
Éder Peña | Como la vida misma
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“La vida es un hospital en el que cada enfermo está poseído por el deseo de cambiar de cama. Éste querría padecer junto a la estufa y aquél cree que se curaría frente a la ventana”.
Charles Baudelaire, Cualquier lugar fuera del mundo.
El spleen de París (Los pequeños poemas en prosa).
Alerta de spoiler: La película “No mires arriba” protagonizada por Leonardo Di Caprio y Jennifer Lawrence trataba sobre un “no zaperoco” procurado por los medios de comunicación alrededor de un asteroide que se acercaba a la Tierra y unos científicos luchando para alertar sobre la amenaza que significaba el cuerpo celeste para la vida humana.
Quizás lo más irónico del relato es cómo los empresarios buscaban sacarle provecho al trozo de roca que flotaba por el espacio, pero como la realidad es así de irónica y nos desnuda a diario, sobraron las comparaciones de ese film con el modo en que nuestra civilización maneja el colapso en casi todos los procesos críticos para mantener el equilibrio y la estabilidad de los sistemas.
Cuando se habla de dicho colapso, es común que se piense en el calentamiento global que ha derivado en el cambio climático, mucho más cuando en redes digitales y noticieros se viralizan eventos como la DANA de Valencia, las sequías en la cuenca amazónica o las inundaciones recientes en algunas ciudades venezolanas.
Sin embargo, el clima es un síntoma más, entre otros tantos, de que las cosas no pintan bien para las futuras generaciones. El problema biofísico que nuclea a la crisis ambiental global es el overshooting, o rebasamiento de la capacidad de carga.
El planeta puede regenerar los patrones y procesos que producen lo que llamamos “recursos”, la capacidad de carga es precisamente el poder que reside en miles de ciclos interconectados (agua, fósforo, nitrógeno, carbono, nutrientes en general) que garantizan la vida y el equilibrio que la sostiene. Al superar los niveles de autosuficiencia esta posibilidad entra en riesgo de quiebra.
Un estudio recientemente publicado en el portal Material Flows muestra que sólo en seis años, de 2016 a 2021, el consumo de “recursos” fue de 582 mil millones de toneladas: más de las tres cuartas partes que en todo el siglo XX. A esto se sumaron más de 100 mil millones de toneladas cada año en 2022, 2023, 2024… con tendencia creciente.
En ocho años, de 2016 a 2023 (ambos inclusive), se ha consumido más que en 100 años.
Reiteradamente se ha planteado que muchos de los límites planetarios, vitales para nuestra existencia, han sido sobrepasados.

Antes que decir “No mires el clima” habría que decir que sí lo miremos, pero como lo que es: Un síntoma más. Sin embargo, la enfermedad sigue intacta.
Más allá del clima está la economía global moderna, basada en mercantilizarlo todo, pero también en intensificar el uso desigual del petróleo, árboles, agua, cereales, vacas, minerales, territorio, fuerza humana de trabajo o los innumerables materiales y seres vivos que son extraídos, procesados, refinados y consumidos para sobrevivir todos los días y mantener a ese sistema agro-urbano-industrial.
La pregunta que tiene años rodando es cómo estaría este planeta si todos viviéramos como un estadounidense promedio, aun más: ¿Pueden todos los países emergentes como China e India llegar a los niveles de consumo per cápita de países como el Reino Unido, Francia o Alemania? ¿Existe el derecho a este “desarrollo”?
En 2023, la Conferencia de las Partes (COP) 28 de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) en Dubái, Emiratos Árabes Unidos abundó en las mismas promesas milagrosas que aparecen a la orden del día: “Triplicar las energías renovables y duplicar la eficiencia energética” como objetivo global.
¿Por qué milagrosas? Porque se cree que con más tecnologías industriales, turbinas eólicas y paneles solares se detendrá el colapso. La lógica fabril se enfoca en el diseño de edificios y automóviles más eficientes energéticamente porque, con ellos, sueña con restaurar la integridad de la biosfera, descontaminar las aguas, la tierra y el aire, pero el tren indetenible del progreso sigue como el mito al que nadie osa criticar, porque quien desembarque rodará estrepitosamente.
Según el informe Panorama de los Recursos Globales 2024, publicado por el Panel Internacional de Recursos y auspiciado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la extracción de los “recursos naturales” de la Tierra se triplicó en los últimos 50 años y se prevé que la extracción de materiales aumente un 60% de aquí a 2060.
Esto se debe a la construcción masiva de infraestructuras en muchas partes del mundo y a los elevados niveles de consumo de materiales, especialmente en los países de ricos y emergentes.
La “visión de túnel de carbono” solo se enfoca en el clima, por ello el capital global ha mercantilizado el aire mediante bonos de carbono. Aunque las leyes básicas de la ecología dicen que una especie colapsará cuando una sobrepase la capacidad regenerativa de su entorno, se nos olvida que somos una especie más, la que puede transformar ese entorno de manera definitiva, pero una más.

Es más fácil medir cuánto aumenta el CO2 y otros gases de efecto invernadero que saber cuántas especies de plantas se pierden al deforestar la Amazonía, o cuántos ríos no volverán a cumplir su rol ecológico en África, mucho menos cuánta es la pérdida de suelos vivos en Asia debido al impacto de la agroindustria.
Las soluciones al cambio climático que venden corporaciones y gobiernos nos hacen creer que podemos seguir viajando hacia el progreso sin muchas preocupaciones porque “alguien lo resolverá”, y buena parte de la ciencia y la tecnología gasta millones de fondos públicos en esa tarea tecnolátrica, entretanto, lo que ha sido convertido en desechos tarda en reponerse cada vez más.
No existe ninguna tecnología rentable que “elimine” la pérdida de hábitat, la extinción de especies, la contaminación y la deforestación, pero la ilusión de las “energías limpias” sigue cosechando millones a partir de esa y otras quimeras.
Aunque también se ha atribuido la causa del overshooting al crecimiento poblacional, casi siempre se obvia a la minoría que esclaviza a las mayorías, también que son los países más ricos los que más extraen materiales per cápita.
No mires solo el clima, mira el conjunto y lo que es posible cambiar más allá de las formas, como la vida misma.