pineda de Barquisimeto. Lo demás lo cuenta ella misma, porque le gusta echar cuentos y lo hace muy bien:

Yo estudié para ser Ingeniera Civil en la Unión Soviética, soy egresada del Instituto de Ingeniería Civil e Industrial de Moscú. Tengo mi maestría en Ciencias de la Ingeniería. Llegué acá con ganas de investigar, sumergirme en ese mundo académico. Y me enamoraron para el doctorado en Ciencias para el Desarrollo Estratégico en la Universidad Bolivariana de Venezuela.

Mi papá (el poeta Ramón Querales, al que Chevige Guayke llamaba Matatere, porque nació allí) era un poeta, un soñador. Yo crecí en Caracas, en un apartamento, encerrada en cuatro paredes, con rejas por todas partes. Quedaba en la Candelaria, de Ferrenquín a La Cruz. Mis padres trabajaban prácticamente todo el día. Mi padre nos llevaba al Liceo Ávila, cerca de las Torres del Silencio. Éramos tres hermanitos, yo era la mayor, aunque hay otra hermana mayor que está en Rusia. A mí me tocaba preparar la comida que mi mamá dejaba más o menos preparada, en la nevera, y a mí me tocaba calentarla.

Empecé a incursionar en la preparación de ciertos alimentos cuando tenía nueve o diez años. Ahí empecé a incursionar en el tema de la cocina. A Mamá no le gustaba mucho la cocina, mi abuela era la que preparaba los alimentos en la casa.

Mi papá escribía en el apartamento, debajo de unas matas que mi mamá le ponía encima de la silla donde él se sentaba. Y había reuniones de poetas. Y las tertulias que se hacían en la Casa Andrés Bello. Y yo asistía a todo eso. Después viajé a la Unión Soviética.

Vuelta a la patria

Regresé de la Unión Soviética el 27 de febrero de 1989. Me encontré con soldados armados en la calle, en pleno Caracazo. Para mí fue horrible. Ya mi papá estaba divorciado y había hecho vida aquí, en Barquisimeto. Era el cronista de la ciudad. Empecé a trabajar en la administración pública por culpa de Eduardo Samán. Con él tenía una amistad desde la Casa de la Amistad Soviético-Venezolana.

Un día me dijo: “Vente para acá”. Y un día me volvió a decir: “Vente que me van a hacer un homenaje”. Y vine un fin de semana; el homenaje era aquí, en El Manzano. Cuando llegamos vi aquella casita donde le estaban haciendo el homenaje y aquella belleza, y el clima y los árboles y todo eso. Esto es un lugar mágico. En seguida me atrapó. Me casé en Caracas y me vine para acá. Compramos un terrenito. Empezamos a construir. Vinieron los hijos, nos divorciamos. Y aquí estamos.

Mi mamá también se vino de Caracas y compró al lado, ella vive aquí cerca. Vivimos juntas pero no revueltas.

Comenzó el emprendimiento

Un día mi hijo, Alvic, un muchacho que estaba estudiando electricidad, me dice, ya a punto de graduarse: “Mamá, ¿tú qué prefieres? ¿Que yo consiga trabajo por ahí y me traiga un salario mínimo, y tú tienes que hacer el almuerzo y todo eso y me gasto todo en el pasaje, o que yo me ponga a producir? Yo le pregunto: “¿Qué vas a producir? Y él me dice: “Cochino”. Y yo: “¿Cochino, aquí? Tú estás loco”.

Y él insistía: “Tú te la pasas del timbo al tambo llevándome a ver los proyectos socio productivos, pues ya vas a ver. Así como produce la gente, yo también quiero hacer eso”.

Entonces empezó a construir los corrales. Banqueó, limpió, niveló. Y yo miraba cómo iba avanzando. Cuando tenía todo montado dijo: “Ahora a comprar los cochinos”. Hablamos con un compañero al que se le había financiado por Corpoelec un proyecto, justamente de marranitos. Salimos a comprarlos y se compraron un padrote y dos hembras de diferentes madres. Se trajeron esos animalitos y así comenzó todo.

Los cochinos tenían la genética de los cochinos cubanos, los que llaman “cuatro perniles”. Grandísimos, estaban cruzados con unas razas muy grandes. Lo mínimo que pesaban era 150 kilos. Y había una cochina larguísima, parecía un escaparate. Esa cochina tenía una capacidad de botar hasta diez animalitos cuando paría. Y el padre era una belleza de animal.

