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El sueño de Alcira: proteína sana para los siglos que vienen

La intuición y el ejemplo de su madre la llevaron a crear un alimento inigualable para ponedoras, con solo residuos vegetales

por Nathan Ramírez
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Texto y fotos: Nathan Ramírez

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A Alcira Vargas desde muy niña le tocó la dura faena campesina en su pueblito Santa Cruz de Guarico, municipio Morán del estado Lara, a principios de los años 60. Allí, junto a sus hermanos y siendo ella la única mujer, tuvo que darse a la tarea de la siembra y la cría sin mayores privilegios que el resto. Aun así solo tiene recuerdos bonitos de esa época.

Ya adolescente la enviaron a la ciudad de Barquisimeto con el propósito de trabajar y estudiar, a lo que ella misma aclara, sonriente: “Pues solo fue a trabajar, porque yo ni estudiar pude”. La empatía, la colaboración y la solidaridad son palabras constantes en su discurso cuando habla de trabajar en equipo y asegura que eso fue lo que aprendió en su niñez y le resultó exitoso a lo largo de su vida.

Se le fue la adolescencia en trabajar y aunque dejó a un lado los estudios siempre le gustaba leer y le interesaban los temas científicos, soñando que algún día se podría graduar de doctora. Así transcurrió el tiempo y llegó el amor, y con ello la familia: tres hijos, dos hembras y un varón, más la esperanza viva de estudiar ciencias.

Dedicó muchos años a la transmisión de sus saberes y a la formación en tareas dirigidas a niños de su comunidad, y con ellos también a sus hijos. Una vez cumplidas todas esas labores de vida para con los demás, le llegó su turno.

En el año 2005 un programa de formación comunitaria de la alcaldía de su municipio les entregó a los pobladores de las comunas gallinas ponedoras, pero no los insumos para alimentarlas. Muerta de la risa confiesa: “¿y ahora qué les doy de comer a esas gallinas? si ni pa’ mí me alcanza”.

Y de ahí aparecieron como magia la intuición y sus saberes. De su madre le vienen esos conocimientos ancestrales para el cultivo y la cría, fue ella quien le inculcó que para tener una vida sana “había que sembrar y criar a los animales con alimentos naturales que le aporten un valor agregado a nuestra propia alimentación y nutrición”.

Se fue a una frutería y pidió que le regalaran los desechos de frutas y hortalizas, se los llevó a su humilde vivienda y allí comenzó a deshidratar aquellos desechos sobre láminas de zinc y sobre un carro viejo, secándolos con el calor del sol, luego los echaba en la molienda. Así creó un alimento que fue perfeccionando a través de la investigación acerca de la biología de las gallinas y su nutrición.

Llegó a la Misión Ribas y a la Misión Sucre, fue de las mejores estudiantes en agronomía endógena y no sólo tenía tesis y doctorado en su futuro… tenía una misión, perfeccionar la alimentación de sus gallinas ponedoras.

Aparecieron nuevos términos y nuevos propósitos científicos y biológicos para referirse a lo que a ella siempre le fue cotidiano en el campo y los supo aprovechar.

El rumor de que una campesina recogía desechos y los convertía en harina para las gallinas llego a oídos de Fundacite Lara. Los científicos analizaron su proyecto y se sorprendieron al ver que sin hormonas ni químicos ella creaba esta fórmula de alimento para producir huevos con 19,8% más de proteína y 0% colesterol. Esto la hace merecedora del Premio de Ciencia, Tecnología e Innovación, como Tecnóloga Popular o Científica no académica. Ella misma dice con su inquebrantable humor: “Yo, una campesina (a mucho orgullo). Que haya logrado crear una fórmula que dé ese aporte nutricional usando mis conocimientos ancestrales, eso es muy grande”.

Muchos le han propuesto patentar su producto y crear franquicias, a lo que ella les responde: “No, mi proyecto se va a llamar Gallinas Aéreas y quiero que se llame así porque yo soy visionaria y yo soñé que por allá por el año 2400 van a alimentar a las gallinas con este producto. Yo quiero que esto le pertenezca al pueblo, porque la ciencia nos libera y los saberes ancestrales nos fortalecen”.

Toda su vida transcurre entre aves de corral y un túnel vegetal con aroma a tierra fresca. Desde ahí, Alcira, sonriente, nos siembra la interrogante: ¿cuánto potencial tenemos en nuestros hombres y mujeres del campo aplicando sus saberes ancestrales?

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