Segunda parte de la entrevista con Misael Darío Rosales, Físico, docente de la ULA y espía de partículas cósmicas
José Roberto Duque / Fotos: Leorana González
Misael Rosales informa haber conocido también a otro genio venezolano del siglo XX: Ibrahím López García, el inventor del giróscopo y proponente de una energía limpia basada en magnetismo. Los encuentros tuvieron lugar en algunos eventos de tecnólogos a los que acudió como observador (“porque yo no soy tecnólogo: un tecnólogo es alguien que no ha ido a la universidad ni se ha formado académicamente, pero ha resuelto cosas prácticas por otra vía). Hizo un par de comentarios sobre la inteligencia de ese otro hombre excepcional, que le pareció muy insistente en dar a conocer sus ideas e inventos, pero luego, como si la memoria fuera una fuerza inexorable, volvió sobre quien fue su maestro primordial.
–¿Qué cosas aprendió entonces de don Luis? ¿Algo en particular que recuerde?
–Uno se ocupa mucho de las cosas materiales. “Resolver” significa para uno actuar sobre alguna herramienta o una metodología. Yo creo más en la filosofía de vida que uno puede heredar de una persona como don Luis. Él me ayudó en muchas cosas prácticas, materiales y técnicas, pero la gran enseñanza que obtuve de él fue que el mundo es una escuela abierta solo si tú te atreves a hacer las cosas con tus manos. Primero pensándolas, echándole cerebro, después sudando la gota gorda; primero desde dentro y después exteriorizándolas. Don Luis tenía una mística y una filosofía muy atrevidas para el típico hombre de campo. Nos animaba a impedir que se nos cerraran las puertas demasiado pronto. “Impedir que se nos cierre la noche a mediodía”, decía él. Esa fue una escuela fundamental en nuestro tiempo y está vigente en todas las culturas. El optimismo en relación con hacer las cosas. Levantarse prometiéndote que lo vas a lograr, que ese día no se terminará hasta que tú decidas que el día se termina, y al otro día igual. Fueron 80 años dándole a ese martillo, frente a todo un mundo de gente que a lo mejor no cree en ti. Ese es el adversario que más ayuda a veces. Te permite ser consciente de que a ese lo tienes que vencer. Es algo que yo le digo a mis estudiantes: ¿Sobre qué base tienes que luchar? Sobre la base de que tienes que dejarle algo a los que vienen. De alguna manera tienes que responderle a lo poco que te han dejado los demás. Es una herencia ya no solo cultural, es una herencia filosófica, un concepto de vida.

–¿Hay entusiasmo entre los jóvenes de hoy en una carrera como la Física?
–Sí, aunque tenemos una confabulación de cosas, que todas juegan en contra. Particularmente en nuestro país está en juego una necesidad, ya no simplemente motivacional, sino de resolver el cómo brindarles expectativas a los muchachos en un momento en que la universidad está muriendo, eso es muy complicado. Es muy complicado decirles a los muchachos que tienen que seguir adelante, que tienen que hacer cosas cuando los sueldos de nuestros universitarios son simplemente irrisorios, no puedes solucionar, no puedes tener un principio simple de motivación cuando el sueldo no te alcanza para comer. ¿Cómo los motivas? ¿Entusiasmándolos de qué manera? A esos muchachos hay que becarlos, que de verdad sientan que pueden ser útiles. Y eso tiene que comenzar por garantizarles que pueden comer, que pueden vestirse, que puedan llegar aquí. Eso es lo esencial y básico.
El diagnóstico que hace se despliega por senderos amargos: “Tengo 15 jóvenes de pregrado y posgrado 7, 4 o 5 que están haciendo la tesis. Es significativo porque todos los demás se han ido, han huido. Es vergonzoso decirlo. Esta Universidad fue icónica a nivel latinoamericano en algunas áreas, por ejemplo en el área de ecología. Hay áreas de física en que éramos vanguardia: física teórica, astrofísica”.

