La familia Delgado es otro baluarte de la cestería en Palmira, donde el oficio resiste los dardos de su extinción
Penélope Toro León / Fotos: Nelson Chávez
________________________
A pleno sol del mediodía caminamos con Milángela Vivas por las empinadas cuestas de El Abejal de Palmira hacia la casa de la familia Delgado.
Al enflilar la calle 3, después de pasar “El Chinchorro” (referencia), salta a la vista un montarral, con esas mismas espigas color hueso, semejantes a unas plumas, que había visto en las tiendas del Corredor Turístico. Este “monte” es del que crece mucho en las vegas de los ríos, pensé. Era raro ver una parcela con ese monte tan alto. Aliviadas por el fresco de un techo de caña brava en la entrada, pasamos y sin mucho preámbulo nos pusimos a conversar con el señor José Emilio Delgado, de mirada vivaz y agudo verbo. De detrás de una cortina salió su esposa, tímida y recatada. Ambos nos recibieron con extraordinaria receptividad.
La historia con la cestería de la familia Delgado no es muy distinta a la de Marino Moncada, Pedro Torres o casi todas las personas dedicadas a este oficio en este pueblo. Familias numerosas levantadas a punta de un oficio transmitido de generación en generación, viviendo “al día”. Criaturas que entre los siete y los diez años comienzan a agarrar las fibras, los cuchillos, a ver hacer, a aprender haciendo…

–¿Usted desde cuándo teje?–¡Uuuss! Hace 55 años, tenía yo diez años cuando empecé a trabajar. Somos diez hermanos, seis varones y cuatro hembras. Todos aprendieron a hacer las cestas. Me enseñaron los profesores de nosotros: mamá y papá, y una vecina que se llamaba Alejandrina Torres. Nos enseñó a armar primero los jondos, los asientos (se refiere a los fondos de las cestas).
La caña amarga parece ser las más brava de las fibras porque es la protagonista, la más nombrada, y resultó ser justo la que echa esa espiga que abunda en la parcela. El mimbre, dado que no es originario de la zona, no crece en la montaña como la caña o el bejuco, que además son blandas. El mimbre es duro y redondito, lo trajeron italianos y españoles para alimentar la moda por allá en los 80. Entre unos naranjos, en un solarcito tienen una matica. Otras fibras son el cañuto, la lata, el bollinillo, el tampaco y el cacahuito, materiales que se va cruzando con el bejuco y la caña para hacer cestas.
Varían en color y dureza, nos explica la señora Dilia, esposa del señor Emilio. Dice que solían buscar estas fibras en Vega de Aza, pero ya casi no van por esos lados, no tienen al momento tal variedad de material.

De pie, con un cuchillo bien afilado y gran experticia toma las varillas de caña brava y las va abriendo por la mitad de forma longitudinal para formar lajas finas y largas.
Su familia fueron dieciséis hermanos y hermanas, todas y todos sin excepción aprendieron la cestería. Sin duda, estos núcleos familiares constituyen unidades productivas, con mística, y desde su legado ancestral venido de los pueblos indígenas se han dedicado a producir distintos tipos de artículos utilitarios con esta técnica. Esta familia es una muestra de la realidad social que ha signado la vida de los pueblos de tradición en cierto arte, no solo en nuestro país, sino en el mundo entero. Un saber que incluye el conocimiento de las fibras y su tratamiento, el tiempo de corte. «La luna», dice el señor Emilio, que siempre debe cortarse en menguante; las zonas donde se da el material, el momento en el crecimiento y comportamiento de la planta para su corte; los tintes y los cuidados para que las cestas puedan ser duraderas.
En el caso de la caña brava, José Emilio asevera que, para la cestería, la planta, después que saca la verada, se debe cortar en el tiempo exacto. Nos señala unas cañas cortadas a destiempo, tiernas, justo del montarrascal enfrente de su casa. “Mire, eso lo cortaron cuando no era”, dice, mostrando unas varas dobladas. La planta para que esté “hecha” –término que usan las personas sabias campesinas para denominar la madurez de frutos y plantas– deben pasar aproximadamente seis meses. Después que larga la verada (espiga) deber crecer unos cinco o seis metros más. Sin embargo, para construcción, la caña brava se debe cortar aún más gruesa.

La caña brava es una vara similar al bambú que se ha usado en la construcción popular ancestralmente, sobre todo para techos. Es muy resistente y fresca. Las espigas las venden para decoración. Así de sencillo.
Palmira es reconocida por el desarrollo del arte de la cestería en todo el estado Táchira y fuera de él. Durante años, las tiendas en el Corredor Turístico han ido a encargar a las familias de las lomas de El Abejal, “500, 1000, 1500, 2000, pero nosotros no tejemos esa cantidad. Le venden, qué se yo… 500 o lo que puedan. Lo que nos van encargando los negocios, ¿qué más? Ellos van comprando, compran una docena, dos docenas, tres docenas, y los van guardando. Cuando llegan los compradores que vienen de lejos, ellos son los que venden y nosotros no… O sea, ellos vienen y le compran a usted, al otro, al otro, y van… Pero nosotros nunca tenemos esa cantidad y tenemos que trabajar para lo del día”.
Hacía tan sólo pocas horas, en el aeropuerto de Maiquetía, habíamos visto en una boutique un sombrero de palma de moriche, cuyo precio en el centro de Caracas –ya en reventa– era de tres dólares. Allí su precio era de veinticinco. Si el precio de la reventa en la ciudad es la octava parte del de la boutique, ¿cuánto le pagarían por cada pieza a la persona que lo tejió?, ¿cuántos escalafones de intermediarios existen en esa cadena? En ese momento todo encajó.
Hacía tan solo unas horas atrás, al transitar por el Corredor Turístico, aparte de las abundantes tiendas de artesanía colmadas de artículos para exhibir, producto de aquella acumulación, llamó poderosamente mi atención una venta de orquídeas. No sólo estaba fascinada con las exuberantes especies exhibidas en plena vía, sino que me parecía raro, en aquel pueblito, en medio de aquel calor sofocante, un artículo tan exótico cuyo precio de ninguna manera es barato.