Mi hijo atendía a sus animales y yo lo asistía. Lo ayudaba. Entonces él dice que tenía que hacer una cama profunda. Y me explicó que a la cama profunda no le pondría cascarilla de arroz sino de café, ya había averiguado todo. La cama profunda es una técnica que hay que tener a los animales en un colchón de cascarilla, ya sea de arroz o de café; en este caso nosotros la tenemos de un subproducto que sale cuando se trilla el café. Por lo general aquí la gente lo bota, no lo utilizaba, ahora sí, porque ahora eso se ha convertido en una alternativa para hacer abonos orgánicos.

Cuando la cochina pare, se le deja en el corral, y al mes, que es cuando se despegan los cochinitos, entonces a ellos se les pasa a otro corral aparte de la madre. A ese corral que se está desocupando se le coloca cal, se mezcla y se deja reposar. Después se saca todo el abono. Una vez que tú limpias todo, el bebedero, el espacio, vuelves a rociar con cal, dejas reposar y posteriormente vuelves a colocar la cama.

Con esos tres cochinos empezó la historia. Al año estaban en su edad reproductiva y empezaron a parir las cochinas; mi hijo, Alvic, vendía los animales. El tenía su plan, yo no me metía en eso.

Como nosotros teníamos el patio dividido Alvic decidió preparar también el patio de abajo. Llamó a los muchachos de por aquí de la zona, y se venía con toda la trulla y lo ayudaban con los cochinos. Aprendió a beneficiar, a descolmillar, a cortarles la colita, aprendió todo el proceso. Los inyectaba, les mantenía su control.

Pero Alvic se casó con una muchacha de aquí, de la comunidad, que tiene toda su familia en Chile, y él también se fue a Chile. Y te podrás imaginar, me quedé con el poco de cochinos, a mí me tocaba brincar por encima de ellos. Un día me dije: “No, yo no voy para joven”, y se hizo un trabajo, se hicieron las rejas, y se mejoraron los corrales.

Y en eso llegó el vietnamita

Cuando me toca asumir con los animales empiezo a aprender de verdad. A conocer todo acerca de esos animales. Un día, un buen amigo de aquí de la zona, que también es productor, pero de ovejos, me dice: “Mira, me llegó este animalito”. Y yo lo veo tan lindo, y él me dice: “Es vietnamita. No crecen mucho”. Él le puso el nombre de Guadalupe, porque el día que apareció era el Día de la Vírgen de Guadalupe. Al año ya Guadalupe tenía un buen tamaño y arrasaba con todo lo que encontraba en su camino. Entonces el vecino me dijo: “¿Tú no quieres a Guadalupe?”. Y yo encantada. Y lo trajimos aquí y andaba suelto por todo esto, como un perro.

Guadalupe llegó en el 2021 y se apoderó del espacio. Después llegó la etapa en que se desarrolló y quería novia. Y sus novias eran las carretillas, los cauchos. Todo lo que se le atravesaba por el medio.

Un día un carnicero a quien le llevo a los cochinos para que me los corten, me dice: “Yo tengo una novia para Guadalupe” Y fui con mi marido a buscar la novia de Guadalupe. Unos días antes yo lo había encerrado, y se puso en huelga. Pasaba días sin comer. Y cuando le traje la novia Guadalupe se emocionó y la montó de una vez. A los tres días ya estaban socializando.

En la primera camada tuvo unos animalitos que me cabían en la mano. Para mí resultó complicado porque tengo que encargarme de los grandes y ahora de los chiquitos. Entonces tomamos la decisión de salir de los grandes y quedarnos con los pequeños, no llegan a pesar más de 70 kilos. Y así reforzamos la cría de los vietnamitas.

De esa primera camada se levantaron y se beneficiaron y probamos la carne, que es mucho más suave, tienen más grasita. Decidí quedarme trabajando en este emprendimiento.

Ahora hay tres madres, ya comienzan los cruces. Ellas paren cinco o seis cochinitos. Son animalitos más dóciles, más fácil de trabajar con ellos, y más fácil para mí.

Ahora estamos estudiando los recetarios. ¿Cómo se hace una tocineta? Así vamos aprendiendo. Yo veo la necesidad de aterrizar con la materia prima, que la tengo. Necesito técnicas. Porque de repente tengo mucho conocimiento empírico, pero hay que tener el conocimiento técnico y la gastronomía. Ya realicé los estudios en La UPTAEB –Universidad Experimental Territorial Andrés Eloy Blanco–.

Ahora tengo que sentarme a pensar bien en cómo empezar a promocionar mi producción.

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1 comentario

Yohana Núñez 26 abril 2025 - 19:00

Me gustó su historia

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