–¿Pero la crisis no forja seres humanos resistentes?
–Sí, pero apostar a eso es un juego muy macabro. La educación no puede ser tomada como un experimento, no se puede jugar con eso. Es como la alimentación, el vestido, el transporte: son necesidades prioritarias. Es indiscutible, como el derecho a la vida. Eso no está en discusión, si uno debe ser educado o no. ¿Qué tal si esto fracasa y los muchachos no pueden seguir más?
–¿La plata es el único estímulo posible para las personas?
–Una persona para poder dedicarse a su trabajo, a pensar y a crear en su área, tiene que tener resueltos sus problemas básicos. Hay un principio reduccionista que plantea que si se vive con menos, mejor. El minimalismo propone simplificar las cosas con las que se vive. Eso es muy hermoso y seguramente es verdad; yo creo que con menos se puede vivir bien, pero con más se puede vivir mejor. Mientras más necesidades tengas resueltas le puedes dedicar más tiempo a las cosas importantes, hay que tener lo suficiente para no tener que ocuparte de cosas secundarias. Si no resuelves lo básico, el estómago no te permite pensar en otras cosas.
–¿Entonces si no hay real nos jodimos? ¿Sin plata no hay nada que hacer?
–Sí hay mucho que hacer, precisamente, pero hay que hacerlo. Y lo que hay que hacer es: buscar plata para que resuelvas tu vida, porque si no, no te puedes ocupar de lo demás. Hay tanto que hacer cuando no hay real, que hay que ponerse a hacerlo. Cuando estás muy pobre tienes que ponerte a vender pasteles, a limpiar zapatos, a vender churros, o ponerte de barrendero. Y después te ocupas de las cosas del espíritu.

La Inteligencia Artificial, y la otra
Palabra y pensamiento de un hijo de carpintero, albañil y escribano (secretario del juez) y una señora, ama de casa, que tenía ocho hijos cuando murió su esposo; el mayor tenía nueve años, y el menor, Misael, tenía un año. “Para ella fue una aventura muy complicada. Eso es un cerro duro de roer. Una mujer capaz de criar ocho muchachos de manera independiente. La gente cuando le pregunta a uno que qué aprendió de sus padres, ¿dónde pone uno eso? Es una cosa indescriptible, no puedes describir eso. En un mundo tan limitado, tan precario, tan complicado como los años 60. A ese pueblo, por ejemplo, no habían llegado las hortalizas (repollo, remolacha, lechuga), cuando mucho se cultivaba maíz, papa, arvejas, caraotas. La noción amplia de la agricultura solo llegó a partir de los años 70. Todas esas familias funcionaron con gran número de hijos se la vieron muy dura. Se resolvían con la vaca, el conuco. Mi niñez fue esa. No digamos precariedad o limitaciones, porque las ganas de estudiar estaban ahí; de los ocho hermanos, cinco somos graduados universitarios. Los otros estudiaron hasta quinto grado y son todos agricultores”.
–¿Usted piensa en el futuro?
–Por supuesto que sí. Nosotros tenemos una noción muy extraña acerca del futuro. Pensamos que el futuro es dentro de 40 años, 50 o 100 años. Resulta que el futuro es cada hecho elemental que ocurre ahora. Las experiencia no vividas forman parte del futuro. Preocuparse por el futuro es preocuparse por lo que va a pasar o lo que voy a hacer hoy a las 12. Y este tipo de cosas, de que no hay real, te limita a un futuro inmediato. No tienes planes para dentro de 10 años, porque tu barriga está vacía. La gente proyecta cuando esas necesidades están cubiertas.
–¿Hay terremotos en el futuro?
–Ahora estoy trabajando en ese proyecto de predicción de terremotos. Hemos obtenido cosas fabulosas que están a la vanguardia en el mundo. Es un tema complejo. Estamos en una zona sísmica importante, los Andes venezolanos; aquí el período de retorno de los terremotos es de 100 años, así que estamos pasaditos, porque el último fue en 1896. Hay posibilidades de que por recurrencia tengamos un terremoto más o menos cercano.

–¿Algo más que quiera decir sobre don Luis, sobre su influencia como tecnólogo en lo que usted es ahora?
–En los ultimos años de vida de don Luis, cuando ya no podía viajar, no podía ir a las universidades a mostrar sus trabajos, yo me llevaba sus diapositivas, y hacía las exposiciones por él. La gente se desentusiasmaba, decía “naaah ¿y quién es este señor?”, lógico, la gente quería ver y oír era a Luis Zambrano. Tenía un humor muy lindo, era genial en lo que decía, esa forma de decir las cosas, esa forma grata de vivir. Un hombre que perdió un brazo y conservaba ese sentido del humor. Una vez fui a visitarlo y había una máquina por allá tirada en un rincón. Le pregunté qué hacía esa máquina ahí, si estaba buenísima. Me dijo “Está castigada: con esa máquina me quité yo el brazo”. También decía que estaba enmochao, que subía enmochao. Es muy difícil hacer una ironía con una tragedia, y don Luis lo hacía. Por lo demas, pues yo he estado trabajando en soluciones basadas en Inteligencia Artificial, y lo de don Luis más bien era pura inteligencia natural.