Inicio Carbono 14 En Sicarigua conviven con el ancestro que vivió allí hace miles de años

En Sicarigua conviven con el ancestro que vivió allí hace miles de años

por Teresa Ovalles Márquez
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En Venezuela la arqueología del pueblo y para el pueblo se ha unido con la científica para levantar museos comunitarios formidables. Este es el primero de varios “casos” que visitaremos para nuestra sección Carbono 14

Teresa Ovalles Márquez / Fotos Yorwuel Parada

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Varios exploradores natos fueron atraídos por los fragmentos de cerámica, piezas de barro y por los restos humanos que encontraron escarbando la tierra arcillosa y amarilla ocre en las desoladas y frescas montañas de Sicarigua. Las piezas halladas incluyen pedazos de arcilla y vasijas de barro contentivas de los huesos de sus antepasados. Esos objetos reflejan detalles de nuestra existencia desde antes que los europeos llegaran a expoliar nuestro territorio.

En 1997 fueron apareciendo restos humanos en una construcción de viviendas de interés social. Los obreros estaban trabajando en las vigas de arrastre y dieron cuenta del hallazgo a los expertos del Museo Antropológico de Quíbor “Francisco Tamayo”. Hasta que en el año 2004 los exploradores de campo Carlos “Canuto” Herrera y Eusebio “Nanío”, Álvarez junto con el antropólogo Juan José Salazar, entonces Director del Museo Antropológico de Quíbor, fundan el Museo Arqueológico Comunitario de Sicarigua con las piezas que habían encontrado.  

El museo, que se encuentra en el municipio Torres, parroquia Trinidad Samuel del estado Lara, en la carretera Panamericana que conduce a Trujillo, retiene en sus salas piezas de cerámica, de piedras y objetos del mar que proporcionan pruebas del hacer artesanal y artístico de las comunidades que allí habitaron. Y nos da cuenta de quiénes fueron los verdaderos descubridores y exploradores de ese pasado.

El museo, que se encuentra en el municipio Torres, parroquia Trinidad Samuel del estado Lara, en la carretera Panamericana que conduce a Trujillo, retiene en sus salas piezas de cerámica, de piedras y objetos del mar que proporcionan pruebas del hacer artesanal y artístico de las comunidades que allí habitaron. Y nos da cuenta de quiénes fueron los verdaderos descubridores y exploradores de ese pasado.

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Arqueólogos del pueblo

Carlos “Canuto” Herrera y Eusebio Nanío Álvarez son arqueólogos empíricos, que tuve el privilegio de conocer un fin de semana en esta población larense, cuando indagaba historias de museos que comparten una peculiaridad: son comunitarios, no institucionales.

Canuto es un lector de temas referidos a Bolívar y en la actualidad es el Responsable Patrimonial del Museo, una organización con estructura horizontal. Excavador desde que tenía 10 años se graduó de arqueólogo por fuerza de la experiencia y de la vida. En la entrada del museo se exhibe el certificado que reconoce “…su larga trayectoria en el acervo cultural arqueológico y su voluntaria entrega a la investigación de las culturas aborígenes del municipio Pedro León Torres”. Se encuentra entre los sicarigüenses que más saben de exploración de restos arqueológicos en campo, junto con Eusebio “Nanío” Álvarez. Ellos han sido fundamentales cuando han llegado los arqueólogos y estudiantes universitarios a investigar y a estudiar antropología en Sicarigua. 

El experto Luis E. Molina (fue Director del Museo de Quíbor) refiere en la compilación “Investigaciones Arqueológicas en el estado Lara: región Sicarigua-Los Arangues”, que “…en Sicarigua hemos tenido dos grandes colaboradores (…): Eusebio Álvarez y Carlos Herrera, baqueanos y excavadores, que más allá de participar como trabajadores de campo han demostrado un especial interés por los hallazgos arqueológicos y una capacidad de observación que ha sido de gran utilidad para el conocimiento de las peculiaridades del terreno en la región”.  

Así como ellos, hubo en Sicarigua otros guías que participaron en investigaciones desarrolladas por antropólogos de la talla de Miguel Acosta Saignes, José María Cruxent, Federico Brito Figueroa, Mario Sanoja, Iraida Vargas, Evangelina Díaz Ponce y Luis Molina, entre otras celebridades fundadoras de la cátedra de Antropología de la Universidad Central de Venezuela (UCV), en 1987.

Conocer el Museo Antropológico Comunitario de Sicarigua resultó ser como una caja de sorpresas en la que están guardadas las riquezas de nuestro pasado y circunstanciales encuentros. Ese sábado alguien la abrió y sus tesoros se nos abrieron en una noche serena, de amena y amigable conversa en el centro del caserío, donde había una bodega en la que vendían comestibles, horas de wifi y perros calientes. Ese fue el escenario de un encuentro con gente trabajadora, soñadora y capaz, confiada y sosegada. Esa noche de tertulia Canuto nos dijo que en el Museo reposan las osamentas de cuerpos “limpios”, es decir, que no son almas en pena.

Los cuerpos fueron enterrados con protecciones y ofrendas (collares, pectorales,  vasijas y conchas de caracol) que en su cotidiano existir usaban los seres que poblaban aquellas tierras hace milenios.

