Ser o parecer

por Fredy Muñoz Altamiranda
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“La estética es la ética del capitalismo”, dijo alguien. Estos tiempos lo confirman letra por letra. Para el Sistema todo deriva en el Mercado, y el Mercado es un juego de simulaciones donde no gana la mejor opción, sino la que parezca ser mejor.

En los años ochenta el Sistema hizo todo lo que pudo para convencernos, a través de la televisión, de que el campo era el pasado y la ciudad el futuro. Que ser campesino era un anacronismo, y conquistar la ciudad, someterse a un cambio de paradigma a través de la educación y luego entrar al Sistema en algún empleo de tercera, era el progreso.

Buena parte de mi familia lo creyó así. “Tienen que superarse” dijeron mis abuelos a sus hijos. Y superarse significaba dejar las costas de Urabá donde nacimos y crecimos, rodeados de bosques espontáneos de cocos, plátanos y manglares.

Claro que también está el acicate de la guerra. Pero la guerra también vino del Estado que ahora nos vendía por televisión la ilusión del progreso.

En esa época los más viejos se iban en la madrugada al monte. Cuando los pequeños despertábamos, nos esperaba un plato de plátanos sancochados nadando en una ciénaga de suero de leche, algún pescado guisado en coco y ají fresco, y una taza de café hecho en la leche misma.

Era la manera más deliciosa de ser pobre. Si es que lo éramos.

Los más viejos aparecían luego, sudados y contentos, detrás de un par de animales cargados con barriles de agua fresca, leña, plátanos y yuca.

Pero había que progresar, superarse. Y desde ese monte salieron el dinero y los alimentos que comimos año tras año mientras progresábamos en la ciudad, estudiando, rezando un credo ajeno, y sometiéndonos a la más vil trampa del Sistema.

Se nos declaró la guerra en todas las direcciones. Luego los viejos perdieron la vida y la tierra, que eran la misma cosa, y nosotros quedamos en las puertas de las universidades con un montón de experiencias y de información aún no tabulada, sobre qué carajos hacer para lograr la paz del  progreso.

Ahí nos enteramos que todo lo que se había hecho en el campo «estaba mal». Que sembrar en menguante era cosa de semillas débiles, porque las nuevas, las de la Revolución Verde podían sembrarse en cualquier luna y que eso de crecientes y oscuranas eran atavismos de campesinos atrasados.

¿Sembrar el maíz haciendo un hueco en el suelo con un palo? Por favor. El tractor, el arado, la sembradora automática nos sacaría de las hambrunas. Porque en el mundo había hambre justamente por esos métodos rudimentarios de siembra heredados de otros más atrasados que nosotros, que fueron nuestros bisabuelos emberas y los negros congoleses que se nos unieron en la época del zambaje para tener descendencia libre.

Y aquellas imágenes de la Revolución Verde, vaya que sí eran bonitas. Un tomate de supermercado, grande, rojo y brillante nos sembraba la duda existencial frente a los tomaticos criollos de la troja familiar en el rancho.

Vaya que sí. Sí es bonito, te agrada a la vista, te hace suspirar de lo hermoso, está bien. Eso decía el Sistema, y hoy está vomitando su propio barro oscuro, en medio de contradicciones irreconciliables.

En las puertas de las facultades de agronomía, donde enseñaron a medir venenos y contar tierras para gamonales sin rostro, se lee ahora: el futuro es la agricultura orgánica, el futuro es la agroecología.

Y no es porque les hayamos ganado nada, no; es porque quieren vencernos antes de que la verdadera lucha comience.

Así como la Shell hoy es la principal promotora de la energía eólica en el Norte de Europa, de esa misma forma la Monsanto se volvió mil nombres distintos y se pintó de verde, de orgánica, de ecológica.

De un momento a otro la solución dejó de estar en el compostaje casero, en la cría de lombrices para obtener humus en la huerta, y volvió a estar en el Sistema y su constelación de marcas de productos ecológicos. ¿Viste que no tenías que iniciar ninguna guerra para cambiar el mundo?

Que manera de mimetizarse la del Sistema. Hay que comprar una tierrita en las afueras de la ciudad, sembrar orgánicamente, y si obtenemos del ministerio del ramo una certificación verde para vender nuestros tomates en una feria de gente como nosotros, pues mejor.

Basura. Mientras la tierra sigue en manos del gamonalismo orbital, mientras el campo sigue vomitando campesinos y engullendo obreros mal pagados, el Sistema nos endulza con la salvación, si optas por ser el agricultor orgánico de los fines de semana, y el lacayo del capitalismo de lunes a viernes.

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1 comentario

Lil Rodríguez 9 marzo 2024 - 09:39

Es exactamente así. imagino los encontrados sentimientos al iniciar aquél doloroso desarraigo, revertido en conciencia.
Gracias Freddy. Gracias José Roberto.

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