Rememorando la conversación con Milángela y la vista hacia San Cristóbal desde esa vía, entendí que esta es una zona perfecta para la reventa. Es la entrada a una ciudad en la que, por su cercanía con la frontera, la cultura del comercio parece ser la sangre que le corre por las venas. Ante las preguntas de rigor por el arte de la cestería Emilio reitera una y otra vez, con peculiar ahínco, su inconformidad por esa injusta situación que ha sido de larga data.
–¿Qué tipo de canastos hacen ustedes?
–Todas… toda una vida haciendo cestas. El moisés, la cuna pequeña, la cuna grande, portabebé, manija pequeña, manija grande, esa es la que es ovalada, pero con asa; el revistero, la que llaman mercadera y también la talquera, que es la grande para guardar ropa. Hacemos sillas de mimbre, esterillas para las carrozas artesanales. Todo ese trabajo está allá en el sótano guardado (se refiere al Centro Productivo Artesanal) para forrar los camiones 350, gandolas. Las esterillas se hacen para los desfiles, en enero, para la feria de San Sebastián. También en la misa de aguinaldo se hacen carrozas y la feria de Táriba y en otros municipios, en Queniquea, en El Cobre, se han llevado las carrozas.
«Ni nosotros ni los taitas de uno iban para San Cristóbal, ni para Táriba. En la vía principal, ahí había un negocito y compraban las cestas. O sea, el intercambio. Ellos nos ayudaban a nosotros aquí. Nosotros nunca vendíamos más allá… nunca nos invitaban. Siempre iban eran ellos, los que revendían eran los que iban por allá y nos representaban. A mí me querían llevar varios años, yo nunca fui a esa Plaza Miranda.
Debido a la carencia de un capital para inversión a largo plazo, las familias artesanas que viven de la producción diaria no tienen dinero para una inscripción en dichos eventos y vender directamente su trabajo. A esta eterna realidad producto del sistema capitalista en el que vivimos, se refiere Emilio al decir sagazmente: “De unos porque tienen y de otros porque no tienen, así de sencillo”.

El Centro Productivo Artesanal
Sin embargo, la situación mejoró un poco con el advenimiento del Centro Productivo Artesanal, donde varios artesanos y artesanas cuentan con un espacio de depósito de material, locales para venta directa y realizan actividades formativas. Existe desde hace diez años y poseen una organización social en torno al hecho productivo, entre otras ventajas.
El señor José Emilio es parte muy activa, así como Milángela Vivas, artesana, gestora cultural y docente de la artesanía en arcilla. Cuenta el señor Emilio, entusiasmado, que justo se encontraban en el proyecto de la realización de un árbol de navidad gigante para el mismo y que en la “época buena”, con un camión de la Alcaldía iban los artesanos a buscar el material a la montaña y los repartían a cada uno en su casa. Esto cambió con los problemas de gasolina y todo lo que ya sabemos.
–No todos los artesanos quisieron participar los muchachos no quisieron, que no y que no… y eso no hubo manera.
–Cuando se refiere a los muchachos, ¿quiere decir personas jóvenes?
–Nooo, pues como uno… jajaja…
La carcajada fue grupal.
Nelson, compañero reportero, le dijo al don que le enseñara cómo tejer un canasto. Allí tuvimos la oportunidad de observar la técnica, pues él se avocó con paciencia y ternura a enseñarle. En este caso se trató de un canasto redondo con caña brava y chipio. El fondo, la parte más dura, se realiza con varas de caña brava gruesa para que dé estructura, armando una cruz en el suelo. Luego se van cruzando hebras largas de la misma fibra haciendo como un gran sol.
Para la parte inicial se le coloca chipio entrecruzando por entre las varas de caña que sirven de urdimbre. Al tener tres hileras de chipio, que es una fibra de color más oscuro, se hacen tres hileras de caña brava y luego tres más de chipio; resultando en la base un hermoso contraste de tonos. De ahí en adelante se teje con caña brava cortada en láminas más finas, en una rueda que el maestro mueve como un volante. Llegado cierto punto va moldeando las láminas verticales para dar la forma cóncava.
Remata entremetiendo las varillas hacia un lado y hacia dentro. Ahora el canastico me sirve para meter mis hilos de croché, con el que recuerdo a diario aquella familia querendona de El Abejal, quien se nos abrió a contarnos su historia para llevárselas a ustedes.
2 comentarios
necesito el número de contacto por favor
hola, te felicito por tu investigación