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¿Revolución verde o piratería corporativa?

por Eliecer Centeno
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Hace aproximadamente 11 mil años inició en nuestro planeta un periodo cálido, lo que marcó la finalización del último periodo glaciar. En ese momento reciente de la historia de la humanidad ocurrieron las condiciones para que el Homo sapiens, pasara de una etapa nómada, como cazador-pescador-recolector, a un estilo de vida sedentario; es entonces cuando pudo apreciar que a través de ciertas prácticas podía facilitar el medio de desarrollo de algunas plantas utilizadas como alimento.

Los arqueólogos señalan dos posibles causas para el surgimiento de estas costumbres: o bien fue una respuesta a la necesidad de alimentar a una población creciente, o se trató de causas ambientales en sintonía con el retiro de los glaciares. Pero en conclusión, cuando ese hombre o mujer se percató que al sembrar ciertas partes de la planta obtenía una nueva planta y así el control sobre la futura cosecha, nació la agricultura.

El lugar de origen de la agricultura es ubicado, probablemente, en el oriente próximo y en las primeras etapas de este desarrollo. El hombre, de forma empírica, realizó la selección de características favorables en los cultivos, por ejemplo, sembraba las semillas de los frutos de mayor tamaño, o los más dulces, o los que crecían en determinados terrenos, con la finalidad de probar su adaptación a nuevas condiciones.

Este tipo de práctica de selección pasó de generación en generación y llegó a nosotros en la forma de las semillas criollas, campesinas y originarias, y en particular en América la que podemos llamar la agricultura nuestro-americana. Sin embargo, la revolución industrial permitió que la agricultura pasara por un proceso de tecnificación e incorporación de la ciencia a todas las aristas del hecho productivo. Pero es tras la finalización de la segunda guerra mundial cuando nace lo que pudiéramos llamar agricultura industrial. 

Ahora, recurrentemente, respecto a ese periodo de tiempo, solemos leer el término “revolución verde”, algo que a todas luces debe ser muy bonito, porque imagínense unos revolucionarios de lo verde, de “lo ecológico”, y es cuando nuestro sentido común nos la juega, y nos dejamos engañar, pero resulta que la cosa no es así.

Ahondando un poco, nos encontramos que de acuerdo con la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el término de “revolución verde” se utiliza para referirse al significativo incremento de la producción agrícola que ocurrió entre los años 1940 y 1970. Se le atribuye al científico estadounidense, Norman Borlaug, un genetista de la Fundación Rockefeller, la transformación de la manera de cosechar y producir entre dichos años. La Fundación Rockefeller es fundada por el dueño de Standard Oil, John D. Rockefeller, junto a su hijo. Como vemos, al ahondar en las raíces del modelo de producción y consumo moderno, llegamos inexorablemente a las grandes corporaciones capitalistas y transnacionales.

El campo de experimentación utilizado en 1943 por dicha fundación, se encontraba en México, en el estado de Sonora. Enrique Láñez, investigador del Instituto de Biotecnología de la Universidad de Granada, en 2007, escribió un artículo titulado “Más allá de la revolución verde: un papel para la biotecnología”, donde nos ilustra con detalles la naturaleza de las investigaciones de mejoramiento agrícola que se realizaron en esos años. En primera instancia el objetivo era la “obtención de variedades de trigo de alto rendimiento capaces de resistir el hongo de la roya de los tallos”. En el proceso se lograron variedades de trigo de espiga grande y grano pesado, pero que al doblarse con mucha facilidad, dificultaban su producción. Esto llevó a desarrollar un trigo de caña resistente. Finalmente también desarrollaron una variedad resistente a la roya.

El paquete tecnológico desarrollado en México también incluía la utilización de fertilizantes químicos y agrotóxicos para el control de plagas, los sistemas de irrigación que invertían grandes cantidades de agua de riego, así como la mecanización del proceso de siembra y cosecha, todo esto de un único cultivo. Había nacido el monocultivo moderno.

Para el año 1963, la Fundación Rockefeller calificó los desarrollos hechos en México como un rotundo éxito y el modelo de producción basado en los monocultivos rápidamente se expandió a países como India, Pakistán, Turquía, Túnez, España, Argentina y China.

Una manera de ilustrar lo interesadas que estaban las grandes corporaciones industriales en el nuevo desarrollo, es revisar la lista de financistas del Instituto Internacional de Investigación sobre el Arroz (IRRI), fundado en 1960 en Los Baños, Filipinas. Dicho instituto orientó sus investigaciones a conseguir nuevas variedades de arroz, logrando las primeras dos años después. Y con una rápida expansión de este nuevo cultivo, desde las 7.000 hectáreas iniciales, hasta más de 10 millones a principios de 1970. Entre quienes aportaron los recursos financieros al nuevo centro de investigación, se encontraban la Fundación Rockefeller, la Fundación Ford, y la Agencia estadounidense para el Desarrollo Internacional.

Igualmente cuando revisamos buena parte de la bibliografía referente a este tema, nos encontramos con expresiones interesantes como que la revolución verde tuvo por objetivo acabar con el hambre en el mundo, alimentos baratos para todos, entre otros eufemismos.

Entre los resultados de la “revolución verde”, podemos destacar que para el año 1996 las 10 mayores empresas agroquímicas agrupaban el 82% de las ventas de venenos, mientras que las 10 más grandes empresas de semillas, controlaban el 40% del mercado global. Esto nos llama a la reflexión ya que los grandes financistas del pasado, son los grandes beneficiarios actuales y el supuesto “fin del hambre” aún no llega.

En 2021 el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), trabajaba para: “…prevenir la desnutrición crónica y otras formas de malnutrición en 336 millones de niños”, y esto sólo como un ejemplo.

Algunas estimaciones indican que la actual capacidad global de producción de alimentos podría dar de comer a 14 mil millones de personas, es decir, alimentamos a los 8 mil millones actuales y sobra para otros 6 mil millones, pero el hambre es una cruda realidad en el mundo. Entonces: ¿qué pasó? Pues el medio de producción que es la tierra, la semilla, la planta, fue expropiado de las manos de los productores para ser entregado a las grandes corporaciones agrícolas y agroquímicas. Y el capitalismo internacional lo bautizó como “Revolución verde”, y lo que nos queda es llamar las cosas por su nombre: “La gran piratería corporativa” que fue lo que se produjo entre los años de 1940 y 1970, y que trató de arrebatar la producción agrícola ancestral de las manos de nuestros pueblos. La lucha por esa arrebatada soberanía agroalimentaria y la autodeterminación de los campos sigue viva y venceremos con el favor de todos nuestros ancestros desde la última glaciación.

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