Qué tiene de comunitaria

La antigüedad de varios de los objetos y osamentas resguardadas en el museo es de 2.500 años (sectores de Güeche, La Piscina y Andrés Piña) de acuerdo al análisis de la cerámica, esos objetos culturales que reflejan una etapa particular de la historia de los pueblos. También las urnas funerarias, entre otros enseres, recolectados en esos linderos, según los estudios de los expertos del Museo de Quíbor.

Entrar en el museo es como hacer un viaje en el tiempo que con poca frecuencia hacemos los venezolanos y las venezolanas. Allí reposan fragmentos de cerámica con apéndices de animales, decorados con policromías semejantes a las encontradas en los Andes y en los llanos; olicornios y cuentas o argollas de serpentinas; hay un collar  de dientes humanos de diferentes personas, cuentas tubulares talladas, sapitos y serpientes modelados en arcilla y rocas. Hay afiladores de piedra, cinceles, hachas, pesos para la pesca, figurines antropomorfos (hallados en el sector Miramar), muchas de ellas encontradas debajo de los metates y sus respectivas manos (piedras de moler). 

Cuando estuvimos en el museo revisamos, muy por encima, algunas tesis de grado. Una de ellas de tres gordos tomos: “Interpretación de las prácticas funerarias de los sitios La Sabana y Hato Viejo, región  Sicarigua-Los Arangues, estado Lara”, de Claudia Tomassino. En el Museo reposan otras dos tesis de grado donadas por los y las antropólogas que por allí pasaron.

Todos los Directores del Museo de Quíbor han establecido, desde su fundación, estrechas relaciones con la comunidad de Sicarigua, población muy rica en hallazgos arqueológicos.

El Museo Comunitario Antropológico es una casa modesta con paredes de barro y techo de tejas que hace juego arquitectónico con la casa colonial de residencia de los dueños de la próspera hacienda Sicarigua, ubicada al frente. Está vinculado con las necesidades de la comunidad. La población de este caserío, de 800 habitantes, custodia y resguarda los fragmentos, piedras y osamentas que se hallan en los yacimientos, algunos con ofrendas funerarias, otros enterrados en lugares que servían de habitación de nuestros aborígenes y otros que tienen que ver con el cultivo y la agricultura que practicaban. 

Esta sede comparte sus espacios con el Consejo Comunal Nueva Comuna Socialista Panamericana que incluye a Los Arangues (caserío vecino). Se imparten clases de inglés para secundaria y educación inicial para la muchachada de tercero, cuarto y quinto grado. Desde este recinto se distribuyen las bombonas de gas y las bolsas Clap, cuando llegan, cada cuatro meses. También tiene capacidad para albergar a más de cinco estudiantes o investigadores.

Otra curiosidad de este caserío es que se trata del primero que se encuentra ubicado dentro de una hacienda que se expande hacia los predios de la antigua carretera Panamericana vía Trujillo, antigua propiedad de las familias de Mario Oropeza y Jorge Riera.

Los fundadores

Eusebio Nanío Álvarez nació en Sicarigua  y trabajó en las excavaciones con los profesores Luis Molina y Juan José Salazar mientras éstos fueron directores del Museo Arqueológico de Quíbor Francisco Tamayo. Es un hombre de pocas palabras, pensativo y jocoso. La conversa para la entrevista comenzó con la caída de la tarde cuando en el pueblo había un ambiente de fiesta y ofertaban las saciantes birras a precios tentadores. 

Agradece a Molina y a Salazar (difunto) porque fueron los pilares que los impulsaron a trabajar con pasión y les impartieron enseñanzas como arqueólogos, así como les inculcó el respeto por el trabajo asumido en los diferentes sitios de excavación. 

El significado es que aquí está nuestra historia, aquí están los fundadores de estos sitios. Aquí los europeos vinieron a apropiarse de la tierra pero en este lugar había asentamientos. Tenemos registros de tres mil años antes de Cristo. En este museo hemos tenido visitas internacionales, nos han visitado antropólogos de Cuba, Brasil, Turquía, Francia y México para conocer nuestra experiencia como museo comunitario, y por los hallazgos”, reflexiona Nanío.

También han establecido relaciones con los fundadores del Museo comunitario “Alfredo Almeida” de Los Arangues, en todo lo que es la protección de los sitios arqueológicos, con Gerardo “Lalo” Páez, “Chicho” Medina, Mario Pérez… “Aquí tenemos parte de la escuela, había una maestra muy interesada que se nos fue, pero aquí hay muchachos agarrando ese carril, se están incorporando para conocer lo que es el material de la zona para que ellos den la información de lo que tenemos. Ellos son los nuevos pilares”. 

Como parte de las anécdotas de su experiencia como explorador de campo, Eusebio cuenta que en una ocasión uno de los muchachos puso una morocota entre los restos encontrados y todo el mundo reaccionó diciendo que eran propietarios de la falsa moneda que había sido obtenida de Los Aleros, en Mérida. Dice Eusebio que hasta los dueños de la hacienda Sicarigua comenzaron a reclamar la propiedad de la morocota creyendo que de verdad la habían encontrado entre los restos arqueológicos. Los habitantes y el poblado de Sicarigua tienen la magia y la fuerza de su museo, tienen arraigo y no padecen la premura de las grandes ciudades. “Aquí la tranquilidad es tan grande que uno se aburre” y a los niños y niñas, habituados a la libertad que les brinda el sosiego del ambiente montuno, les cuesta estar tranquillos en la disciplinada escuela.

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