Somos una especie social y así se entiende desde algunas disciplinas científicas como la biología y la antropología. Sin embargo, está claro que desde que se habló en 1789 de los derechos del hombre, estos no se referían a toda la especie. El epicentro de estas ideas fue Francia, la misma república que en esa condición, no permitió que Haití se constituyera en la primera república libre de América.
Los líderes de países defensores del “orden basado en reglas” sostienen la defensa de los derechos humanos como estandarte, pero son los mismos que miran a otro lado, y hasta apoyan, el aislamiento y exterminio de pueblos enteros, como ocurre en Gaza.
Eso que llaman «liberalismo» occidental ha demostrado su puro desprecio por el derecho internacional, los derechos humanos y el consenso democrático, sobran los ejemplos de colonialismo y crueldad (si se permite la redundancia) ejecutado por la élite global a cargo de las potencias que hoy determinan hasta cómo y cuándo debemos reírnos.
De la igualdad, la libertad y la fraternidad se habla cuando no son de nadie. Se supone que son los valores fundamentales para que este planeta no sea un campo de guerra (o una mina a cielo abierto), sin embargo, el verdadero problema es el de una civilización cuya visión primera está basada en la superioridad de unos cuantos respecto a muchos otros, esto es así entre humanos, pero también hacia el resto de la naturaleza.
Para que la guerra se haya convertido en una manera civilizatoria de concebir la relación con “lo otro”, las élites han hecho un trabajo extraordinario mediante la educación, los medios de comunicación y la misma praxis. Nos han llevado a renunciar a lo que Erich Fromm (1900-1980) postuló como el principal impulso humano, que es el de buscar la conexión y el sentido en la vida. Según el psicoanalista alemán, todos los seres humanos anhelamos sentirnos amados y valorados por otros. Nunca dijo que idolatrados…

Esta necesidad de pertenencia y conexión social es fundamental para nuestro bienestar, es destacable cómo en muchas culturas no hegemónicas esto se extiende hacia el resto de la naturaleza.
De distintas maneras se ha naturalizado el “sálvese quien pueda” como “esencial” en la naturaleza humana, para ello se han exacerbado algunos postulados de Darwin, quien revolucionó el campo de la biología con su teoría de la selección natural. El inglés observó el comportamiento de especies animales presentes en América del Sur e islas del Pacífico y, mediante su teoría de la evolución, determinó que la competencia es clave para la existencia. En “El origen del hombre” (1871) explicó y detalló que la vida es una lucha perpetua en la que “los débiles de cuerpo o de mente pronto son eliminados”.
Casi de manera simultánea, el filósofo Herbert Spencer afirmaba que el libre mercado permite seleccionar a los más capaces. Dice en su libro «Principios de la biología» (1864): «Esta supervivencia del más apto, que he tratado aquí de expresar en términos mecánicos, es lo que el señor Darwin ha llamado ‘selección natural’, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida».
Al influyente filósofo se le ha reconocido como el precursor del “darwinismo social”, también como un libertario y defensor del capitalismo ilimitado. Creía que diferentes tipos de sociedad competían como en el mundo natural y que las leyes físicas fundamentales de la evolución significaban que el progreso de todo tipo dependía de la lucha y la competencia, así lo describió Carolyn Burdett, profesora de literatura inglesa y estudios victorianos de la Universidad de Londres Birkbeck.
Thomas Huxley (1825-1895), intérprete de Darwin, afirmó que el hombre debía oponerse a tendencias evolucionistas cuando estas fueran inmorales o amorales. Otros autores como el clérigo y sociólogo William Graham Sumner (1840-1910) privilegiaron el concepto de “evolución social” en el cual el factor ético queda relegado en nombre de una noción de “progreso” y “bienestar”… de unos pocos, obviamente.

Volvamos a Fromm: El psicólogo planteaba que la alienación se produce cuando el individuo pierde contacto con su verdadero yo y se convierte en un objeto sin valor en manos de fuerzas externas. En consecuencia, se pierde la capacidad de amar y vivir de manera auténtica. No es lo mismo que el individualismo, el alienado niega todos los lazos que hacen a una persona y se convierte en un ente autocontenido, en tanto que el individualista se prioriza a sí mismo y, si no está alienado, entiende que lo más saludable es tener una comunidad.
Sin embargo, desde hace más de un siglo se han contrapuesto las ideas de Darwin con las de Piotr Kropotkin (1842-1921), un anarquista ruso que consideró que, junto a la ley darwiniana de lucha por la supervivencia, existía la llamada ley de “apoyo mutuo” entre los miembros de una misma especie; la competencia no sería el auténtico motor de la evolución, sino la cooperación.
Kropotkin equipara el impulso ético a “lo natural”, tan natural como la competencia planteada por Darwin. Lo propuesto por este fue meramente biológico, aunque le pareció excelente el planteamiento de Spencer por intermedio de su colega Alfred Russel Wallace. Sin embargo, hay sobradas evidencias de que cada población defiende su acervo genético y complementa la competencia con la cooperación.
Ambos, Darwin y Kropotkin, terminan depositando su plena confianza en lo científico, el reto está en ampliar el horizonte desde la ciencia y mantenerse a salvo de un culto excesivo a lo mecánico. Un fundamento de la crisis actual es precisamente la visión en la que la naturaleza funciona como un reloj suizo y que puede ser controlada y orientada a los deseos y aspiraciones del “hombre” (spoiler: se trata de solo un tipo de “hombre”).

Errico Malatesta (1853-1932) pensaba al respecto que: ”La fe, en nuestro caso, no es una creencia ciega; es el resultado de una firme voluntad unida a una fuerte esperanza”. De la voluntad es necesario hablar porque cabe preguntarse si somos una especie que solo responde a estímulos y respuestas, de la esperanza se hablará en otro momento.
Están los valores y la ética que no es solo social sino ecológica. Incluso estas clasificaciones pudieran ser insuficientes, hasta la esperanza pudiera ser insuficiente sin creatividad ni espacios de pensamiento que no sean los impuestos por las élites, sean estas académicas o económicas.
“Nos enseñaron a ver el mundo por la ventana,
quedarnos quietos, vivir sentados, perder las ganas,
desconectarnos hasta olvidar de nosotros mismos,
acobardados nada creamos, nos destruimos.
Y no respetan ya, ni siquiera, nuestra mirada,
quieren llegar a que de nosotros no quede nada”
Dice Gustavo Cordera en el tema “Un abuso”. Esta es la primera entrega de una cháchara que se pregunta si podremos revertir esta crisis con acciones individuales o juntos. Y si la respuesta es “juntos”, la pregunta es si llegamos a esto de la misma manera.
Continuará, como la vida misma…
1 comentario
El análisis a todo lo que nos rodea, volver a nuestras raíces, valorar el saber popular. No dejo de leerlos y decir Gracias, ¡qué buena inventadera!