Una familia de artistas genuinos, una vocación dulce y violenta como el semiárido y un arte antiguo: el arte de Felipe Colombo no es imaginación sino una memoria de milenios
Texto y fotos: Neybis Bracho
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“El barco que no haya probado vino probará sangre”, señala un antiguo proverbio británico creado por marineros, a modo de una vieja tradición ancestral de los navegantes por el mundoHay un antecedente en la literatura clásica griega, que dice del derrame de sangre en el océano después de los sacrificios para asegurar la benevolencia de los dioses en la embarcación ya en alta mar. Esto es lo que denota un primer asombro al encontrarnos con los barcos dentro de las botellas del maestro artesano caroreño Felipe Colombo, creador ingenuo y autodidacta de un arte puro, singular y majestuoso.
Corría el año de 1944, en un soleado día del 3 de julio, cuando doña Natividad de Jesús Colombo Aldana, morena curtida por el semiárido baragüeño, daba a luz un niño en la antigua casa del barrio La Greda de Carora, específicamente en el llamado “Triángulo de los Colombo”, una especie de santuario cultural de donde salieron los primeros artesanos del cuatro y maestros creadores de distintos instrumentos musicales. Nacía entonces Felipe Honorio Colombo, quien se dedicaría desde los 12 años a la elaboración de Cuatros y Arpas para venderlos en Barquisimeto, ciudad muy lejana de Carora para entonces, por la escasez de transporte.

Felipe heredó el sortilegio artístico de su abuela materna Pastora Aldana de Colombo, la matrona que formó a un centenar de personas al bello arte de crear instrumentos musicales, y de su hermano Segundo Colombo (ebanista) aprendió los conocimientos de la carpintería, arte que no ha apartado ni un solo momento en sus 79 años de edad.
Índole artística y larense
El niño Felipe fue un día a la escuela Ramón Pompilio Oropeza de Carora, pero de inmediato rechazó el sistema de aprendizaje que chocaba con los sutiles y rudimentarios modos de enseñanzas campesinas que le impartía su primo hermano Ricardo Colombo, con quien desde su primer grado lo enseña a leer y una que otras teorías de matemáticas y ciencias naturales, a la usanza de los viejos de Baragua. El niño Felipe Colombo fue criado por su propia tía Josefina Colombo, con quien también perfeccionaría los ingenios de lutier y el amor por la espiritualidad de devoción mariana.
Al adentrarnos por cualquiera de las tres calles que dan con el centro de la pirámide de los Colombo, nos transportamos a la solariega Carora de los años 40 del siglo XX, al ver una casa roída de tiempo, anclada en un arsenal de peroles y vetustos objetos, inservibles muchos, que apenas abren paso a la puerta (siempre abierta) donde mora el maestro Felipe Colombo, quien al mejor estilo de Armando Reverón recibe a propios y visitantes curiosos y acuciosos de sus trabajos artesanales.

Esta casa plena de un anticuario que se fue formando por décadas, resguarda un arte que va desde pinturas e instrumentos musicales hechos por su primo hermano Macario Colombo (el pintor metafísico y enigmático, quien por más de 50 años no ha salido nunca de su casa en el barrio San Vicente de Barquisimeto), así como colecciones de fotografías, recortes de viejas revistas y periódicos enmarcados por el propio Felipe, propagandas de productos comerciales de hace más de 3 décadas.
Pero lo que más impresiona es la inmensa colección de discos de acetato, casetes y su arcaica rockola que enciende de inmediato para deleitar con una extraordinaria selección de Ricardo Mendoza, Alirio Díaz, José Alfredo Jiménez o Pedro Infante, del mismísimo Miguel Aceves Mejías o el Mariachi Vargas. Es un megalómano empedernido que envuelve en un mundo extraño pero interesante, a quienes desean conocer su arte.
Historias de barcos
El arte de este caroreño no es de este tiempo, tampoco de este lugar; quien rememora barcos en la resequedad de Carora no está imaginando sino homenajeando un fenómeno extinto hace milenios: el tiempo en el que el semiárido era mar o era río violento, dato que atestiguan los restos marinos y la composición de los suelos.

En las añosas maderas que fungen de mesa podemos encontrar un reguero de objetos, insumos de trabajo inventados por el propio Felipe Colombo. Cosas hechas de alambre de alta tensión, con el que improvisa agujas, pinzas. También se ven lijas, pegamentos, brochas desmechadas, varillas metálicas, corchos, que junto a su antiguo serrucho y una sierra manual oxidada le facilitan la labor de su arte: una especie de rompecabezas que va armando dentro de hermosas botellas. Son sus barcos, navíos con la respectiva bandera de Venezuela y sus partes (quilla, popa, mástil, roda, velas, codaste, pivote).
A diferencia de la tradicional forma de armar barcos en botellas, Felipe construye sus naves dentro de la misma, paso a paso, parte por parte, dándole vida a las naos que incitan en la memoria llevarlas al mar tal como lo hizo el británico Paul Gilmore, quien lanzó al océano índico un mensaje en una botella. Pero de igual manera, al ver los buques de Felipe Colombo, sus figuras y su fisonomía, dan la impresión de sentirse uno más de los viejos lobos de mar, curtido de sal y espuma, prontos a encontrarnos con Moby Dick, sobreviviendo las travesías de Robinson Crusoe; ver si se quiere el carguero Jahre Viking, el barco más grande de la historia o saberse el Capitán Kid resistiendo las furias de los mares, desplegando las velas del Royal Prince en la memoria escrita de Salvador Garmendia.
Ningún galeón hecho por el maestro Colombo ha sido para la venta, sino para ser obsequiado. La esplendidez del artesano es desmedida, y a diario, sin tregua, está elaborando alguna pieza para alguien que esté pronto a cumplir años (amigos, parientes, conocidos). Sobre todo ahijados; a cada momento le están llegando niños, niñas y hasta ancianos, pidiéndole la bendición a su padrino. No tuvo hijos biológicos, pero en todo el barrio La Greda lo tienen como su padre. Ha legado no sólo estos saberes populares, sino también un profundo valor humano en quien se acerca a conversar o compartir con el maestro Colombo, sabio filósofo, incansable pensador, escribano de frases propias, ideas o pensamientos que deja plasmadas en cada rincón de las corroídas paredes de su casa.

Es común escuchar en las calles de Carora nombrar al maestro como “el señor de las botellas”, en tanto quienes conocen de su habilidad le llevan de manera constante los vacíos de vidrio para que introduzca distintas creaciones en ellas. Son miles las personas y viviendas que cuentan con un barco u otra pieza hecha por Felipe Colombo, entre quienes se nombran al Comandante Hugo Chávez, quien se enamoró de una botella trabajada por Colombo en una de sus visitas al pueblo de Chío Zubillaga, y él se la obsequió con suma admiración.
Artistas musicales de alto reconocimiento, poetas nacionales, influyentes profesionales, guardan en sus colecciones algunos barcos fabricados por este insigne artesano, quien en muchas ocasiones ha sido vilipendiado al decir que él con un buen corta vidrios abre la botella, introduce el barco o lo que sea, y luego con un pegamento especial la sella. Actos por las cuales el maestro Colombo los ha emplazado, desafiando en apuestas, dar su casa contra camionetas y dinero, para demostrarles que él no corta la botella.
Ha desarrollado una extraordinaria capacidad artística ligada con una paciencia de dioses, diseñando sus obras, fabricándolas manualmente fuera del frasco, para luego introducir por la boca de la botella con sus propias técnicas, con un pulso de hierro y un cuidado ejemplar las piezas que van tomando forma hasta lograr su esqueleto, decorado con hilos, telas, colores, dejando claro que no es mito crear un barco dentro de una cantimplora de vidrio.